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Iona era plenamente consciente de la nobleza de Galahar, que en su mayoría consistía en miembros del consejo. Sabía que todos la estaban mirando y, a pesar de intentar mantener la calma, notaba que estaba a punto de perderla. Y Rolfe podía ver cómo se inquietaba. Como si la entendiera, Rolfe se inclinó y susurró:
—Me encanta el aceite que te has puesto. El aroma es uno de mis favoritos —ella le dedicó una sonrisa nerviosa y mordió su voluminoso labio inferior.
—No te muerdas ese labio. Eso es para que lo muerda yo —dijo él con un gruñido bajo en su pecho.
Iona se sonrojó y bajó la cabeza, totalmente distraída de lo que estaba pensando.
El sacerdote tardó mucho en llevar a cabo la ceremonia. Al final, le pidió a Iona que extendiera su palma. Cuando ella le ofreció su palma, él la cortó con un afilado puñal, dejando un rastro de sangre. El sacerdote sostuvo su palma y la ofreció a su príncipe.