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Qiao Qing estaba sorprendida. Primero, Jia Yuze la recordaba y luego hasta le sonrió. Ella pensaba que al ver su rostro nadie le regalaría una sonrisa, pero Jia Yuze lo hizo. Más aún, el chico sabía que ella había intentado suicidarse.
Varios pensamientos cruzaron por la mente de Qiao Qing, «¿Su sonrisa será por simpatía? ¿O se está burlando de mí?».
Estos pensamientos enfriaron su corazón. Por haber sufrido tanto, Qiao Qing se había vuelto pesimista. Su mente imaginaba los peores escenarios en cada situación.
Jia Yuze, por su parte, era ajeno a los pensamientos de Qiao Qing. Simplemente se divertía al ver los cambiantes expresiones en su rostro. «¿En qué estará pensando esta chica?», se preguntaba.
Qiao Qing suspiró. No importaba lo que el hombre frente a ella pensara de ella, él era su salvador y tenía que agradecerle.
Se aclaró la garganta y pronunció:
—Gracias. Con la mirada hacia abajo en sus zapatos, dijo:
—Salvaste mi vida, y siempre te estaré agradecida.