—¿Es sangre? ¿Estás herido? —pregunté acercándome a él. Aunque el sol se estaba poniendo, las luces de las lámparas de mi habitación me permitían ver su cuerpo claramente.
Aunque cauteloso, el águila no voló cuando me acerqué. Justo cuando estaba a punto de tocarlo, dio pequeños pasos hacia atrás pero se quedó quieto de manera vacilante cuando mi dedo tocó sus plumas. Cuando estuve segura de que no volaría, bajé la mano y observé que había una herida pequeña en su pata, en la parte externa de la curva de su garra.
—Tengo una medicina mágica para ti. Si la tomas, sanarás en un instante. Déjame ir a buscártela —dije girándome para ir hacia la cómoda dentro de mi habitación mientras continuaba hablando—. Marta me dio esta medicina mágica, pero no me sirve —mi voz se bajó mientras murmuraba—. Como si pudiera ir a algún lugar para lastimarme.