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—No te preocupes, tendrás todo el tiempo para explorar cada pulgada de las Dunas Blancas. Te llevaré... todos los días si así lo deseas —Kaideon pensó para una Neveah que reía.
—¡Me dejaste caer hace un momento! Creo que estaré bien por mi cuenta a partir de ahora —Neveah decidió, todavía riendo al recordar cómo se había resbalado de la espalda de Kaideon.
—En arena, niña. Deberías estar bien —Kaideon pensó de vuelta, divertido.
Neveah inclinó su cabeza hacia atrás, sacudiéndose la arena que todavía estaba pegada en su cabello.
El sol acababa de descender bajo el horizonte cuando finalmente llegaron al Castillo de las Dunas, o al menos Kaideon y Neveah.
Kaideon había instruido a Rodvan y a Coran para que avanzaran y durante las últimas horas, había complacido la curiosidad de Neveah por las Dunas Blancas hasta que ambos supieron que era hora de terminar el día.