Cuando el torrente de magia se desvaneció, los ojos de Neveah se entreabrieron para encontrarse de nuevo en el borde del acantilado.
Estaba parada peligrosamente cerca del filo, a tan solo unos pocos pasos de distancia de él, y cualquier movimiento brusco la haría caer.
Ahora que Neveah lo pensaba, el acantilado parecía una mejor opción que enfrentar la tortura emocional que había sufrido dentro de ese hechizo.
Un recordatorio de todo lo que deseaba olvidar desesperadamente y un recordatorio tan cruel también, hurgando profundo en las heridas de su corazón que nunca habían sanado.
De todos en el Guardián del Dragón, Neveah seguía siendo quien enfrentaba tal hechizo... Y a Neveah ni siquiera le sorprendía.
—El creador nunca me ha mostrado su misericordia… ¿qué podía esperar? —Neveah pensó para sí misma con un movimiento de cabeza.
—¡Veah! —Menarx la llamó y ella alzó la vista para encontrar a Menarx, al Rey Jian y al extraño hombre que había hablado por ella en el consejo.