Cuando salió de su laboratorio, se dirigió directamente a la sala donde sabía que estaría el equipo, si es que estaban allí.
Sus ojos se enfocaron inmediatamente en los dos bebés en la cuna, y su mundo estalló de color.
—¡Hmmhgggh! —Sus bebés se animaron y extendieron sus pequeñas manitas regordetas al verla.
Se le calentó el corazón y los tomó de la almohadilla para abrazarlos.
—Realmente los descuidé... —suspiró con un poco de remordimiento, antes de plantar besos húmedos en sus caritas suaves.
Rieron y todos en la habitación sonrieron.
—Bueno, ellos entenderán. Lo hiciste para que no se pierdan de los maravillosos sabores con los que crecimos —dijo Sheila—. La próxima generación seguramente te amará por ello.
Altea rió ante esto.
—¿Debería poner mi nombre en los libros de historia, entonces? —preguntó.
Sheila se rió.
—¡Por supuesto! Definitivamente será más fácil enseñar a los niños ya que ¡les encantarán los dulces! —exclamó.