—¿Te enteraste de la regañina que nos dieron a todos esta mañana? —preguntó la mujer.
—Vaya. No. ¿Qué pasó? He estado curioso toda la mañana. El señor Rosette estaba negro como el trueno y nunca había visto a esa engreída Señorita Lia tan roja. Parecía que iba a llorar —comentó con sorpresa su colega.
—Se lo merecía —dijo el hombre mientras la mujer resoplaba—. Por supuesto que se lo merece. ¡No tiene modales, ni amabilidad ni ninguna cualidad humana! Me he cansado de su hipocresía todo el tiempo. Y cómo siempre se pasaba por alto porque es buena en su trabajo. ¡Ha estado en un viaje de poder por tanto tiempo!