La mañana siguiente, antes de las 10 am, Lauren se dirigía al juzgado en el coche de su hermano Killian.
Steffan iba a encontrarse con ella allí ya que seguía fingiendo ser el marido de Dolly que aún no puede recordar nada.
Cuando pensó en el drama que estaba a punto de desplegarse en la corte ese día, no pudo evitar reírse entre dientes.
—¿Y qué tiene tanta gracia, sis? —preguntó Killian.
—Nada.
Killian alzó una ceja. —Pareces estar comportándote bastante raro desde que ese novio tuyo volvió de la tierra de los muertos.
—Prometido, Killian y tú sabes mejor que yo si estaba muerto o no —replicó Lauren. Puso morritos y giró la cabeza para mirar la ajetreada vida de la ciudad a través de la ventana en lugar de la cara molesta de su hermano.
—Killian, no tienes que decir siempre esas cosas sobre tu cuñado. Claramente a tu hermana no le gusta.
—Mamá, no están casados hasta que se casen —repitió Killian lo que había dicho a Lauren hace algunos días.