Los recuerdos que inundaban la cabeza de Delilah todas las mañanas después de aquella noche de celebración, le creaban un disgusto que a lo largo de los días se convertía en confusión. La distancia que en ese momento se quebró entre Caín y ella simplemente se hizo más grande con el despertar. Aun podía recordar la sensación de abrir los ojos y encontrar la cama vacía, además no hubo ni una sola explicación de parte del hombre desconsiderado y desde luego, ella no se atrevió a preguntar qué es lo que había sido todo aquello o con que propósito fue besada. Ella hubiera querido creer que aquel raro comportamiento fue parte de su imaginación, pero estaba caminando por un lado incierto con más de una inquietud que volvía el curso del tiempo una tortura. Aun así, continuó siendo silenciosa, sin exigir la más mínima claridad en el asunto.
Caín había tomado control sobre sí mismo, ocupándose de sus actividades rutinarias con gran naturalidad su comportamiento perfecto, era el de alguien a quien no le ha ocurrido nada diferente. El significado de lo único que quería de ella no tenía ningún sentido o tal vez se estaba revelando y no conseguía aceptarlo.
La mañana de ese sábado un auto negro con el escudo de la casa Bathory finalmente apareció en la entrada de la mansión. Dos sobres blancos fueron puestos a disposición de Delilah donde el más importante resaltaba que debía ser escoltada hacia la casa Bathory ese mismo día durante la tarde.
En un principio, ella estuvo esperando alguna reacción de la marquesa luego de que siguiera las indicaciones dadas por Andrea Bathory. Se aseguró de poner el sobre sin remitente en una de las salas de la mansión que solo era accesible para Lathasha a la hora en que estaba estipulado, pero aquella mujer nunca devolvió un dictamen, es más, ni siquiera visitó la mansión.
Delilah simplemente bajó las escaleras para ir directo al auto que esperaba por ella siguiendo la última de las instrucciones escritas, posiblemente por Andrea Bathory. En aquel momento no quiso pensar demasiado e hizo todo el camino hacia la salida pretendiendo pasar desapercibida.
—Realmente estas yendo.
Una de las cosas que más deseaba Lucrecia era ver el rostro de Delilah antes de irse, la marquesa le ordenó ser discreta con aquel asunto, pero al final no pudo mantenerse callada cuando un sin sentido como ese ocurría frente a sus cristalinos ojos. Al mismo tiempo, la puerta de la biblioteca estaba abierta, desde dentro, Caín también estuvo atento el curso de los eventos, pero nunca esperó que Lucrecia interviniera por su propia cuenta.
No importó cuanto quiso Delilah evitar a esa mujer castaña, siendo invitada a la mansión Bathory eventualmente se vería forzada a enfrentarla.
—Bathory es estricto en cuanto a las personas que están a su alrededor, me he estado preguntando qué es lo que los ha hecho voltear a mirarte, pero en realidad no tienes nada de especial.
La muñeca fue tan directa qué incluso Caín hubiera deseado que midiera sus palabras. Delilah había sido invitada por aquellos quienes solo eran accesibles para el mismo Rey. Aquello no podía ser solo un capricho de la gente rica.
—No debería preocuparte, seguramente se aburrirán de mi en cualquier momento.
Lucrecia comprimió sus pequeños puños, experimentó una extensa frustración ante la respuesta descuidada de una chica tan ordinaria.
—Te atreves a burlarte de la burocracia y la nobleza. Por eso es que detesto a la gente que lo tiene fácil tan solo por poseer un poco de suerte.
Delilah tuvo que terminar esa conversación con una amable disculpa, multiplicando la ira de la muñeca de porcelana. Sin duda, era una terrible y grosera forma de zafarse, pero actualmente ellas no pertenecían a ninguna jerarquía, ninguna se debía explicaciones.
Caín desvió la mirada presa de una extraña, pero inofensiva ansiedad, intentó convencerse a sí mismo de qué los asuntos de esa chica no tenían que ver con él, pero su pecho se sentía oprimido; las consecuencias de aquella noche cuando perdió la vergüenza y cruzó sus propios límites todavía hacían estragos en su apesadumbrado corazón, afortunadamente, ella dibujó con frialdad un margen, guardándose para si sus verdaderos pensamientos, era el mejor de los desenlaces, pero no podía evitar la frustración que le causaba.
Tras la salida de la chica, el lugar se volvió silencioso. Lucrecia no se movió hasta que el sonido del motor del auto arrancando le confirmó que ella se había ido. Caín no se sentía mejor que ella, pero estaba determinado a recordar la lección de un pasado donde sus sentimientos florecieron, y lo esclavizaron a vivir una ilusión, ilusión que despertó la peor parte de él.
—Si continuas tan nerviosa, no podrás aprovechar nada sobre esa chica...
La voz del diablo castaño golpeó fuertemente la situación emocional de la belleza Reines. El hombre descarado tuvo la descortesía de aparecer sin avisar y sin temer un poco al temperamento de una mujer como ella.
—No te metas en mis asuntos.
—Es un poco extraño lo que dices, considerando que estas muy interesada en los asuntos de Delilah.
No era difícil saber qué para Lucrecia, sus palabras sonaban a completos disparates, pero esta vez ella no quería caer en sus juegos, no tenía tan buen humor.
—Si intentaras llevarte mejor con ella podrías usarla para acercarte a Neil Bathory, ¿no lo crees?
Lucrecia lo devoró con sus intensos ojos verdes, pero prefirió evitarlo por esta única vez. Y abandonó el lugar en un pobre intento por escapar
Ciertamente para Raguel, era divertido estar rodeado de personas tan interesantes. Por un lado, estaba la mujer descuidada y por el otro, la chica enamorada. Lucrecia no era la clase de mujer que se enamoraría de alguien por el simple hecho de ser influyente o atractivo. Los Bathory que siempre ha anhelado, ahora estaban tan cerca, pero irónicamente tan lejos de sus manos; la chica descuidada, por otro lado, en su intento por ser dejada en paz, provocaba a la alta sociedad, siendo rodeada de sorpresas que seguramente detestaba en los más profundo de su inconsciente.
Raguel suspiró cuando se encontró con la figura lejana de un Caín centrado en sus libros aburridos. Ese era un hombre impecable e impredecible, tan sobresaliente como para doblegarse a emociones que creía pasajeras.
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