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Capítulo 12: RIN

Una vez fuera del sector de las hadas nobles, Ondín comenzó a caminar por un sendero de madera en penumbras. Su rumbo apuntando hacia el camino de salida de la ciudad. Entonces, de manera abrupta, se detuvo y apoyando su espalda contra un árbol al lado del camino se deslizó hasta que quedó despatarrada en el suelo.

- Pero qué estoy haciendo… acaso estoy loca, no puedo irme sola… - Con una expresión atontada frotó su cara varias veces. Llevaba el cabello recogido en una larga y caótica coleta, su brillo apagado por el momento.

Entonces algo se encendió en la mirada de la joven hada. ¡Claro! Quizás todo no estaba perdido. Quizás las lechuzas podían perder su rastro. Si hubiesen estado seguras de que la culpable era ella, con seguridad habría sido apresada desde mucho antes. Lo mejor que podía hacer era quedarse en casa de Rin por esa noche y esperar a ver qué sucedía. Quizás todo se calmaba al día siguiente, después de todo el libro había sido devuelto. Con estos pensamientos, ella se animó por unos instantes.

Sin embargo, otra vez su espíritu volvió a estar sombrío. No podía poner en peligro a su amiga y a su familia, qué egoísta de su parte con sólo pensar aquella solución.

No obstante, sí era necesario informar a Rin. ¿O no? Tenía que pensar con calma. Saldría de la ciudad y esperaría a que su amiga le anunciase cuando todo estuviera más calmado. De este modo, si debía huir ya tendría alguna ventaja y si era posible retornar, cosa que en verdad esperaba pudiera ser posible, su amiga duende le notificaría sin contratiempos.

¿Sería prudente dejar una copia en su lugar? No estaba segura por cuánto tiempo ella sería capaz de mantenerla, pero definitivamente esto era lo mejor. Que huyese la señalaría inmediatamente como culpable. Así que Ondín volvió a crear una doble. 

Antes de dirigirse hacia la morada de su amiga, Ondín se apareció frente a un arbusto conocido por su fuerte aroma y se frotó con insistencia varias ramas por su cuerpo. Ya comenzaba a pensar con más frialdad y esperaba que aquello encubriera un poco su olor. Acto seguido se apareció en el cuarto de su compañera. La pequeña duende, como siempre le sucedía, dio un respingo acompañado de un gritito.

- ¡Por el sol naciente, Ondín! – Soltó crispada, sin embargo, se detuvo en seco al ver la cara de su amiga. – Oh… ¿Qué sucede? – Luego, cuando captó el penetrante olor en el ambiente, prosiguió mientras entrecerraba los ojos sospechosamente – ¿Has bailado y te han arrojado parietarias? 

Ondín no supo si reir o llorar, pero se aguantó de hacer cualquier cosa que le hiciera perder un tiempo valioso. Así que al cabo puso a su amiga al tanto, lo más rápidamente posible. Al final de su narración la pequeña duende la miraba con ojos muy amplios. 

- De modo que mañana vendré y me dirás cómo siguen las cosas…

- Ni modo, iré contigo… cómo te las apañarás sola en la noche... afuera… no sabemos que puede haber ahí… - Comenzó Rin decidida y ya se disponía a preparase cuando Ondín, haciendo una expresión cariñosa, la frenó. 

- Te agradezco tanto Rin. Pero será mejor que no me sigas. Escucha Rin, me serás más útil aquí. Rin, por favor… No quiero complicar más esto, por favor.

Por unos segundos su amiga la miró muy seria desde su pequeña altura pareciendo sopesar la situación hasta que soltó el aire.

 - ¡O Ondín cuánto lo-lo-lo siento! Esto no-no debería estar o-o-o ocurriendo – Rin tartamudeaba a veces cuando estaba nerviosa: - Te dije que-que-que era una ma mala idea… 

Viendo que la duende adoptaba la cara y la postura que anunciaba un largo regaño, Ondín puso una mano sobre su boca y la miró suplicante.

- Lo sé, pero es muy tarde ahora. Cuento contigo Rin. Mañana vendré hasta aquí en la tarde. Reúne información ¿sí?

Rin sólo atinó a asentir con su diminuta cabeza. Así que, sonriéndole con tristeza, Ondín la abrazó a modo de despedida. – Ten mucho cuidado…- Y ya iba darse la vuelta cuando su amiga la abrazó por la cintura. A su lado lucía como una niña pequeña, sin embargo Rin era mayor que Ondín por varios años. 

- Te acompañaré hasta la salida, creo que con la cantidad de flor cadáver que te has untado, no podría encontrarte ni un pelotón de lechuzas guardianas.

Tras ese comentario, contra todo pronóstico, Ondín se carcajeó de buena gana. Por otro lado, Rin se puso seria de pronto, acto seguido le hizo una señal para que se quedara quieta y salió corriendo en puntillas sin provocar ruido. En un minuto la pequeña duende volvió con una extraña, pequeña ballesta en las manos. 

- Rin... ¿qué...?

- Padre la hizo, es una ballesta de mano. El arco es de plata igual que los virotes. - Mientras hablaba la duende le ponía el arma en la mano izquierda a Ondín y luego le ataba en las extremidades unas pesadas bandas de cuero que le cubrían cada antebrazo, así como sus pantorrillas.

- ¿Qué es esto? Es realmente pesado Rin...

- Aquí llevas los proyectiles... 

- Rin, no puedo hacer blanco ni en un tronco a cinco pasos... creo sería mejor para mi correr y estar más ligera.

- Schschsch... quizás lo necesites... observa: primero tensas la cuerda hasta que la aseguras en la muesca y luego pones el virote, debes tener mucho cuidado con el gatillo cuando esté cargado... por el sol que eres capaz de dispararte a ti misma...

- Sí, no necesitas recordármelo...

- Por último, apuntas y luego aprietas aquí el gatillo y ¡zas!... ¿Lo ves? Es muy fácil de usar y vuela más allá de doscientos pasos...

- ¡Cielos…! tu padre sí que rompe las reglas enseñándote tales cosas...

- Promete que no dudarás en usarlo si estás en peligro... no sabemos qué hay ahí afuera... Promete que estarás bien.

- Lo estaré. - respondió Ondín tratando a la vez, de convencerse también a sí misma.

Momentos después ambas amigas se encontraban caminando en silencio y suavemente para no levantar sospechas. De vez en cuando la pequeña duende levantaba la cabeza y daba vistazos alrededor mientras que, por su parte Ondín, se estremecía con cada ruido. Ella se exaltaba con cada sombra, creyendo ver la forma de una gigantesca lechuza.

Si era así dentro de la ciudad qué pasaría con ella cuando estuviese en un lugar desconocido, razonaba con amargura Ondín.


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