Alejandro entonces movió su mano y en el momento en que deslizó su mano debajo de sus pantalones, Abi repentinamente cubrió su cara y cerró los ojos.
—No tiene sentido esconderse ahora, pequeña cordera. Tienes que domesticar al monstruo que despertaste y arrullarlo para que vuelva a dormir —dijo él—. Ya salió, Abigail, ya puedes mirarlo —bromeó, pero la chica negó con la cabeza con determinación.
Divertido, Alex movió sus manos hacia las muñecas de ella para quitarle las manos de la cara cuando de repente, el estómago de Abigail rugió. —Groooooooowl.
—¡No lo haré! Creo que aún no estoy lista para verlo, Alex! T-t-todavía queda mañana para eso, ¿verdad? ¡O todos los otros días después de mañana! —protestó, sin siquiera escuchar el llamado de su propio pequeño monstruo, aunque su pequeño monstruo no deseaba placer; deseaba comida.