–¿Cuánto por la madre?– pregunta Shi, disimulando su voz.
El mercader la mira. Me mira a mí. Dudando.
–De verdad quieres separarlas. No se ven muchas madres e hijas. Es excepcional. Las dos juntos por 500 oros es una ganga– intenta convencerla él.
–Si es tan excepcional, estaría en la subasta. Si no se ven muchas, es porque nadie es tan estúpido como para venderlas así– le contradice ella sin contemplaciones.
No tiene ninguna piedad. Estoy seguro de que está irritada. El mercader parece reaccionar un poco hostil.
–¿Cómo que no? Lo que pasa es que…– intenta refutarla.
–No me jodas. Todos sabemos que hay granjas de cría. Si fuera tan bueno, habría cientos vendiéndose. La gente necesita una esclava o necesita una niña. No las dos. Si no las ponen juntas, es porque saben que las madres se deprimen cuando se las quitan. Es fácil que enfermen. Así que valen menos. 40 oros por la madre es una buena oferta.
Sin duda, se lo han estado pensando antes. Quizás incluso lo ha discutido con Song. Está en primera línea, mirando.
El mercader está empezando a sudar. No le está saliendo como esperaba. Además, otros están escuchando. Si no sabían que la madre se deprimía, ahora lo saben. Está intentando presionar al mercader.
–¿¡40 oros!? ¡No pienso venderla por menos de 400 los dos!
Shi me va mirando de reojo. Song también. Finalmente les digo que sí. La niña ha dejado de llorar. Me mira con curiosidad. Es débil, pero puedo llevármela.
–Que manía… Nadie va a querer los dos. Tú mismo. Es difícil que alguien los compre. Tendrás que alimentarlos. Ocupan espacio que no podrás usar para otros– se encoge de hombros y mira alrededor –. ¿Alguno piensa diferente?
Es un riesgo. Pero si alguien compra a las dos a la vez, les está bien. Sería un mal menor. Al menos, no las separarían. Aunque sería una pena perderla. Nadie responde. Excepto Song.
–Vaya pregunta más absurda. ¿Quién va a pensar diferente? Lo sabe todo el mundo– asegura ella, con desdén –. Puedo subir hasta 50 oros, ni uno más.
–¡Oye! ¿¡Por qué te metes en los negocios de los demás!?– exclama Shi, ofendida.
–Ahora es mi negocio– sigue Song con tono de desdén, arrogante.
–La niña parece sana, aunque no puedo estar seguro. No tiene nada de especial. Te doy 10 oros por ella– intervengo.
–No…– susurra su madre, incapaz de aguantarse.
Lamento hacerla sufrir así. Solo será un momento. Espero.
–¿10 por la niña? Al menos 100…– regatea el mercader, cada vez con menos convicción.
–Uff, mira la madre… Es peor de lo que pensaba. Retiro mi oferta– interrumpe Song, con el mismo tono de desdén.
Por dentro, deben de estar sufriendo las dos. En especial Song. Fue una de las que más quiso animar a aquella esclava. Estuvo bastante deprimida cuando murió. Y eso que los esclavos estamos acostumbrados.
–Bajo mi oferta a 20. No sé si podré aprovecharla– interviene Shi.
La mayoría del resto de posibles compradores se van a otros puestos. Claramente, han perdido interés. Algunos se quedan. Probablemente por curiosidad. Y Song. Es improbable que intervengan. Lo que ha hecho Song no está bien considerado. Han habido miradas y murmullos de reproche.
El mercader está sudando bastante. No ayuda que esté gordo. Y que sea un mortal.
–¿100? ¿Lo que vale un esclavo sano por una niña a la que hay que criar? ¿Estás de broma? Me interesa porque podría ser una esclava para mi sobrino, un poco mayor. Pero por 100, me espero a que crezca para comprarle una a su gusto. Puedo subir a 15, pero no puedo arriesgar más.
–¿Bueno, la vendes por 20 o no?– presiona Shi, intentando abrumarle.
–Al… Al menos paga los 40– casi suplica.
Sabe que es probable que se corra la voz. A la gente le gusta cotillear. Si es así, le será imposible venderla por más. Me cuesta no sonreír. Hemos ganado. Ahora queda la última negociación.
–¿40? ¿La has visto? No puede ni aguantarse las lágrimas– sigue presionando Shi.
La esclava está destrozada. No puede contenerse. El mercader coge un látigo, dispuesto a azotarla. Enfurecido con ella.
–¡Maldita esclava!
–Si la hieres, bajará aún más su valor. En su estado, puede que la arruines del todo. No esperes que te la compre– dice Shi con aparente calma. Sé que no lo está.
El mercader se detiene de golpe.
–¿Me la vendes por 15 o no? Tengo un poco de prisa. Si no te interesa, me iré a ver que encuentro. Quizás pueda encargar una– amenazo.
–Vale, 15 oros. ¡Ni uno menos!– se rinde finalmente. –¿30? Pregunta ya bastante indeciso a Shi.
–Buff. 25 y soy generosa. Puede que los esté tirando. No sé si al final servirá. Quizás no debería comprarla…– asegura ella, reticente.
–¡Vale, hecho, 25!– se apresura a cerrar el acuerdo.
Ella paga primero. Le dan el papel de propiedad. El que coincide con el tatuaje de esclavo. Se puede quitar con qi si el esclavo consigue cultivar. Paga con la entrada y pone 15 oros más. Se aleja. Sigue de lejos a Song que se ha ido antes. Aunque se paran a mirar otros puestos. Más bien, a esperarme.
La niña también tiene su tatuaje de esclava. Y sus papeles. Está tranquila. La he hecho dormirse. Las sigo poco después. La esclava estaba casi histérica. Algo le ha dicho Shi. Se ha girado un momento. Shi la ha hecho volverse enseguida.
Lo curioso es que ahora siento una conexión. Es extraña. Quizás desesperada. Quizás de agradecimiento. Quizás de sumisión. De alguna forma, puedo llevármela también.
No tardamos mucho en salir. No hay mucho más que hacer. A Song le devuelven 5 oros. Al final, solo hemos perdido sus otros 5.
Nos reunimos en otro callejón. La esclava me mira con los ojos muy abiertos. Coge a su niña casi sin creérselo.
–Gracias– me dice temblando. Mirando a la niña. Con lágrimas en los ojos.
Las devuelvo. Luego hablaremos. Mientras, recorro un rato más el mercadillo. Hay muchas cosas inútiles. Puede que algunos tesoros ocultos. Sigo de incógnito. Me sacaré la ropa poco antes de volver. No quiero encontrarme a ese estúpido otra vez.
No puedo evitar sonreír. La nueva esclava estaba llorando, abrazando a su niña. Era conmovedor. Luego le presentan a las demás. Bueno, a Wang no. Supongo que le hablarán de ella. Y las presentarán cuando nuestra alquimista tenga un momento libre. Mejor no le digo que había puestos llenos de plantas.
Están un rato con ella. Aunque Song se ha apartado un poco. Está con el asta que he comprado. Y también ha sacado la punta de lanza. Espero que le sirva.
Algo me llama la atención. Es un puesto que venden un poco de todo. Aunque pocas cosas enteras. Entre ellas, un trozo de mapa. Me recuerda al que encontramos en la cueva del cultivador. Lo miro sin sacarlo del almacén. Tiene un estilo similar. Puede que incluso coincida por uno de los lados. Pero hay algo raro.
Quizás no me hubiera dado cuenta si no lo estuviera mirando directamente. El color es ligeramente diferente. ¿Será porque uno está más desgastado que el otro?
No, hay algo más. El borde del mapa que está en el puesto, el que no está roto, es bastante liso. El que tengo yo es más irregular. Incluso la tinta no es exactamente igual. Hay sutiles diferencias en la forma de los trazos.
Quizás no me hubiera fijado si no me dedicara a copiar los cuadernos. Hay que ser muy exactos al hacerlo. No solo en la forma, sino en los trazos del pincel. En su fuerza, dirección y extensión. ¿Puede ser una copia mal hecha?
Aunque lo fuera, tampoco importaría mucho. Pero, ¿por qué alguien vende una copia de un trozo de mapa?
Lo dejo y examino otro. Para disimular. También parece un trozo. Ni idea si es real, una copia o simplemente falso.
–Estos mapas parecen incompletos– miro al vendedor un tanto confuso. Aunque mi confusión es por otra razón.
–¡Por supuesto! Son mapas reales, pero incompletos. Si encuentras las otras partes, ¡podrás hacerte rico! Si el destino te ha llevado a uno, ¡te llevará a los otros!
Sabe vender su mercancía. Si no fuera porque desconfío, estaría tentado.
–A 200 oros, ¡es una ganga! ¡Puede valer millones lo que encuentres! ¡O más!– sigue ofreciendo.
Sí, claro… El destino me ha llevado a los ocho trozos de mapa y tengo que comprarlo todos. Dejo el que estoy mirando. Aunque dudo, decido no comprarlo. Hay algo extraño, aunque no sé el qué. De hecho, ni siquiera sé si el nuestro es auténtico.
Alguien se pone a mi lado. Me medio empuja de malas formas. Es un hombre de pelo morado. Poco más puede verse que lleva una cola. Un pañuelo y un sombrero ocultan su rostro. Podría haberme pedido que me apartara. Aunque mejor no digo nada. Está en la etapa 8 de Alma.
Coge el mapa. El que parece que coincide con el mío. El que parece una copia. Paga los 200 oros sin pestañear. Me lo quedo mirando. Me ignora. El vendedor se encoge de hombros, como disculpándose conmigo.
Me levanto y sigo mi camino. Me quedo mirando al que se va. Al que me ha empujado. Entonces, veo que dos siluetas se ponen en marcha tras él. Le siguen. A escondidas.
Estoy tentado de ir tras ellos. Pero no soy tan estúpido. Si él estaba en la ocho de Alma, los otros dos puede que más. Y no es asunto mío. Pero me intriga. ¿Tiene relación con que haya cogido ese mapa? Quizás sea más peligroso de lo que pensaba
Miro de reojo el puesto. Para mi sorpresa, ha puesto otro mapa exactamente igual. Eso confirma que es una copia. Puede que sea falso. Me quedo con ganas de saber más. Lo que está claro es que debo ir con cuidado con cualquier cosa relacionada con el mapa. Por si acaso. Hay gente vendiendo y gente acechando. ¿O quizás era por otra razón? Como sea, no puedo saberlo. Así que mejor ser precavido.
Las chicas están bañando a la niña y a la nueva esclava. Hablando con ella. Parecen bastante alegres. La esclava está sorprendida. Supongo que le están contando acerca de nosotros y la Residencia. Abre muchos los ojos.
Están todas allí. Song ha dejado la lanza para luego. Al menos, no la ha desechado del todo. Puede que haya alguna posibilidad. La escena de verlas desnudas en el agua siempre la encuentro muy sensual. Con una novedad. Y sin Wan.
No es lo que se consideraría una belleza. Si lo fuera, hubiera estado en la subasta. Sus pechos son algo más pequeños que los de Ma Lang. Quizás, están un poco hinchados. El bebé chupa a gusto uno de ellos.
Su piel es algo más oscura de lo habitual. Su pelo rojo oscuro. Corto. Sus ojos tienen un tono anaranjado. Su culo ni muy prominente ni todo lo contrario.
Rui, Ning, Rong y Bronceada están entrenando. La primera y la última con convicción. La segunda porque Rui la vigila. Rong no lo tengo muy claro. ¿Quizás debería ofrecerle alguna técnica? Cuando lo insinué, me ignoró. Si no me puedo fiar de ella, tampoco importa mucho.
Dejo atrás los puestos y la gente. Es algo más solitario. Me escondo en una calle lateral para quitarme el exceso de ropa y dejar solo la de estudiante. Ya estoy llegando a la salida de la ciudad. La que lleva a la secta.
Al poco de salir, aparece alguien cortándome el paso. Otro detrás. Los he visto antes. El de detrás es el de la etapa 3 que estaba con mi "viejo amigo", el estudiante Fen. Sé que su nombre completo es Niu Fen.
El otro está en la etapa 5. También es inestable, pero son 4 etapas de diferencia. Esto puede ser peligroso. Si atacan, no sé si saldré de esta. Aviso a las chicas. Siento molestarlas, pero no hay más remedio. Las saco del estanque y les pongo delante de las armas y ropas, y toallas. La nueva parece confundida.
Niu Fen sale de detrás del de la etapa 5. Muestra una sonrisa satisfecha de sí mismo.
–Je, je. ¿Creías que te iba a dejar escapar así como así, que iba a dejar escapar mi venganza?– me amenaza.
–No sé de qué me hablas. Si hiciste algo mal, simplemente admítelo. Ya te han echado, no te van a hacer nada más– respondo, intentando ganar tiempo.
Las chicas se visten y arman en un momento. Rui también. Incluso tengo a Ning preparada. El problema está que, incluso con ellas, será muy difícil. Quizás podamos asustarlos, pero dudo mucho que matarlos. Eso no sería bueno. Si son testigos de que ellas salen de la nada, puede ser un grave problema. Claro que es peor morir.
–¡Sé que fuiste tú! ¡Tú pusiste las píldoras allí! ¡No pudieron ser mis amigos!– me acusa.
Tiene razón, fui yo. Aunque no es como si fuera a admitirlo.
–Era un esclavo entonces. ¿De dónde quieres que sacara no sé qué píldoras?
–¡Tú sabrás! ¡Escondías tu cultivación, también esconderías las píldoras!
–Una cosa es esconder la cultivación, pero ¿píldoras? A los esclavos no se las dan, no tienen dinero para comprarlas– argumento.
Se queda por un momento sin saber qué decir. Pero eso no me da la posibilidad de huir. O de atacarle. Si lo cogiera prisionero, seguro que podría escapar. Por desgracia, sus guardaespaldas están vigilándome. Uno de ellos interviene.
–¿Quizás la robó?
–¡Eso! ¡Las robaste para conspirar contra mí!– afirma hinchando el pecho, como si se le hubiera ocurrido a él.
¿Por qué tenía que meterse? Lo curioso es lo cerca que está de la verdad. Por pura casualidad. Tengo que conseguir que vuelva a dudar.
–¿Estás diciendo que un esclavo roba píldoras y, en lugar de usarlas él, las usa para ir contra ti? ¿Sabes lo absurdo que es eso?
En realidad no tanto. Guardarlas o usarlas sería muy peligroso. Podrían descubrirte enseguida. Pero él no lo sabe. Espero.
–¡Mierda! ¡Alguna razón tendrías! Además, ¡me caes mal! ¡Y podrías chivarte de esto! ¡A por él! ¡Matadlo!