El segundo día de clases había comenzado para Minny y era seguro decir que todas las miradas estaban sobre ella, y casi todo de lo que los niños hablaban era sobre su padre. Sin embargo, no le importaba escuchar esas palabras sobre su padre porque no se hablaban en mal sentido, y en cambio solo se escuchaban palabras buenas.
En medio de las lecciones, cada vez que escuchaba a alguien hablar sobre su padre, sobre lo genial que era, incluso repitiendo algunas de sus frases, tenía que obligarse a bajar la cabeza y sonreír.
—¿Alguien sabe la respuesta a esta pregunta? —preguntó la Srta. Bedford.
Uno de los niños estaba agitando sus manos en el aire, y cuando eligieron su nombre, se levantó de su asiento y aclaró su garganta.
—Señorita Bedford, desde hoy ¡siempre abriré la puerta! —dijo el niño.
Los demás en el aula se rieron, ya que estaba claro que estaba imitando lo que Quinn había dicho, sobre abrir siempre la puerta para Minny.