Capítulo 7: 6: Algo para mí (Parte 2)
Cuando salió fue en dirección a la puerta y antes de salir comprobó si tenía las llaves encima, después cerró y fue al ascensor donde ahí podría bajar al comedor principal. Comió en silencio y sin rechistar; primer plato verdura y de segundo unos buenos espaguetis. Siempre tardaba en comer, la gente se quejaba, no tenían paciencia. Dejó el plato limpio, el hambre era superior a su propio cuerpo, como si un dragón feroz hubiera hecho su manifiesto.
— ¿Estaba bueno? — la voz de una mujer la sorprendió. Lana se limpió la boca con la servilleta y asintió.
— Muy delicioso — respondió. Se fijó en la mujer; rubia con la melena corta, ojos hermosos marrones y de cuerpo ancho, llevaba una camiseta gris y pantalones negros. Una belleza. A su lado había un carro negro amontonado de platos, al parecer iba recogiendo todos los recipientes de la sala. No había tanta gente como al principio, quedaban tres personas más en otra mesa y ella.
Se puso derecha, tenía intención de ayudarla a poner los platos en el carro.
— Encantada, me llamo Alice. Soy una de las trabajadoras de esta asociación — se presentó la mujer.
— Encantada, me llamo Lana.
La mujer mostró una sonrisa amigable.
— Bienvenida, espero que tu estancia aquí sea buena. Recuerda que tienes un lugar al que llamar hogar — Alice dijo a la vez que recogía el resto de la mesa. La joven se dispuso a ayudar, sin embargo, la detuvo —. Descuida no es necesario.
— Gracias.
— Oh, encanto, no es nada. Además, nosotros somos como una pequeña familia, recuerda que te ayudaremos en todo lo que esté en nuestras manos, en esta asociación contamos con muchos casos de gente que han salido adelante poniendo todo de su parte y de la nuestra.
— Eso está muy bien, me esforzaré mucho.
Alice la miró con otra sonrisa.
— Tenemos espacio para actividades, atención personalizada para realizar una buena carta de presentación a la hora de buscar trabajo, además de conseguir educación y que entres a los estudios que necesites, supongo que te lo habrán explicado — seguía recogiendo a medida que iba aclarando.
Eso último le dio un resquicio de esperanza, llevaba muchos años ahorrando para acabar la carrera de psicología, pero gran parte se fue en las deudas de su hermano Dylan y el resto seguía en Stockton junto a sus pertenencias.
Le agradeció a Alice la explicación y fue de nuevo a la habitación. Tenía ganas de darse una ducha, lavarse los dientes e irse a la cama. Era temprano, apenas las cuatro de la tarde. Había ropa cómoda encima de la cama, se la puso, tenía el cabello un poco húmedo, pero el cansancio era tan fuerte que no le importaba. Quedó echada en la pequeña cama, la comodidad la dejó laxa, además olía bien. Se hizo ovillo bajo la sábana y en cuestión de minutos ya estaba descansando.
Dylan gritaba a la tía, mientras Lana lloraba desesperada buscando ayuda en aquellas cuatro paredes de su habitación, la voz de la mujer era espantosa, se escuchaba terrorífica. La joven de pronto vio esqueletos saliendo del armario y a su hermano poniéndose a su lado protegiéndola, se veía todo confuso tanto como oscuro. La tía era consumida hasta que... Lana pegó un brinco en la cama respirando entrecortadamente y algo sudada, con el pecho subiendo y bajando sin control.
Una pesadilla, una asquerosa pesadilla.
Lo cierto, más no un ensueño angustioso; la situación de su tía... aquella mujer era una fugitiva. Todo en su familia era sinónimo de desastre.
Salió de sus pensamientos sacudiendo la cabeza. No deseaba darle más vueltas al asunto, ni adentrarse en un agujero negro, cuando lo hacía no había escapatoria –ni siquiera la luz– podía escapar de él.
Se tranquilizó después de unos segundos, todavía estaba ahí en la habitación, sola, protegida por su propia presencia y por el universo. Se echó a llorar tapándose la cara en la palma de sus manos temblorosas, necesitaba el abrazo de su hermano Dylan, pero todavía no podía verlo, quedaban menos de dos días para poder presenciarlo y no en las mejores circunstancias.
Acechó a través de la ventana, estimó el cielo negro, tan negro como la tinta de un bolígrafo a causa de la falta de atmósfera en el cosmos, comprendió que era de noche. De ese modo lo determinaba.
Su alma estaba triste por todo lo ocurrido en el pasado, aunque no fuera responsable, más bien una víctima de los actos de los demás. Se identificaba como un meteoroide, al fin y al cabo, estos no estaban muy alejados de ser pequeños pedazos de asteroides. Su corazoncito era como pequeños pedazos después de todo.
Al igual que el universo lleva expandiéndose desde hace miles de millones de años, Lana se extendía igual, su tristeza se propagaba por todo su ser hasta el más pequeño rincón.
La melancolía era la vibración, el sentimiento y la emoción que la hacía sentir viva porque en eso se había convertido hacía años, en una persona reservada y triste. Observó la hora del reloj que se situaba encima de la mesita, las ocho de la noche marcaba, se llevó una sorpresa había dormido una siesta de cuatro horas.
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