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21.55% El diario de un Tirano / Chapter 36: Una conversación

Capítulo 36: Una conversación

  Había encontrado al hombre adecuado para funcionar de "Investigador en jefe" y, como lugar provisional de investigación, había designado una habitación del castillo, para sorpresa de ambos, al otorgarle aquel título su mente sufrió un gran cambio, logrando leer los planos que le había proporcionado y, que el joven había conseguido de su inventario, los cuales aparecieron después de designar la habitación. Todo fue demasiado extraño, pero no creyó que eso fuera malo en realidad, había pasado por tantas cosas, logrando comprender que la interfaz era más una aliada que una enemiga y, así la trataba, por lo que tenía confianza en todo lo que provenía de ella. Lo dejó, notando que el hombre estaba deseoso por comprender el misterio que ocultaban los planos, trabajando día y noche, con descansos de pequeños intervalos de tiempo.

  --Señor, necesitamos más piedra para la segunda torre de arqueros. --Dijo Astra.

  --¿Y cuál es el problema?

  --La piedra la conseguimos de la tribu antar, anteriormente era su manera de pagar los impuestos, pero hace dos primar (primavera), al no ser necesitada, el hombre anterior del castillo cambió el tributo por piedras preciosas de sus cuevas.

  --Manda a un grupo de hombres para notificarles del cambio, de preferencia que los guardias sean islos, equípalos con buenas armaduras y armas, siento que el papel principal de su raza es el combate.

  --Sí, señor.

  --¿Algo más?

  --Sí, el padre de Yerena solicita una audiencia --Al notar la expresión de su señor, explicó--, yo tampoco sabía que era, al parecer, es para decir con propiedad que desea verlo.

  --Dile que lo mandaré a llamar cuando sea el momento para hablar con él.

  --Sí, señor.

El joven se detuvo al mirar un guardia subir con una bandeja de comida en las manos, por los escalones que llevaban a los cuartos principales.

  --¿Se encuentra bien, señor?

El joven asintió después de un momento, mirando a su subordinado con seriedad.

  --Tengo que hacer algo, tú sigue haciendo lo tuyo.

  --Sí, señor. --Asintió, quedándose de pie y observando como la silueta de su señor desaparecía en la oscuridad del sendero de escalones.

El joven se dirigió de inmediato a la habitación más lejana del pasillo, exactamente dónde se encontraba un guardia custodiando la puerta.

  --Señor. --Dijo la mujer con respeto, abriendo la puerta al notar la espera del joven, quien se adentró sin pensarlo dos veces.

Era una habitación sencilla, amueblada con lo más básico, pero para la dama sentada en una silla de madera, degustando sus alimentos sobre una mesa del mismo material, era el paraíso, pues después de haber pasado días acostada en el piso, hasta las camas de heno las apreciaba como camas de la realeza.

  --Déjanos --Le ordenó al guardia del interior-- y, cierra la puerta.

La maga desvió su mirada al suelo, jugando con dedos para evitar que el nerviosismo se apropiara de ella, en la academia había aprendido muchas cosas para calmar la mente, estabilizar sus emociones y poder pensar con claridad, lamentablemente, todas esas cosas no funcionaban cuando estaba en presencia de ese monstruo con piel humana.

  --Sigue comiendo. --No fue una sugerencia, fue una orden.

La maga tragó saliva, no teniendo más remedio que obedecer. El joven se acercó, sentándose sobre la silla sobrante al lado de la mesa.

  --Me salvaste la vida y, te lo agradezco --Dijo con un tono que no representaba el agradecimiento. Helda casi se atragantó por la sorpresa, al final logró pasarse el bocado--. Pero eso no significa que te perdonaré por lo que hiciste. --Se recargó sobre la mesa con ambos brazos, mirando con frialdad a su cautiva.

  --Desde ese día --Bajó la cuchara de madera al plato, levantando la mirada para observarlo--... me ha estado rondando en mi cabeza una sola pregunta ¿Qué fue lo que te hice? No recuerdo haberte conocido antes de esa noche.

El joven tronó la boca para evitar enojarse, respirando profundamente.

  --Itkar --Blasfemó en silencio al pronunciar ese nombre-- y, tú abusaron de mi amiga Nina --Dijo sin emoción, porque sabía que dejaba salir su enojo, no podría controlar su espada--, la lastimaron y, ahora ella ya no es la misma.

Helda quiso decir algo, pero se arrepintió, la gélida intención asesina que desprendía de su cuerpo le advertía que cualquier cosa mal dicha podía llevarla a un destino más cruel que la propia muerte.

  --Entiendo. --No se atrevió a decir sus verdaderos pensamientos.

  --Vine a decirte que no te mataré, al menos no hasta tener el cadáver de Itkar en mis manos. Te has ganado eso por salvarme la vida.

  --¿Esperas que te agradezca? --Su arrogancia floreció.

  --No --Respondió--, pero si estuvieras consciente de mis habilidades, estoy seguro que mi forma de agradecerte, te hubiera alegrado más allá de la imaginación.

Helda volvió a quedarse en silencio, esos ojos verdes penetraban todo su interior con tal poder que la asfixiaban y, la frialdad con la que la miraba, era la mejor prueba de que sus palabras no eran solo eso.

  --Disfruta tus días y noches, porque no se cuándo volveré aquí con el filo de mi espada.

El joven se levantó al terminar de hablar, con intención de salir de la habitación.

  --Espera. --Se colocó de pie.

Volteó, esperando por sus palabras.

  --¿Qué quieres?

  --Si voy a morir --Dijo de forma impotente--, al menos déjame saber el nombre de mi primer hombre. --Algo había cambiado en su interior y, ni ella misma sabía el qué.

  --¿Nombre de tu primer hombre? No entiendo.

  --Quiero saber tu nombre.

  --¿Mi nombre? ¿Por qué?

  --Es una petición pequeña, considerando lo que me has venido a decir.

  --No tengo nombre. --Dijo después de un momento de silencio.

  --Me quitaste mi magia --Apretó los dientes para evitar llorar--, me encerraste y, me trataste como uno de esos --No se atrevió a decir "sangre sucia"--... y no se diga que para salvarte tuve que darte mi primera sangre --Sus ojos se tornaron rojos y brumosos--. Lo he pensado, no soy estúpida, sé que no me vas a liberar, por lo que, al menos quiero saber cómo te llamas ¡Es lo menos que puedes hacer por mí! --Le gritó.

Se acercó, colocándose justo enfrente de ella.

  --Te lo dije, no tengo nombre. --Su voz fue tan gélida que apagó la furia de la maga.

Helda entendió por el tono que no mentía, sintiéndose ligeramente confundida.

  --¿De verdad?... ¿Por qué?

  --No lo sé. Si es todo lo que quieres decirme, adiós.

  --Espera... solo una cosa más ¿Has sentido algo extraño dentro tuyo después de ese día? --Preguntó con timidez.

El joven pensó por un momento antes de asentir.

  --Sí ¿Cómo sabes?

  --Sabía que no era mi mente --Se dijo a sí misma, luego volteó a ver al joven--. Es porque yo también siento algo y, no sé que es.

El joven entrecerró los ojos y, por el impulso llevó su mano al cuello de la maga, quién jadeó, mostrando una expresión de confusión y terror.

  --¿Qué... te... pasa? --Preguntó con dificultad.

  --¿Qué me hiciste? Puede que no comprenda la magia de este lugar, pero no por ello significa que no entienda el poder que poseen los lanzadores de hechizos. --Su mirada era fría, desprovista de cualquier sentimiento cálido.

  --No... te hice... nada...

Aflojó el agarre, pero no la soltó.

  --No te creo.

  --¿Acaso olvidaste lo qué le has hecho a mis manos? --Frunció el ceño, su enojo floreció nuevamente--. Por tu maldita culpa no podré hacer magia, no hasta encontrar la manera de sanarlas. Que más gusto me daría matarte, pero --Suspiró, volteando a un lado y, exhalando todo su enojo--... sé que no puedo.

La soltó, lanzando su cuerpo hacia atrás y, ella, al no poseer demasiada fuerza en sus piernas cayó sobre su trasero. Sus cabellos desordenados y opacos obstruyeron su mirada, una mirada orgullosa e impotente, que le dirigía la emoción las siniestra que los humanos poseen: el odio.

  --Te odio maldito --Las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas-- ¡¿Me escuchaste?! ¡Te odio!

El joven se quedó de pie, estático, sus puños temblaron al apretarlos con fuerza, quiso gritar, pero al final, lo único que hizo fue retirarse de la habitación, dejando a la dama sollozando con las piernas abrazadas.

 


Capítulo 37: El rescate

  Gracias a la prevención del ministro de asuntos internos y externos se comenzaron a construir más campos de trigo y, de otras plantas comestibles, unos cuantos huertos de frutas y legumbres, así como de un pequeño campo de lino, ya que, bajo su análisis, la comida escasearía para los siguientes dos inyar (invierno), por el aumento en la población y, no fueron las únicas implementaciones, ya que, días antes se había inaugurado el nuevo campo de entrenamiento para los nuevos y viejos reclutas, permitiéndoles aprender formaciones de batalla, maniobras ofensivas y defensivas, emboscadas y, cargas de la aun pequeña caballería. También, por petición especial de los dos hermanos se comenzaron los preparativos de la guardia personal de su joven señor, escogidos de lo mejor de lo mejor.

  --¿Qué es lo que quieres hablar conmigo? --Preguntó desde detrás de su escritorio, con una mueca seria.

  --Trela D'icaya, la gran Sicrela (Siempre fuerte) Mujina ha estado entrenando día y noche, pero no ha obtenido el resultado que Trela D'icaya le concedió ese día...

  --¿Quieres que la ayude a despertar de nuevo? --Preguntó con frialdad.

  --No me atrevo a pedirle algo, Trela D'icaya, si no más bien es una súplica. Usted logró volver nuestra sangre al comienzo y, siempre tendrá nuestro eterno agradecimiento, pero, como sabrá, para que la gran Sicrela Mujina herede la Gota Divina, debe estar en su verdadera forma.

  --En realidad no lo sé, conozco tanto de sus costumbres como de los reinos humanos --Dijo, colocándose de pie y mirando hacia el arrodillado hombre--, para que entiendas, nada. Y seré directo contigo, no tengo planes de seguir tratando de desbloquear sus sangres.

  --Pero Trela...

  --Dijiste que obedecerías cualquier mandato mío y, que con gusto aceptarías la muerte si te ordeno morir, así que ¿En verdad deseas refutar mis palabras?

El padre de Yerena negó con la cabeza, sintiéndose impotente y triste, la maldición con la que había cargado su pueblo durante siglos era su mancha en su legado, el dolor más grande de sus vidas y, por eso mismo, al haber conocido a la persona que podía poner fin a ello les otorgó una felicidad inconmensurable, sin embargo, esa persona se estaba negando a ayudarlos, no teniendo más remedio que sentirse impotente con la situación.

  --No, Trela D'icaya, no me atrevo. --No levantó la mirada.

  --Reconozco el sentimiento por el que ahora pasas --Suspiró-- y, quiero que comprendas algo, no te estoy diciendo que no lo haré más, solo que por el momento no está en mis planes.

Y no era por orgullo, tenía un ligero temor de volver a caer enfermo y ser salvado nuevamente por la maga, por lo que esperó a que su habilidad fuera de un mayor nivel para volver a ocuparla.

  --Gracias --Levantó la mirada con una sonrisa, pues después de todo, aún había esperanza--, Trela D'icaya.

El joven lo miró, dándole la orden de que se levantase y se fuera y, al segundo siguiente lo hizo.

  --¿Qué es eso de Terla D'maya? --Preguntó Fira, intentando imitar el acento del padre de Yerena.

  --No lo sé, una vez me explicó el significado, pero ese día no le presté atención, por lo que no lo recuerdo bien, creo que significaba algo sobre "mi santo", o "nuestro más alto". Solo sé que es el título más alto que se otorga en su raza.

Fira asintió, sonriendo por escuchar la explicación de su señor, desde hace algún tiempo se había dado cuenta de que a su hermano y a ella los trataba diferente, alegrándose mucho por ello.

El joven volvió a su asiento, recargándose sobre el respaldo de la silla y, disfrutando de la quietud. Abrió sus ojos repentinamente al sentir ese a algo en su cuerpo, la intriga ya se había convertido en fastidio y, aunque sabía que la maga sufría de lo mismo, no se atrevía a volver a visitarla, no después de ese día, ya que, cada vez que la veía, sentía tan complicados sentimientos en su corazón que le provocaban dolor. Fira notó la extraña expresión de su señor, sintiéndose ligeramente alarmada, sin embargo, el joven no solo por eso había abierto los ojos.

  --Señor ¿Se encuentra bien?

  --Sí --Asintió--. Fira, tráeme un poco de té caliente. --Sonrió como nunca lo había hecho.

La dama asintió, retirándose un momento después.

  --Buenas tácticas --Su mano desfundó el cuchillo oculto en su atuendo con sumo cuidado-- ¿Acaso buscas matarme?

Al terminar su pregunta se levantó, arrojándose a dos pasos al frente para evadir el proyectil que se acercaba a su cabeza. Al voltear por completo observó a la silueta oscura que repentinamente había aparecido.

  --Sorprendente... --Dijo el individuo de detrás de la capucha.

Sonrió al notar que su cuchillo había asestado justo en el blanco: en el pecho del individuo, quién se tambaleó, tropezando con su escritorio y cayendo al suelo segundos después. El joven se le quedó mirando, antes de que su mente procesara algo de suma importancia.

  --Mierda, la maga.

Salió de su oficina como un rayo, yendo directo al pasillo de las habitaciones y, justo al llegar se percató que sus instintos no habían estado equivocados, pues dos de esos individuos acababan de matar a la guardia de la entrada.

Dentro de la habitación de la maga.

Dos individuos encapuchados y vestidos de negro entraron al oscuro cuarto, matando de un solo movimiento al guardia, quién no se había enterado de nada.

  --Dama Lettman, hemos venido a rescatarla. --Dijo uno de ellos.

Helda despertó de su sueño, observando al frente con un poco de dificultad por la oscuridad, al ver a los afamados asesinos de su madre, su corazón palpitó de alegría, Levantándose inmediatamente de su cama. El individuo sacó de su atuendo un extraño papiro enrollado que desprendía una poderosa energía volátil, pero al mismo tiempo en equilibrio.

  --¿Son solo ustedes? --Preguntó interesada.

  --No --Negó la cabeza con respeto--, aún falta el asesino al que se le encomendó la tarea de matar a quien se atrevió a capturarla, dama Lettman.

  --¿Uno?

  --Sí, dama Lettman, uno es más que suficiente.

  --¡Idiotas! --Gritó-- El no es cualquier hombre.

  --Correcto --Apuñaló cinco veces la espalda del asesino de atrás--, no lo soy.

El líder asesino volteó, mirando con sorpresa al joven que repentinamente había aparecido, sus piernas temblaron al notar su expresión, no podía creer que una persona tan joven pudiera desprender tal cantidad de intención asesina, a la vez de poner esa expresión de helada ferocidad.

  --¡Activa el pergamino! --Gritó Helda.

El asesino asintió, tomó de la mano a la dama y activó el papiro encantando, sin embargo, antes de lograr completar su tarea, el joven ya había cortado su cabeza, todo había sido tan rápido que él había creído que había podido escapar. El joven tomó el cuerpo de la dama y se arrojó al suelo, dejando que el vórtice se tragara al decapitado asesino.

*Has fastidiado los planes de rescate de la familia Lettman*

*Has ganado cincuenta puntos de prestigio*

El joven se levantó, mirando a la maga con una sonrisa siniestra.

  --Querías dejarme ¿No es así? Y yo que pensaba que nos empezábamos a entender, jejejajaja. --Comenzó a reír como un loco, algo que aterró a la dama sentada en el suelo, no atreviéndose a levantar la mirada.

El joven comenzó a caminar hacia el cuerpo del asesino muerto, desnudándolo y buscando en cada parte de su cuerpo por algún artilugio que la maga pudiera usar en su contra, pero al inspeccionar por completo y guardar los objetos en su inventario, comenzó a alejarse para hacer lo mismo con el guardia y, al terminar se dirigió a la salida.

  --Espera, no irás a dejarme aquí con esos cadáveres ¿Verdad? --Preguntó alarmada, con una sonrisa forzada--. Espera ¡Espera!

El joven se detuvo, volteando para observarla una vez más.

  --Disfruta de tus visitas.

Azotó la puerta.


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