Dentro del mundo pintado que recién había pintado Viggo, eran las once de la mañana. Viggo lo había hecho a imagen y semejanza a la casa que tenían con Kiara, en lo que antes era el templo de quemado de Apolo, en Esparta. La casa blanca, larga, con los dos braceros a modo de entrada. Una puerta de madera en el frente con dos ventanas a los lados. Por dentro estaban primero el comedor al lado izquierdo y la sala de estar al lado derecho. Después había un largo pasillo con habitaciones a los lados. A la izquierda la cocina y a la derecha una despensa. Después seguían las habitaciones de Sakura y Ana a la izquierda y a la derecha la de Viggo. Por último, estaba el baño amplio y lujoso del lado izquierdo y la habitación de Kiara del lado derecho. Ninguna de las habitaciones estaba ocupada, después de todo, era un cuadro pintado hecho para Scheherezade. A esta última no le importaba tanto la casa o el interior, lo que le importaba eran los pastizales de la colina en la que estaba construida la casa. A cuarenta metros de la casa, sobre unos pastizales, ella y Viggo se amaron por primera vez en medio de una noche estrellada.
Viggo y Scheherezade en estos momentos ocupaban la habitación de Viggo, un poco diferente de lo que era cuando él vivía en aquella tierra. La gran diferencia era un escritorio, muchos libros y papeles escritos que Viggo continuaba rellenando sin parar. Ahora parecía más erudito que su padre y solo se había demorado tres días en rellenar estos montículos de papeles a los lados del escritorio. Sin embargo, durante estos tres días, su principal preocupación fue Scheherezade, quien estaba muy estresada por las exigencias y el trabajo. Claro, sin contar con los nuevos habitantes de Orario, un grupo de nobles que venían del reino de Rakia.
Viggo tomo una copa de oro, uno de tantos productos que le había conseguido Semiramis para que el practicara su clarividencia. Al concentrar su poder divino, sus pupilas brillaron doradas y pudo ver a un hombre de cuarenta años con un delantal de cuero. Tenía una pequeña forja ardiendo con un recipiente de hierro donde derretía oro. Sin embargo, dicha materia dorada tenía algunas impurezas en la superficie, las mínimas, pero el hombre agrego otros metales y dejo que también se derritieran.
Según Kain, era normal mezclar el oro con otros metales para darle firmeza, ya que el oro puro era un material muy blando. Sin embargo, también había los artesanos sin escrúpulos que ocupaban otros metales adicionales para ahorrarse unas onzas de oro y vender el producto como si cumpliera con la calidad prometida. Como no había alguien que regulara dichos procesos y solo era una cosa de percepción al ojo, la mayoría de los herreros lo seguían haciendo.
Mientras Viggo veía todo el proceso del herrero con su clarividencia, anotaba que el nombre de una tal "Gil" no era herrero, sino artesano y su problema era que trabajaba para Hera y le estaba robando ese oro que presuntamente se ahorraba al utilizar otros metales. Aquel hombre tomaba las bolsas con pepitas de oro y las escondía detrás de su taller, debajo de una roca que ocultaba bajo una pila de fierros largos. Cualquiera pensaría que era el basurero, pero era algo que Gil había comprado a un herrero. Después de todo, Gil no sabía trabajar el acero ni mucho menos el hierro. La gente normal no se daría cuenta, pero ahí estaba Viggo con su clarividencia, quien ahora, anotaba todos los detalles.
El libro que le entrego Kiara fue de mucha ayuda y le dio una idea del alcance de su clarividencia. Sin embargo, lo más significativo vino de su padre, quien le dijo:
<<todas las cosas son energía, muchacho- dijo Kain -quien puede controlar y leer dicha energía, la puede manipular>>
Kain dijo que, con el suficiente control, cualquier podía sincronizar su energía con la de la lava. Entonces podías caminar, sentarte y meditar sobre lava durante horas y no quemarte. Sin embargo, el problema estaba en aprender a distinguir las vibraciones de la energía y resonar en la misma frecuencia. Algo que no le hacía ningún sentido a Viggo, después de todo, él era del tipo combativo. Sin embargo, le había hecho mucho sentido a Rosewisse, quien también era maga. El hecho es que, Viggo entendió que la clarividencia era como tener un visor y traductor de la energía almacenada en los objetos. Por eso el necesitaba un objeto cercano o lo más parecido posible para mirar a la distancia, como lo que hizo con las plumas de Rosewisse para encontrar a las cuatro valkirias en Midgar. Se podía decir que dicho objeto era un emisor de energía y su clarividencia era el puente entre dicho objeto y lo buscado.
Viggo termino de escribir otro papel y escucho el gemido de alguien despertando. Viggo dejo su pluma aun lado, miró hacia atrás y vio a Scheherezade sentándose en la cama con la sabana cubriendo su cuerpo voluptuoso. A medida que ella se sentó, la sabana se deslizo por su cuerpo y su piel oscura quedó a la vista con hermosos senos, grandes y tentadores. Las costillas, una cintura delicada y el resto no se pudo ver porque lo cubría la sabana. El cabello oscuro como la noche caía a los lados de la cara, enmarcando su rostro y haciendo resaltar sus ojos verdes con una mirada lánguida que la hacía ver sensual.
Viggo se levantó de su silla, camino hasta ella y se sentó en el borde de la cama. Ambos se miraron y acercaron sus rostros para al final darse un pequeño beso. Después apoyaron la frente de uno sobre el otro y se quedaron en silencio durante unos segundos.
-¿Cómo te sientes?- preguntó Viggo con voz suave y guiando a Scheherezade para que se recostara en la cama. Ella se dejó conducir con suavidad hasta que su nuca toco la almohada y Viggo se recostó a su lado. Ambos se miraban a los ojos.
Scheherezade estiro su mano izquierda, le acaricio la mejilla y le susurro -bien, ojalá nos pudiéramos quedar aquí por siempre-
-No es necesario, ya sabes que la tía Hera echo de Orario a aquellos nobles, no te volverán a molestar- respondió Viggo con suavidad -bueno, tienen suerte de que yo no los haya encontrado primero-
-Diplomacia- dijo Scheherezade
Viggo soltó un suspiro y miró hacia otro lado -ya lo sé, todas me lo han repetido hasta el cansancio-
-Y te lo continuaremos repitiendo- insistió Scheherezade con voz suave y cautivadora. Ella acercó su rostro y con su mano en la mejilla de Viggo, condujo el rostro de Viggo para que la mirara a los ojos -que tengas el poder, no significa que te vas a volver alguien cruel y sin sentimientos. No queremos eso para ti- ella acercó sus carnosos labios y le dio un pequeño beso, después uno más largo hasta que ambos se abrazaron y se dieron un largo beso.
Una vez que pasaron los minutos y el beso ceso, se quedaron abrazados en la cama.
Scheherezade miró al techo con las vigas y las tejas a la vista, nada que ver con las construcciones estilizadas y refinadas de Orario, se quedó mirando la nada y cuando noto el sol que entraba por la ventana, por encima del escritorio de Viggo, preguntó -¿Qué hora es?-
-No lo sé, como las once de la mañana- respondió Viggo -¿Tienes hambre?-
-Un poco-
-Déjamelo a mí, te preparare algo exquisito-
-La carne- dijo Scheherezade, pero se detuvo unos segundos, pensó en sus palabras y después continuo -la carne ha estado bien, pero me gustaría comer algo más balanceado. Hoy déjame el almuerzo a mi-
-¿Segura?- preguntó Viggo -debes descansar, Semiramis te necesita-
-Segura, cocinar por placer no es ningún fastidio. Quiero hacerlo-
-Está bien-
Scheherezade se levantó de la cama desnuda, después busco una bata de seda gris y se la puso. Después camino al lado de la cama de Viggo, donde él todavía estaba acostado y le tomo una mano. Ella lo jalo y lo obligo a ponerse de pie. Ambos quedaron frente a frente y ella noto que Viggo ya era varios centímetros más alto que ella. Scheherezade le tomo una mano y lo llevo al baño, donde la puerta se cerró, la ducha (otra modificación a la casa) se escuchó dejando caer agua como si fuera una lluvia torrencial, junto a los gemidos de Viggo y Scheherezade.
Una vez que termino la larga ducha, Viggo y Scheherezade fueron a su habitación para vestirse. Scheherezade se vistió con un quitón purpura y Viggo con la túnica roja que le cubría desde la cintura a las rodillas. Viggo se acercó al velador de su lado de la cama y vio un cofre. Este cofre, era una cosa que siempre le había molestado desde que volvió a Orario con Semiramis, Scheherezade, Sakura y Ana. Bueno, Kiara también, pero ella iba y venía cuando se le daba la gana.
Scheherezade había comprado el cofre varios meses después de llegar a Orario y lo había dejado en el velador de Viggo sin decir palabras. Cada día había más anillos, pulseras, piedras preciosas y collares. Todos de hombres que se acercaban ofreciéndole el cielo y la luna a Scheherezade. Por supuesto, ella no le hacía caso a ninguno, pero ellos de todos modos le regalaron las joyas o piedras preciosas. Sin embargo, la gran finalidad del cofre era recordarle a Viggo que Scheherezade no le pertenecía, era una amenaza no dicha y que, si él no le daba la suficiente atención, ella tenía mucho de donde escoger.
Viggo abrió el cofre y se dio cuenta que estaba lleno hasta arriba de joyas, todas de oro con grabados y hermosas piedras preciosas incrustadas. Él soltó un suspiro, se apretó el tabique para no enfurecerse, porque mentiría si dijera que no estaba molesto, pero tampoco quería parecer patético. Viggo cerró el cofre, se dio la vuelta y se encontró a Scheherezade mirándolo con una sonrisa en los labios, sabiendo que él estaba molesto. Viggo frunció el ceño y gruño como lo haría su maestro, pero tomo una profunda respiración y le dijo -mujer, quiero que dejes de aceptar joyas de otros hombres, creo que entendí bastante bien el mensaje. Aparte de que no me gusta, las cosas no resultaran tan pacificas como en las otras ocasiones-
-¿Quién lo pide?- preguntó Scheherezade, sin molestarse o demostrar culpa
-Yo lo pido, tu marido, por favor, no me hagas repetirlo-
Scheherezade mostro una enorme sonrisa al verlo tan molesto, ella acercó sus labios y lo beso -bueno, como diga mi marido- dijo
Viggo frunció el ceño -de verdad, así como así- dijo
-¿No lo estás pidiendo tú?- respondió Scheherezade -pero nada es gratis, desde ahora quiero que hagas joyas-
-Yo- dijo Viggo frunciendo el ceño y agachando la mirada -todavía no soy tan bueno en esas cosas. Me falta mucha práctica, te las puedo comprar-
-En ese caso seguiré recibiendo joyas-
-Eres, eres…-
-¿Qué?- preguntó
Viggo no continuo, pero gruño y miró hacia otro lado. Scheherezade soltó una melodiosa risita al verlo tan molesto. Ella lo abrazo y se quedó así hasta que Viggo la abrazó de vuelta, pasando sus grandes manos por la espalda.
-¿Es malo que quiera algo especial?- preguntó Scheherezade
-No es eso- dijo Viggo con voz suave -es solo que creo que mereces algo mejor. No soy muy hábil con las manos-
-Anoche no me pareció eso, tu lengua y tus manos llevan poesía llena de lujuria y pasión a mis labios-
Viggo cerró los ojos y sonrió, porque, bueno, ella no se refería a los labios con los que ella hablaba. Viggo tomo una profunda respiración y dijo -ok, lo entiendo. Confeccionare joyas para ti, pero no quiero quejas, te lo digo, todavía no soy bueno-
-¿Solo para mí?- preguntó Scheherezade
Viggo la miró a la cara, enfocado en esos ojos verdes de mirada lánguida. Scheherezade sonreía demostrando que disfrutaba ponerlo en problemas, empujándolo a una esquina y obligándolo a demostrar que lo tenía en sus manos. Mujeres, criaturas caprichosas, cada una tan única y diferente, todas desean tener tu corazón y después de forma cruel, atormentarlo.
Viggo miró hacia otro lado, poco seguro de prometer tal cosa, pero Scheherezade le tomo la cara e hizo que lo mirara. Que se enfocara en sus ojos verdes y en nada más. Viggo soltó un suspiro mezclado con una sonrisa y asintió -sí, solo para ti- prometió