El agudo sonido de una campana, seguida de una voz robótica indicando el número de piso fueron los únicos sonidos que ella pudo escuchar dentro la cabina.
Pocos segundos después las puertas frente a ella se desplegaron y frente a ella pudo ver como el pasillo alfombrado con luces led en el techo parecían marcarle el camino hasta un lugar al que, honestamente, ella no quería llegar.
Jhoana salió del elevador y distrajo su mirada del pasillo. Mientras buscaba el celular en su bolso, un dolor recorrió su espalda entera, sintió una fuerte punzada cerca su ciática, pero así como apareció el dolor desapareció. Decidió no darle importancia alguna. Levantó las llaves de su departamento y pudo encontrar debajo de estas, a un lado de su larga billetera de cuero negro, el artefacto que tanto estaba buscando. La pijama quirúrgica que estuvo llevando encima por las últimas diez horas había adquirido un aroma a medicamentos, desinfectante de suelos y alguna que otra pizca de enfermedad (si es que puedes describir a la enfermedad con algún olor). Al levantar el celular y presionar el botón de encendido se fijó en sus notificaciones, entre las que podías encontrar en cualquier celular de cualquier persona Jhoana pudo notar una… o mejor dicho varias que llamaron la atención de sus ojos, cinco llamadas perdidas de Azul, su esposa.
Hace un tiempo no hubieran sido únicamente cinco llamadas perdidas, sino tal vez hasta treinta, pero Jhoana sabía que Azul se estaba agotando de rogar, tanto como Jhoana se cansó de hacer que las cosas simplemente funcionen. Jho consideró que tal vez hoy era alguna fecha importante que se le había perdido entre sus memorias, así que decidió abrir el calendario dentro su celular. Ninguna fecha importante, al menos no dentro de un par de días. En algunos días se celebraría una fecha por la que Jhoana no necesita recordatorio, se sentía muy emocionada. Después de todo, tu hija no cumple dieciocho años frecuentemente. Azul pensaba que toda la emoción de su mujer era un poco exagerada, sin embargo, Azul no comprendía que era una edad importante. Después de ese día, la muchacha podría conseguir su licencia de conducir, podría comprar alcohol libremente, diablos...incluso casarse o ir a la cárcel y aunque todo ello le ponía nerviosa a Jho, lo que más extática le ponía, era la idea de que finalmente su niña (no importa si es que cumpla veinte o treinta siempre será su niña) podía tomar la decisión de alejarse de Azul. Era temporada de Acuario.
Se paró en seco, a mitad del pasillo que le llevaría a su departamento junto a su familia. No es que ella esté reconsiderando su matrimonio con Azul, sino más bien fue un suspiro ahogado atascado en su esófago lo que hizo que se detuviera. Ella reconocía que no había sido una esposa excepcional, incluso puede admitir sin tapujos que no es la mejor madre del mundo. Parte de su cabeza le echaba la culpa a su esposa, debería haber sido muy tonta o despistada para no darse cuenta que casarse con una enfermera traería varios obstáculos, siendo uno de los más grandes el tiempo. Jhoana la amaba con locura a su esposa, pero le dolía bastante reconocer que ya no pasaba mucho tiempo con ella ni sus hijos. Incluso parte de ella admitía que ya no le apetecía estar con ellos, excepto con su hija, ella era excepcional.
Jho amaba a su familia y los atesoraba como ninguna otra mujer. Pero… mierda… lo que mataría por tenerlos alejados.
Añoraba, con cierta fría nostalgia, aquellas noches en las que volvía a casa después de un largo día de estudios y prácticas clínicas a colocar su trasero en el sillón, esperar a que su gato Quijote se recueste junto a ella y puedan ver juntos maratones infinitos de series y películas sin que se aparezca alguien con cualquier otra exigencia.
Era un conflicto en su cabeza, una guerra dentro su consciencia.
¿Había recurrido a la bebida para calmar el estrés?, sí.
¿Había llegado a casa a altas horas de la madrugada después de una visita al bar sin responderle los mensajes o llamadas a Azul?, sí.
¿Había cometido faltas que comprometieron su trabajo el cuál era el principal sustento de su familia?, sí.
¿Le había levantado la voz a sus hijos?, sí, incluso a su hija… lo cual le trajo días y días de profundo arrepentimiento y dolor.
¿Había golpeado a sus hijos?, no… todavía, mucho menos a la muchacha, no podría hacerle nada a ella.
¿Aún amaba a Azul?, sí… completamente, aunque en ciertos momentos dudaba. Nicole del área de radiología le parecía sexy de pies a cabeza, a veces Jho simplemente fantaseaba con hundir su rostro entre aquellos muslos carnosos. Y la mirada… la mirada de Nicole como que le ponía loca.
De imprevisto, y sin permiso alguno, dentro de su cabeza la voz de su ya difunto padre le gritaba diciéndole que era igual de inmadura que su madre. 'Eres un parásito dentro de tu propia familia y destruirás lo que más amas por estar perdida dentro tu cabeza, madura Jhoana', espetaba su anciano padre desde la oscuridad de su subconsciente con esa voz ronca que lo mantuvo en cama sus últimos meses de vida. Irónicamente, o no irónicamente para nada, depende como lo veas, Jho amaba a su padre. Él fue quien mantuvo a su familia a flote, incluso en aquellos días que su madre intentaba crear un huracán encima de ellos.
Jhoana lamentaba profundamente todo el daño que le había hecho a su familia. En verdad que sí. Recurrió a Alcohólicos Anónimos y aún al día de hoy iba a sus reuniones semanales, no planeaba que bajo ninguna circunstancia ella pueda destruir algo que tanto amaba. Si es que a algo ella le tenía miedo era a la soledad. Claro, extrañaba las noches de jueves en las que veía películas con su gato a un lado, pero ella sabía que muy dentro de sí, se sentía sola, y eso le dolía profundamente.
Azul, a pesar de lo irritante y empalagosa que pueda ser, era la mujer más dulce que conoció en su vida. Siempre le manda fotos de los párrafos de las novelas de romance que siempre lee y los utiliza para recordarle a Jhoana lo mucho que la ama. Azul conoce de memoria cada rincón de la cabeza de Jho, cada secreto, cada recuerdo, simplemente todo. Nada se le escapaba a Azul. Y los detalles, si por algo la amaba era por los detalles, Azul podría ser capaz de hasta regalarle una caja de chocolates por el día del amor y los enamorados que se celebra en un país distante. Pero no le daría cualquier chocolate, no señor, le daría ese chocolate picante que tanto amaba Jhoana. Azul era tierna, cariñosa, atenta, guapa… perfecta, quien no se acercaba para nada en ello era la misma Jhoana.
La simple idea de parecerse o convertirse en lo más mínimo a su madre es lo que le mantenía despierta a Jho en las noches. Cada mañana se compromete con ella misma y le promete al cielo que dará todo su esfuerzo para hacer que las cosas funcionen, simplemente necesitaba encontrar la motivación para hacerlo.
Por supuesto, dentro de todo el rollo estaba su hija, su adorada Adra. Perderla sería equivalente a que te arrebaten el tesoro más preciado de tu vida. La amaba con locura, Adra era única y Jho no la soltaría tan fácilmente. Ella lamentaba con mucho pesar que entre la ternura y fragilidad de su esposa, haya surgido un miedo hacia Adra, eso no lo toleraba ni perdonaba. Si Azul no sería capaz de reconocer y abrazar lo diferente en su hija, no dudaría en abandonarla, no importa lo mucho que duela.
Adra era su mundo, su bendición, haría que las cosas funcionen sólo por ella.
Ya estaba cerca a la puerta con la placa metálica que señalaba el departamento 5J, ahí dentro tendría que enfrentarse con los sollozos y pena de Azul, pero se sentía preparada para ello, no se rendiría. Después de todo había sido un día pesado y ajetreado ya que habían fuertes rumores en el hospital, y en la ciudad, de que algo estaba sucediendo en el mundo, que cierta enfermedad o bicho aún desconocido se estaba transmitiendo entre la población. Al hospital llegaron algunas cuantas personas de la tercera edad con un cuadro clínico grave, presentaban un sarpullido y fiebre alta, pero en estas épocas era normal ya que lo más probable es que haya sido Dengue o Zika, enfermedades completamente tratables. Pero no faltaron aquellas personas convencidas de que era un virus nuevo, un arma biológica manufacturada en algún país enemigo para deshacerse de ellos, otros juraban que es un patógeno artificial que se escapó de algún laboratorio de nivel 4 en el mundo. Entre gritos y jaloneos, aquellas personas juraban que siempre y cuando esos ancianos estén vivos, más personas contraerán la enfermedad y pronto la ciudad entera se encontrará moribunda en las calles y en sus propias recámaras. Lidiar con todos ellos fue bastante agotador, y siendo completamente honestos, por unos cuantos segundos Jhoana les creyó y tenía miedo de que al estar en contacto con los internados haya contraído alguna enfermedad nueva. Pero su sentido común dominó su conciencia, no es como si el mundo fuera acabar el día de mañana.
Era un brote de Dengue que había traído la tormenta tropical de los últimos días, no era ningún misterio. Fue un día muy duro para Jho en el trabajo, Azul no debería porque reprimirle, no tendría razón para hacerlo.