El cielo se había vuelto blanco debido a la explosión de las bombas nucleares en el espacio, los Acerums miraron al cielo y dijeron
- Lograron repeler el ataque
- ¡Tenemos que eliminar cuanto antes a ese rebelde de Zyorg!- exclamó uno de los Acerums- Prometio, ¿cuánto tiempo debemos esperar para hacer el ataque sorpresa…? ¿Prometio?
Bajaron la cabeza para ver como aquel oso blanco no estaba escuchándolos. Se encontraba sentado en el suelo con la cabeza abajo, no parecía estar atento a todo lo que ocurría. Se veía como perdido en su interior, los ojos estaban apagados y su expresión era de completa calma.
Su interior empezaba a recibir descargas que podrían traducirse a algo similar a un dolor de cabeza. Oía voces en su interior, sonido de música y algo similar a un ruido demasiado agudo. Sus sistemas se estaban viendo afectados por algún motivo. Ese maldito virus vivía destruyéndolo, consumiéndolo por dentro, tomando su garganta y apretándola con fuerzas dificultándole el respirar. Ruidos de todo tipo en su interior, voces, gritos, sonidos, cosas incomputables que solo podían traducirse como una secuencia de imágenes inentendibles. Los códigos estaban comenzando a corromperse. Los Acerums se acercaban a Prometio para ver si estaba bien. Oía risas maliciosas, gemidos y gritos provenientes, quizás, de su imaginación ¿podían los Metales tener imaginación? No lo sabía; pero si sabía que él no estaba bien, su interior era caótico, molesto e inarmónico. Antes de tocar su hombro los ojos de Prometio se encendieron y estos tenían un color rojo carmesí. Abrió su boca para poder traducir lo que había en sus códigos, cualquier persona del siglo veinte o veintiuno habría dicho que parecía una extraña reproducción de la canción "Number 9" de los Beatles; pero en ese momento lo único que oían eran ruidos inconexos. Las imágenes que veía Prometio en su interior eran viscerales: gusanos moviéndose sobre la tierra y sobre un cuerpo muerto, los cadáveres de varios bueyes pudriéndose en el desierto del sahara. Gaviotas sobrevolando por un mar rojo debido a la sangre, un cráneo que lo veía con sus ojos todavía en sus cuencas, podía notar como esos ojos se movían de un lado a otros e incluso sus venas estaban a la vista. Un cuerpo agusanado levantándose del suelo y varias estatuas de santos moviéndose en pleno día como si estuviesen vivas.
Las alucinaciones no le permitían ver como eliminaba de forma salvaje a sus propios hombres, no oía los gritos de alto y los fallidos intentos de hacerlo recapacitar o volver a la realidad. No había retorno a la realidad para Prometio.
Aquel virus informático había pervertido su programación hasta niveles inimaginables.
Al eliminar a sus propias tropas, Prometio, vio con la misma locura mal sana al dueño del circo quien pudo presenciar como aquel enorme oso de metal tomaba los brazos de sus compañeros muertos y los arrancaba para crear un collar con ellos. Negando con la cabeza, aquel desnutrido hombre, largó un grito cuando Prometio se abalanzo sobre él.
Cuando la luz del sol ilumino aquel bosque, las cabezas de las tropas de Prometio junto a la cabeza del dueño del circo se encontraban en estacas de madera que aquel Oso puso como decoración para su madriguera.
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