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60% Guía Práctica Para Hacer El Mal (Haz Bien El Mal) / Chapter 2: 2 — Invitación

Capítulo 2: 2 — Invitación

"Antes de embarcarte en un viaje de venganza, asegúrate de cavar dos tumbas. Una para el idiota y otra para todos esos molestos familiares".

— Temible Emperador Vengativo Primero.

***

Me tomó un momento recordar dónde estaba cuando desperté.

Me llevaron a la taberna en la que se quedaban cuando dije que no quería volver al orfanato, aunque no podía recordar el momento exacto en que lo dije. Estaba sola en la habitación, así que me permití un momento de deleite en la sensación de una cama suave del doble del tamaño de la que tenía en mi dormitorio. Los praesitas no habían escogido uno de los lugares realmente caros para quedarse, pero tampoco habían escogido uno malo. La luz del sol filtrándose a través de las contraventanas me hizo saber que ya era tarde, por lo que había dormido durante la mayor parte del día. ¿Quién diría que cortar un par de gargantas sería tan agotador?, pensé. Mi intención era que el pensamiento fuera algún tipo de reproche contra mí misma, pero cuando traté de buscar arrepentimiento lo que había hecho la noche anterior, no hallé nada. Me senté en la cama y deslicé mi mano, que de alguna forma seguía cansada, por mi pelo. Era un desastre, mi cabello se había enredado mientras dormía.

Ahora que había pasado un poco de tiempo desde lo sucedido, estaba empezando a pensar que había sido encaminada a tomar esas vidas. Aunque no podía ni empezar a imaginarme por qué. ¿Quién sabía por qué los villanos hacían lo que hacían? No es que eso vaya a cambiar algo. Yo tomé la decisión, y lo hice por mis propias razones. No estaba segura de que mis acciones hayan sido justas, pero incluso bajo la luz del día seguía creyendo que mi decisión no fue la equivocada. Usé el recipiente lleno de agua que se encontraba a un lado de la cama para lavarme la cara y me sequé con la toalla que estaba a un lado, los últimos rastros de sueño fueron desapareciendo con el agua tibia. Había un puñal enfundado a un lado de la toalla, y no tenía ningún problema para recordar la última vez que lo vi. Recordaba vagamente haber tratado de devolverlo la noche anterior y que me dijeron que ahora era mío. No estoy muy segura de cómo sentirme al respecto.

Entonces. ¿Ahora qué?

Moría de hambre, así que bien podría ver si podía conseguir una comida por todo esto. No tenía la sensación de que esto hubiese acabado, pero ¿qué más podría querer el Caballero Negro de mí? No, ese enfoque es incorrecto. Si quisiera algo, lo conseguiría; no tenía el poder para detenerlo. En lo que necesitaba pensar era qué podía lograr obtener de todo este desastre. No era como si fuera a toparme pronto con alguien con un rango tan alto en las filas del Imperio otra vez, así que tenía que encontrar el enfoque correcto. Había comprado esta oportunidad con sangre, así que sería muy estúpida si no la aprovechaba. El Caballero Negro tenía mucha influencia en el Colegio de Guerra, recuerdo haberlo escuchado; lo que tenía sentido, ya que prácticamente comandaba las Legiones a las que los cadetes en formación se unirían. Quizá si jugaba mis cartas adecuadamente podría convencerlo de conseguirme un lugar en la promoción de este año. Al momento tenía casi lo suficiente para pagar mi matrícula, pero el viaje al Yermo era otro gasto, y no era barato. Aunque estaba bastante segura de que una palabra de la mano derecha de la Emperatriz se encargaría rápidamente de eso. El único obstáculo adicional que se me podía ocurrir era que cualquiera que quisiera entrar a lo profundo de Praes desde Callow necesitaría documentos pero, por primera vez, ser huérfana sería una ventaja: los orfanatos eran parte de una institución imperial, así que todos habíamos sido registrados en la oficina del Gobernador.

La mayoría de callowanos aún no estaban registrados, ya que forzarlo después de la Conquista hubiera causado la clase de descontento social que el Imperio se había propuesto evitar. Sin embargo, se hacía algo más común a medida que pasaba el tiempo; había todo tipo de restricciones en las oficinas si no estabas registrado. Muchos de la generación más vieja murmuraban que tener tu nombre en los registros imperiales no podía terminar bien, y para ser honesta no estaba segura de que se equivocaran. Le había servido bebidas a suficientes legionarios para ya no creer que siempre se encontraban a un mal momento para incendiar la ciudad y bailar sobre sus cenizas —hoy en día los legionarios tenían mejor reputación que la guardia de la ciudad—, pero esos registros fueron creados para la gente de Áter, la capital del Imperio. Por lo que había escuchado sobre los nobles que vivían en la Ciudad de las Puertas Negras, no eran la clase de persona que querrías que tuviera tu nombre. Incluso los praesitas hablaban de ellos con desconfianza.

Mi blusa seguía manchada de sangre por lo de la noche anterior, es lo que noté mientras miraba mi reflejo en el espejo que colgaba de la pared. Habían motas secas de rojo sobre el azul, en forma de la salpicadura de sangre de lo que habían sido las vidas de dos hombres y yo no tenía la intención de andar por las calles con esa maldita marca en mi ropa. Al parecer pensaron en todo: había una camisa de manga larga y un par de pantalones pulcramente doblados en el tocador. Me cambié sin prisa y me puse las botas antes de salir de la habitación, dejando pasar más tiempo del necesario por la aprensión. Un mal hábito, pero dadas las circunstancias estaba dispuesta a dejarlo pasar.

Un tramo corto de escaleras me llevó al cuarto común de la taberna. Estaba vacío, lo cual era inusual a esta hora del día: debían haber viajeros de fuera de la ciudad entrando y clientes frecuentes reunidos en sus mesas de siempre. Laure solía ser la capital del Reino de Callow, antes de la Conquista, e incluso bajo el Imperio se mantuvo como una de las ciudades más ricas. En los bolsillos de quién terminaba esa riqueza era otra historia, pero dado que la ciudad era un centro principal de comercio, las tabernas debían estar llenas en esta época del año. Tampoco había rastro del encargado de la taberna, solo una mujer sentada en una de las mesas cerca de la chimenea. Tenía un montón de papeleas a su alrededor y escribía en una hoja de pergamino, mojando su pluma con medida frecuencia. No apartó la mirada de su trabajo, así que no debió haberme escuchado.

—Toma asiento —dijo tranquilamente, sus ojos seguían mirando fijamente el pergamino.

… O tal vez sí me escuchó. Ocupé la silla de enfrente, sin saber qué se supone que debía hacer.

—El encargado llegará en un momento con el desayuno —dijo la extraña.

Asentí, luego me sentí como una tonta cuando me di cuenta que aún no me había mirado ni por un momento.

—Soy… —Empecé.

—Sé quién erres, Catherine Foundling —intervino de modo indiferente.

Alcé una ceja.

—Esto está empezando a ser repetitivo —dije—. ¿Cómo debería llamarte?

—Escriba.

Oh. Ese no era un nombre, era un Nombre. Y es por eso que no deberías despotricar contra extraños. Otra vez. En las historias, la Conquista fue obra de las cinco Calamidades: el Caballero Negro, Brujo, Capitana, Exploradora, y Asesino. La mujer frente a mí no era una de ellos, y no era protagonista de las leyendas como Exploradora y Brujo. Suponía que su Rol no se prestaba exactamente a los gestos llamativos; pero tampoco era una desconocida. Se decía que seguía a Negro a todos lados como una segunda sombra, ordenando todo detrás de las victorias para que no hubiera ningún problema. Pensándolo bien, estaba un poco sorprendida por no haberla visto anoche. Su nivel real de autoridad en el Imperio estaba sujeto a debate, pero había pocas personas lo bastante estúpidas para no estar de acuerdo en que volverse su enemigo sería una muy mala idea. El encargado de la taberna rompió el silencio incómodo —bueno, incómodo para mí en cualquier caso, ella no pareció notarlo— que se había establecido entre nosotras al entrar al cuarto con un plato lleno de huevos y salchichas, colocándolo frente a mí un una sonrisa ensayada.

—Señora —me saludó—. Señora Escriba, ¿segura que no puedo ofrecerle té o un vino?

—No será necesario —respondió.

Fue tranquilizador ver que no era la única por la que no levantaría la cabeza. El hombre volvió a su cocina en silencio luego de inclinarse con respeto, dejándome para tener mi primera comida del día. No era la comida más lujosa, pero estaba fresca y me moría de hambre. Nunca había tenido una comida tan deliciosa en mi vida. Cuando comía los últimos trozos de salchicha, Escriba terminó lo que fuera que estuviera haciendo, firmando al final del pergamino antes de colocar la punta de su pluma en el tintero.

—Negro debería volver antes de la campana de la noche —me dijo—. Querrá hablar contigo.

No respondí de inmediato, en parte debido a que no estaba segura de cómo sentirme acerca de que el villano más famoso de nuestra época quisiera hablar conmigo de nuevo, y también porque estaba estudiando a la mujer sentada frente a mí. Tenía una apariencia bastante simple, con dedos manchados de tinta y una estatura diminuta. Aunque considerando que tenemos casi la misma estatura, tal vez debí usar palabras más halagadoras. No tenía la presencia que Negro y Capitana habían mostrado ayer, la manera en que llenaban una habitación con solo estar parados en ella. Hasta dudaría que tuviera un Nombre, de no ser por la forma en que detectó mi presencia fácilmente hace unos minutos. Había algo muy contenido en Escriba, y me recordé a mí misma que un Nombre no necesitaba involucrar peleas para ser peligroso.

—¿Tienes alguna idea de sobre qué quiere hablar? —le pregunté.

—La matrona en tu orfanato ha sido informada de que sigues viva —contestó, ignorando por completo mi pregunta—. Se estaba preocupando.

Hice un ruido vagamente agradecido. No detestaba a la Matrona Nelter, incluso si sus sermones algunas veces me molestaban. No aprobaba que trabajara en el Nido de Ratas, claro —y le hubiera dado un ataque de proporciones épicas si se enteraba que peleaba en el Agujero— pero la Casa para Niñas en Trágica Orfandad de Laure tenía un historial de preparar a sus pupilas para trabajos más encantadores que servir bebidas. Las chicas normalmente salían del orfanato con suficiente educación para aprender un oficio o para trabajar como profesores particulares para los hijos de nobles.

Que se haya tomado el tiempo para estar encima de mí significaba que se preocupaba, a su manera. Escriba pareció haber decidido que nuestra conversación se había acabado, porque sacó una hoja nueva de pergamino del montón y mojó su pluma. Y resultó que estaba en lo correcto con respecto a que el Caballero Negro volvería pronto; terminé de comer la salchicha y me quedaba media taza de té cuando entró al cuarto común.

—Buenas noches, Catherine —me saludó tranquilamente—. Escriba.

—Negro —contestó la mujer de aspecto simple, y tenía que darle mis respetos por la cantidad de valor necesaria para desairar al maldito Caballero Negro por una hoja de pergamino.

—¿Los números lo confirmaron? —preguntó, aparentemente acostumbrado a su fría indiferencia.

—Sí. No es que importe, dada la confesión. ¿Capitana?

—Teniendo una conversación con Kuro en este momento.

No entendí algunas cosas pero reconocí el último nombre. General

Kuro —Kuro el Oscuro, como lo llamaban sus legionarios con una sonrisa afectuosa— era el líder de la Quinta Legión, que servía como guarnición de Laure. Bebí el resto de mi té, esperando mi turno.

—Catherine —dijo Negro un instante después, volteando a verme—, tú… —pausó—, pareces tener preguntas. —Terminó.

—Esto va a sonar un poco extraño. —Comencé—. Pero, es decir, he escuchado historias y creo que necesito preguntarlo. Puede ahorrar muchos problemas en el futuro y cosas así.

El Caballero Negro alzó una ceja, manteniéndose en silencio.

—Así que, solo para estar segura —dije—. No resultará ser que, por pura casualidad, seas mi padre desaparecido que me dejó en un orfanato para que esté a salvo de sus enemigos y que vino a buscarme ahora que soy lo bastante mayor para cuidar de mí misma, ¿o sí?

Para mi leve horror, lo que dije le sacó una risa al monstruo sentado enfrente de mí. Parecía genuinamente entretenido por la pregunta, así que supuse que seguía siendo huérfana. Gracias a los Cielos por eso, pensé. Sin embargo, eso significaba que ahora no tenía ninguna idea en cuanto a la razón que había tomado interés en mí.

—No —contestó—. Me temo que no tuve nada que ver con tu concepción. Además, uno nunca es lo bastante viejo para lidiar con la clase de enemigos que tengo.

—Puedo imaginarlo —dije, aunque en realidad no podía hacerlo.

A decir verdad, no podía pensar en muchas personas que pudieran preocupar al hombre sentado frente a mí. Solo quedaba una Duquesa en Callow y la mujer en cuestión era Deoraíta, que en realidad no quería tener nada que ver con el resto del país. La idea de que ella liderara una rebelión contra el Imperio era bastante risible, y no quedaban otros nobles con suficiente influencia. ¿Tal vez el Primer Príncipe del Principado? Se rumoraba que por le había puesto un final a la guerra civil, por lo que probablemente iban a empezar a poner la mira en sus vecinos de nuevo.

—Hablando de individuos cuestionables —dijo—, esperaba que pudiéramos tener una charla sobre el Gobernador.

Levanté una ceja.

—Me han dicho que la mayoría de las palabras que usaría para describirlo no deberían ser pronunciadas por damas decentes.

—¿Lo eres? —preguntó con una sonrisa—. Una dama decente, quiero decir.

Resoplé, conteniendo la risa. Así que quería hablar sobre el Gobernador Mazus. Podía hacer eso. Puede que no le gustara lo que tenía que decir, pero podía hacerlo.

—Probablemente sea el hombre más odiado en todo el Imperio —le dije sinceramente—. Nadie levanta la voz porque si lo haces, los guardias llegan tocando a tu puerta, pero no creo que haya muchas personas en Laure indispuestas a apuñalarlo si creyeran que pueden salirse con la suya.

Negro hizo un sonido suave como si estuviera pensando, mientras le daba un sorbo a su bebida.

—Tenía la impresión de que estaba en buenos términos con los Gremios, por lo menos —dijo.

Me encogí de hombros.

Con la cantidad de oro que le ha estado arrojando a los maestros gremiales, es algo obvio —contesté—. Los pocos que no quisieron tener nada que ver con él se encontraron con accidentes desafortunados y sus reemplazos estuvieron mucho más dispuestos a cooperar.

—¿Accidentes desafortunados? —Trató de confirmar.

—Ni siquiera trata de ocultarlo —dije, con el ceño fruncido—. Tara Goldeneye, estaba a cargo del Gremio de Especieros y le dijo que prefería irse a la quiebra antes que tomar sus sobornos. Murió ahogada en una bañera que tenía apenas una pulgada de agua. Y no me hagas empezar con la guardia de la ciudad.

—¿Puedo suponer que incidentes como el de ayer no son aislados?

—Hacen lo que se supone que deberían, la mayoría de las veces —concedí—. Pero es un secreto a voces que son sus matones y tienden a ser bruscos cuando recolectan los impuestos extraordinarios.

Hizo una mueca.

—Ah, sí. Los famosos impuestos. Ha causado gran revuelo en Áter con ellos.

—Es gracioso el modo en que todos son temporales pero de alguna manera nunca desaparecen —dije gruñendo.

Los impuestos eran la razón principal por la que Mazus era tan odiado. Todos se esperaban que cualquier Praesita al que la Emperatriz nombrara como Gobernante intentara convertir a Laure en su feudo privado, pero después de una década con las Legiones a cargo de la ciudad las personas habían empezado a acostumbrarse a que la gente a cargo fuera imparcial. En tanto no causaras disturbios o cometieras un crimen, los legionarios no se molestaban realmente con lo que hacían los Callowanos. Mazus metió la nariz en todo, y normalmente a esa nariz le seguía una mano que buscaba tomar más oro.

Los precios de los alimentos han estado aumentando durante los últimos años, y había escuchado a varias personas quejarse de que la mercancía que no estaba aprobada por los gremios era tarifada considerablemente. Y ya que los gremios se llevaban una parte de todo lo que aprobaban —de la cual Mazus se llevaba también una parte, desde luego—, tan solo el costo de unirse podía poner a los mercantes más pequeños en bancarrota. Más que por ser injusto, todo eso me exasperaba porque era estúpido. El comercio en Laure no estaba ni cerca de ser tan próspero como hace una década, y en la actualidad por lo menos la mitad de la gente en la Feria de Verano era local. El hombre estaba tan concentrado en exprimirle todo a la ciudad que no se daba cuenta de que la estaba estrangulando.

—Es estupidez pura. —Negro coincidió, y mi alma casi se sale de mi cuerpo.

¿Acaso en verdad puede leer mentes, o había dicho en voz alta algo de lo que pensaba?

—Tu cara lo dijo todo —me dijo el hombre de ojos verdes con una sonrisa divertida.

Mi pulso se aceleró. No estaba del todo convencida de que me estuviera diciendo la verdad. Pero estaba de acuerdo conmigo. ¿Por qué? ¿Acaso no sería bueno para el Imperio recibir más oro desde su punto de vista, independientemente de cómo lo consiguió Mazus? Incluso si la situación terminaba estallándole al Gobernador en la cara, la guarnición de la Legión bastaría para acabar con los disturbios. Tenía una docena de preguntas en la punta de la lengua, pero no estaba tan segura de hacerlas. Había sido razonable hasta ahora, casi afable de hecho, pero no sería bueno olvidar que el hombre sentado enfrente de mí había puesto de rodillas a un reino entero.

Quizá otra chica hubiera pensado que la manera en que seguía sonriendo significaba que era mi amigo, pero no tenía ningún pensamiento de esos. Y aun así, podía sentir la misma comezón bajo mi piel. La necesidad de saber por qué en vez de quedarme con un "así son las cosas", el deseo irresistible de saber cómo funcionaba todo a mi alrededor. Y había sido él quien hizo de esto un diálogo, ¿no es así? Pudo haberlo hecho una interrogación —por los Infiernos, pudo haberle preguntado a alguien mejor informada que una huérfana de dieciséis años— pero por alguna razón se había tomado muchas molestias para prevenir que esto fuera desigual.

—Si es un idiota —dije aun sabiendo que era un error—, entonces ¿por qué es Gobernador?

Nada en el rostro del Caballero cambió visiblemente, pero hubo una sensación muy marcada de… satisfacción en él. El tipo de satisfacción que las personas sentían cuando se probaba que tenían razón sobre algo.

—En realidad no se esperaba que Mazus lograra algo importante aquí —dijo—. Fue un nombramiento puramente político.

—La Emperatriz quería recompensarlo por algo —supuse—, así que le dio el poder de gobernar la ciudad más rica de Callow.

—No fue una recompensa —contestó Negro—, fue un soborno. Su padre es un Gran Señor y después de la Conquista tuvimos que apaciguarlos.

Parpadeé varias veces por la sorpresa.

—¿Apaciguarlos? —dije abruptamente—. Es la Emperatriz, ¿por qué tendría que apaciguar a alguien?

El hombre de ojos verdes bebió el resto de su vino y puso la copa a un lado.

—Estás pensando en el poder como algo absoluto, pero esa percepción es errónea. Si la matrona de tu orfanato se pusiera una corona y se autoproclamara la Gobernadora de Laure, ¿le otorgaría eso de alguna manera autoridad sobre la ciudad?

—Asumo que es una pregunta retórica —contesté con tono seco.

Asintió, mostrando estar de acuerdo, preparándose para profundizar en el tema.

—Lo mismo sucede con Malicia. Que esté sentada en el trono no significa que todo Praes obedece cada uno de sus caprichos. Necesita el apoyo de otras personas con poder o su autoridad no sería más que ficticia.

Su tono de voz no era tan diferente al que usaban los mejores profesores que el orfanato contrataba cuando hablaban sobre su tema favorito, lo cual era simplemente… extraño. La imagen del académico de mediana edad a cargo de nuestras lecciones no se superponía tan bien con la del villano frente a mí.

—¿Entonces necesita a todos los Grandes Señores de su lado? —pregunté.

Sus labios se curvaron formando una sonrisa sardónica.

—Eso sería un gran logro, dada la manera en que se odian casi tanto como la odian a ella —murmuró—. No, solo necesita tener a suficientes de ellos dominados para que los otros piensen que rebelarse no es factible.

—Y la mejor manera de poner a las personas que necesita de su lado es darles una buena ciudad Callowana de la que puedan recibir impuestos —dije y fruncí el ceño—. Incluso si eso implica que la gente que vive en la ciudad tenga que soportar a un bastardo como Mazus.

—Más o menos —consintió—. La corona recibe cierta parte de los impuestos que Mazus recolecta, la cual ha sido una cantidad mucho mayor de oro a la anticipada en los últimos años. Como consecuencia, se han levantado dudas.

Ésta vez fue mi turno de alzar una ceja.

—¿La Emperatriz no está contenta de recibir más de lo que pensaba?

Los ojos del Caballero Negro se tornaron fríos.

—El oro no crece en los árboles, Catherine. Esto ha causado preocupación con respecto al estado de Laure bajo ese tipo de carga.

Dejé salir un sonido pensativo.

—Les preocupa que estén estrangulando a la gansa de los huevos de oro —dije, pensativa.

Negro agitó la mano con desdén para mostrar la poca importancia de lo mencionado.

—En parte, por supuesto, pero al fin y al cabo eso es un problema menor. El verdadero problema es que ha estado causando descontento.

—No es que la idea de que la Legión acabe con un disturbio no sea horrendo en muchos sentidos —dije—, pero ¿no se supone que están aquí exactamente para lidiar con ese tipo de cosas?

Hice una mueca al darme cuenta de lo fácil que había sido ponerme en los zapatos del Imperio, lo cual me preocupó un poco. Claro, planeaba entrar a las Legiones, pero había tomado esa decisión con la idea de que cuando haya subido de rango lo suficiente sería capaz de prevenir el tipo de situación del que estaba hablando. Negro se sirvió una copa más de vino, ofreciendo silenciosamente hacer lo mismo para mí. Rechacé la oferta sacudiendo la cabeza. No era que no me gustara el vino —lo había probado algunas veces en el Nido de Ratas y descubrí que algunos me gustaban— pero acababa de desayunar y no podía ser tan tarde de todas formas. Pero los Praesitas comenzaban a beber temprano, así que no me sorprendió que estuviera en su segunda copa.

—Podrían contener disturbios con facilidad. —Negro concedió—. Pero habría consecuencias.

¿Lo decía, o no lo decía? Por los Infiernos, no sería lo más insolente que le he dicho hasta ahora.

—No pensé que unos Callowanos muertos fueran algo que les preocupara mucho, señor.

Me costó mucho esfuerzo mantener un tono educado. Una cosa era jalarle la cola al dragón, y sacarle la lengua al mismo tiempo era otra.

—Aborrezco el desperdicio —contestó el Caballero, aparentemente pasmado porque acababa de insinuar que era un asesino en masa impenitente. Suponía que no era la primera en hacerlo—. Y todo lo que matar a los alborotadores lograría es llevar ese resentimiento a la clandestinidad.

Puso su copa a un lado.

—El alcance del problema es más amplio, Catherine. Piensa en dos naciones, como ejemplo, de aproximadamente la misma población. Una anexa a la otra, pero lo hace sin legitimidad real por medio de un conflicto armado. ¿Qué debe hacer uno para evitar que la nación anexada se rebele?

No estaba segura de porqué dejaba los nombres de Praes y Callow fuera de su ejemplo hipotético dado lo totalmente obvio que era que hablábamos de eso. ¿Distanciamiento, quizá? Supongo que era más fácil hablar sobre… medidas desagradables si no tenía que mencionar explícitamente a mis compatriotas. Aun así, era una buena manera de disimular.

—Usar a las Legiones —quiero decir, los ejércitos de la nación conquistadora— para eliminar a cualquiera que rompa las reglas. Cuelga a suficientes personas y nadie va a buscar pelea contigo —dije luego de un momento.

De cierto modo era mucho más fácil gobernar cuando eras Malvado. No tenías que preocuparte por pequeños conceptos molestos como la justicia o no matar para arreglar situaciones.

—Ah, gobernar a través del miedo —dijo en tono meditativo—. Eso funciona, hasta cierto punto. Hay que mantener un equilibrio delicado entre hacer que la gente te tema lo suficiente para no rebelarse y aterrarlos tanto que lleguen a creer que no tienen nada que perder. Razón por la cual, cuando alguien lleva a la gente a ese nivel de terror, es necesario actuar.

Y la pieza encajó en su lugar con un clic, como uno de esos rompecabezas de metal elaborados que vendían en el mercado.

—Mazus. —Ahí fue cuando me di cuenta.

—La política del Imperio es usar a Callow, no abusar —dijo Negro—. El Gobernador está causando más daño del que cree.

Mantuve la ligera sensación de asco que eso me provocó fuera de mi cara. ¿Quién rayos dice algo como eso? Sin embargo, incluso si eso fue bastante malvado, en lo que a política se refiere, al menos no era estúpida. Preferiría tener a un monstruo competente a cargo en vez de un idiota cruel cualquier día de la semana.

—¿De verdad piensas que los disturbios en Laure pueden esparcirse por todo Callow? —pregunté.

—La clave para que el Imperio mantenga el control sobre el territorio que ha conquistado no es el miedo, querida, es la apatía. Mientras la gente común pueda ocuparse de sus asuntos y vivir su vida sin tantos problemas, ¿qué les va a importar a quién le pagan sus impuestos? El Gobernador está haciendo que la gente vuelva a preocuparse por quién los está gobernando, y eso es algo muy peligroso.

—Ja. Eso explica muchas cosas, de hecho —admití.

Por ejemplo, por fin entendí por qué las Legiones de Horrores —que recibían sus órdenes del Caballero Negro— habían intervenido tan poco a comparación del mandato de Mazus como Gobernador de Laure. Que el Gobernador no fuera exactamente un aliado de la Emperatriz también explicaba por qué los legionarios nunca dejaban pasar una oportunidad para causarles problemas a los compinches de Mazus. Lo atribuiría a una combinación de detestar al hombre tanto como nosotros y un poco de decencia básica, pero tenía sentido que también haya política involucrada tras el telón.

—También existe un peligro más sutil, y es la razón por la que vine personalmente —añadió Negro luego de un momento.

Alcé una ceja, con curiosidad pero decidiendo que había ido bastante lejos por hoy. No sabía cuánta cuerda estaba dispuesto a darme, pero tenía la sensación de que ya me había dado suficiente para colgarme.

—Piensa en ello como un cuento, si prefieres —susurró el hombre de ojos verdes—. Una ciudad que solía ser la capital de un reino próspero, ahora en ruinas y oprimida. Su gente es aplastada bajo una carga que no deja de crecer y parece no haber esperanza. Hasta que llega…

—El héroe —terminé con una voz igual de baja.

Mierda. Eso tenía el potencial de convertirse en una situación peligrosa. Al igual que si dejabas leña seca apilada por el tiempo suficiente, una chispa aparecería eventualmente, incendiando todo; si una ciudad como la que acababa de describir se quedaba sin supervisión por demasiado tiempo, un Rol emergería eventualmente para llenar el vacío. ¿Vencería el héroe al Caballero Negro? Lo dudaba. Los últimos siete que lo intentaron no lo lograron, después de todo, y había escuchado que el de hace cinco años ni siquiera duró una semana cuando Asesino lo eliminó. Pero si hacía enojar a la gente de la ciudad lo suficiente, podría hacer mucho daño antes de ser exterminado. Mas esto estaba en otro nivel; el Caballero Negro ni siquiera estaba peleando contra un héroe, se estaba asegurando de que nunca se diera la situación para que un héroe fuera creado.

—Los Cielos han de llorar —dije en voz baja—. Con razón los matan siempre. La flecha está anclada en la cuerda del arco mucho antes de que dejen volar al gorrión.

La sonrisa del Caballero Negro se volvió tan afilada como un cuchillo.

—Solo porque esté ganando no significa que no haré trampa.

—¿Entonces por qué me dices todo esto? —pregunté, moviendo la mano en círculos para abarcar toda la conversación—. ¿No me convertiría eso en una carga? No me pareces la clase de persona que deja atrás cabos sueltos.

Agarró su copa y bebió un sorbo.

—Porque me recuerdas a alguien —contestó—. Y porque después de que me acompañes al banquete, tendré una oferta para ti.

Fruncí el ceño por la presunción de que iría con él así como así. No era que se equivocara —incluso si no tuviera la autoridad para forzar el asunto, mi curiosidad ya era suficiente para aceptar ir— pero que me restregara en la cara que no tenía opción lo hacía un cretino.

—¿Un banquete? —dije gruñendo—. Suena elegante. ¿Debería llevar algo?

—Será el banquete del Gobernador —dijo con tono meditativo—. Si acaso, llevaría el puñal.


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