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56.77% Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 134: LA SOMBRA DEL HEGEMON .-6.-Código

Capítulo 134: LA SOMBRA DEL HEGEMON .-6.-Código

A: Graff%peregrinación@colmin.gov

De: Konstan%Briseida@helstrat.gov

Asunto: Filtración

Su Excelencia, le escribo yo mismo porque fui el más ferviente opositor a su plan de apartar al joven Julian Delphiki de nuestra protección.

Me equivoqué, como ha dejado claro el ataque con misiles al antiguo apartamento, que ha causado la muerte a dos soldados. Seguimos su prudente consejo y comunicaremos que Julian murió en el ataque. Su habitación fue el objetivo anoche y habría muerto en vez de los soldados que dormían allí. Obviamente, la infiltración en nuestro sistema es muy profunda. Ahora no confiamos en nadie. Llegó usted justo a tiempo y lamento haberle retrasado. Mi orgullo por el ejército heleno me cegó.

Verá que después de todo me expreso un poquito en Común, no más discusiones con un verdadero amigo de Grecia. Gracias a usted y no a mí no ha sido destruido un gran recurso nacional.

Si Bean tenía que permanecer oculto, había sitios peores para hacerlo que Araraquara. La ciudad, que recibía su nombre de una especie de loro, se conservaba como una especie de pieza de museo, con calles empedradas y edificios antiguos. No había edificios particularmente bellos ni casas pintorescas: incluso la catedral era bastante sosa y no demasiado antigua, pues había sido terminada en el siglo XX. Con todo, quedaba una sensación de la vida tranquila que antes era habitual en Brasil. El desarrollo que había convertido la cercana Ribeirao Preto en una gran metrópoli había pasado de largo por Araraquara. Y aunque la gente era bastante moderna (se oía tanto Común como portugués en las calles), Bean se sentía como en casa de una manera que nunca había experimentado en Grecia, donde el deseo de ser muy europeos y muy griegos al mismo tiempo distorsionaba la vida y los espacios públicos.

—No nos servirá de nada sentirnos demasiado cómodos —dijo sor Carlotta—. No podemos quedarnos aquí mucho tiempo.

—Aquiles es el diablo —respondió Bean—, no Dios. No puede llegar a todas partes ni encontrarnos sin algún tipo de prueba.

—No tiene que llegar a todas partes —adujo sor Carlotta—. Sólo saber dónde estamos.

—Su odio hacia nosotros le ciega.

—Su miedo hace que esté mucho más alerta de lo normal. Bean sonrió: era un antiguo juego entre ambos.

—Tal vez no sea Aquiles quien se ha llevado a los otros niños.

—Tal vez no sea la gravedad lo que nos sujeta a la Tierra, sino más bien una fuerza desconocida con idénticas propiedades.

Entonces también ella sonrió.

Sor Carlotta era una buena compañera de viaje. Tenía sentido del humor, comprendía sus chistes y Bean disfrutaba con los de ella. Pero sobre todo le gustaba pasarse horas y horas en silencio, dedicada a su trabajo mientras él hacía el suyo. Cuando hablaban, desarrollaban una especie de lenguaje oblicuo

donde ambos sabían ya todo lo que importaba, de manera que sólo tenían que referirse a ello y el otro lo

entendía. Esto no significaba que fueran espíritus afines ni que estuvieran en sintonía, era simplemente que sus vidas sólo se tocaban en unos cuantos puntos clave: estaban ocultándose, estaban aislados de familiares y amigos, y el mismo enemigo los quería muertos. No había nadie con quien chismorrear porque no conocían a nadie. No charlaban porque no compartían ningún interés aparte de los proyectos actuales: tratar de descubrir dónde estaban retenidos los otros niños, tratar de decidir a qué nación servía Aquiles (y que sin duda pronto le serviría a él), y tratar de comprender la forma que estaba tomando el mundo para poder interferir, desviando quizás el curso de la historia para mejor.

Ése era el objetivo de sor Carlotta, al menos, y Bean estaba dispuesto a formar parte de ello, dado que la misma investigación necesaria para los dos primeros proyectos era idéntica a la investigación requerida para el último. No estaba seguro de que le importara la forma de la historia en el futuro.

Se lo dijo a sor Carlotta una vez, y ella se limitó a sonreír.

—¿Es el mundo exterior a ti lo que no te importa, o el futuro en conjunto, incluyendo el tuyo propio?

—¿Por qué debo preocuparme por cuestiones concretas que no me importan?

—Porque si no te preocupa tu propio futuro, no te importará estar vivo para verlo, y no te tomarías tantas molestias para seguir vivo.

—Soy un mamífero —dijo Bean—. Trato de vivir eternamente, lo quiera o no.

—Eres un hijo de Dios, así que te preocupa lo que le pase a sus hijos, lo admitas o no.

No fue su punzante respuesta lo que le molestó, porque la esperaba: él mismo la había provocado, sin duda (se dijo) porque le gustaba la confirmación de que si había un Dios, entonces Bean le importaba. No, lo que le molestó fue la momentánea oscuridad que asomó a su rostro; una expresión pasajera, apenas revelada, que no habría advertido de no haber conocido tan bien su cara, tan poco proclive a las oscuridades.

Algo que he dicho la ha entristecido. Sin embargo, es una oscuridad que quiere ocultarme. ¿Qué he dicho? ¿Que soy un mamífero? Ella está acostumbrada a mis pullas hacia su religión. ¿Que podría no querer vivir para siempre? Tal vez le preocupa que esté deprimido. ¿Que trate de vivir eternamente, a pesar de mis deseos? Quizá tema que me muera joven. Bueno, para eso estaban en Araraquara: para impedir su muerte prematura. Y la de sor Carlotta también, desde luego. Sin embargo, Bean no dudaba ni por un momento que si le apuntaban con un arma, ella saltaría para colocarse delante y recibir la bala, aunque no comprendía por qué. Él no hubiese hecho lo mismo por ella, ni por nadie. Hubiese tratado de advertirla, o de apartarla del camino, o neutralizar al tirador, cualquier cosa con tal de que ambos tuvieran una razonable posibilidad de sobrevivir. Pero no sacrificaría su propia vida deliberadamente para salvarla.

Tal vez era una actitud típicamente femenina, o tal vez de adulto respecto a los niños. Dar la vida para salvar a otra persona. Sopesar la propia y descubrir que importa menos que la supervivencia de otro. A Bean le resultaba difícil comprender este tipo de actitudes. ¿No debería hacerse cargo el mamífero irracional, y forzarlos a actuar por su propia supervivencia? Bean nunca había intentado suprimir su instinto de conservación, pero dudaba que pudiera hacerlo aunque quisiera. Pero claro, tal vez la gente mayor estaba más dispuesta a renunciar a la vida, pues ya había gastado gran parte del capital inicial. Por supuesto, tenía sentido que los padres se sacrificaran por el bien de los hijos, sobre todo los padres que eran demasiado mayores para tener más descendencia. Sin embargo, sor Carlotta nunca había tenido hijos, y Bean no era el único por el que estaría dispuesta a morir. Se colocaría delante de una bala para salvar a un desconocido. Valoraba su propia vida menos que la de cualquiera, y eso hacía que fuera para él completamente extraña.

Supervivencia no del más apto, sino de mí mismo... ése es el sentido de mi ser. Ése es el motivo final de todas mis acciones. Hubo momentos en que me compadecí, cuando, el único del grupo de Ender, envié a sabiendas a hombres a la muerte, y sentí una profunda pena por ellos. Pero igualmente lo hice, y ellos obedecieron. ¿Habría hecho lo mismo en su lugar, por obedecer una orden? ¿Habría estado dispuesto a morir para salvar a hipotéticas generaciones futuras que nunca conocerían sus nombres?

Bean lo dudaba.

Serviría alegremente a la humanidad si también se servía a sí mismo. Combatir a los fórmicos junto con Ender y los otros niños resultaba del todo coherente, porque salvar a la humanidad implicaba salvar a Bean. Y si seguir con vida en algún lugar del mundo era también una espina en el costado de Aquiles y conseguía que fuera menos cauteloso, menos sabio, y por tanto más fácil de derrotar... bueno, era un añadido agradable que la búsqueda de su supervivencia otorgara a la especie humana la oportunidad de derrotar al monstruo. Y como la mejor manera de sobrevivir sería encontrar a Aquiles y matarlo primero, podría acabar convirtiéndose en uno de los grandes benefactores de la humanidad. Aunque ahora que lo pensaba, no recordaba ni un solo asesino que fuera considerado un héroe por la posteridad. Bruto, tal vez, cuya reputación tuvo sus altibajos. Sin embargo, la mayoría de los asesinos eran despreciados por la historia, probablemente porque los asesinos con éxito tendían a ser aquellos cuyo objetivo no resultaba particularmente peligroso para nadie. Para cuando todo el mundo estaba de acuerdo en que merecía la pena asesinar a un monstruo concreto, el monstruo adquiría demasiado poder y paranoia para impedir que cualquier posibilidad de asesinato se llevara a cabo.

Cuando trató de discutir el tema con sor Carlotta, no llegó a ninguna parte.

—No puedo discutir contigo, así que no sé por qué te molestas. Sólo sé que no te ayudaré a planear su asesinato.

—¿No lo considera defensa propia? —señaló Bean—. ¿Qué es esto, uno de esos estúpidos vids donde el héroe nunca puede matar al malo si no le está apuntando con un arma en ese mismo instante?

—Es mi fe en Cristo —respondió Carlotta—. Ama a tu enemigo, haz el bien a quienes te odian.

—Bueno, ¿dónde nos deja eso? Lo mejor que podríamos hacer por Aquiles sería colgar nuestras direcciones en las redes y esperar a que enviara a alguien a matarnos.

—No seas absurdo. Cristo dijo que fuésemos buenos con nuestros enemigos. A Aquiles no le conviene encontrarnos, porque entonces nos mataría y tendría que responder ante Dios de más

asesinatos todavía. Lo mejor que podemos hacer por Aquiles es impedir que nos mate. Y si lo amamos, impediremos que gobierne el mundo mientras estamos en él, ya que un poder semejante sólo

aumentaría sus oportunidades para pecar.

—¿Por qué no amamos a los cientos y millones de personas que morirán en las guerras que pretende provocar?

—Los amamos —aseguró Carlotta—. Pero estás confundido, igual que toda esa gente que no comprende el punto de vista de Dios. Sigues pensando que la muerte es lo más terrible que puede sucederle a una persona, cuando para Dios la muerte sólo significa que llegas a casa unos momentos antes de lo previsto. Para Dios, el temible resultado de una vida humana es cuando esa persona abraza

el pecado y rechaza la alegría que Dios ofrece. Así, de todos los millones de personas que podrían morir en una guerra, cada pérdida individual es trágica sólo si la vida acaba en pecado.

—Entonces, ¿por qué se toma tantas molestias para mantenerme con vida? —preguntó Bean, pensando que sabía la respuesta.

—Quieres que diga algo que debilite mi tesis —señaló Carlotta—, como decirte que soy humana y por eso quiero impedir tu muerte ahora mismo porque te quiero. Y es cierto: no tengo hijos, pero eres lo más

parecido a tener uno, y me dolería enormemente que murieras a manos de ese niño perverso. Sin embargo, Julian Delphiki, el auténtico motivo por el que me esfuerzo tanto para impedir tu muerte es

porque, si fallecieras hoy, probablemente irías al infierno.

Para su sorpresa, Bean se molestó por esta respuesta. Comprendía lo suficiente las creencias de Carlotta para haber previsto esta actitud, pero el hecho de que lo expresara con palabras le dolió de todas formas.

—No voy a arrepentirme y bautizarme, así que estoy condenado al infierno, por tanto no importa cuándo muera: estoy condenado.

—Tonterías. Nuestra comprensión de la doctrina no es perfecta, y no importa lo que puedan haber dicho los papas, no creo ni por un momento que Dios vaya a condenar para toda la eternidad a los miles

de millones de niños a los que permitió nacer y morir sin ser bautizados. No, me parece probable que

vayas al infierno porque, a pesar de tu inteligencia, sigues siendo bastante amoral. Rezo para que antes de morir aprendas que hay leyes más elevadas que trascienden la mera supervivencia, y causas más altas a las que servir. Cuando te entregues a esa causa, mi querido niño, entonces no temeré tu muerte, porque sé que un Dios justo te perdonará no haber reconocido la verdad del cristianismo durante tu vida.

—Es usted una hereje —dijo Bean—. Ninguna de esas doctrinas sería aceptada por un cura.

—Ni siquiera me aceptan a mí —convino Carlotta—. Pero no conozco a nadie que no mantenga dos listas separadas de doctrinas: las que creen creer y las que en realidad intentan cumplir. Yo soy tan sólo una de las pocas que conoce esta diferencia. Tú, muchacho, no.

—Porque no creo en ninguna doctrina.

—Eso —dijo sor Carlotta con exagerado remilgo— es una prueba evidente de mi aseveración. Estás tan convencido de que crees solamente en lo que imaginas que crees, que estás completamente ciego a lo que realmente crees sin imaginar que lo crees.

—Ha nacido usted en el siglo equivocado —dijo Bean—. Podría hacer que Tomás de Aquino se tirara de los pelos. Nietzsche y Derrida la acusarían de ofuscación. Sólo la Inquisición sabría qué hacer con usted: asarla vuelta y vuelta.

—No me digas que has leído a Nietzsche y Derrida. O a santo Tomás, ya puestos.

—No hay que comer todo el bloque para descubrir que no es un pastel de chocolate.

—Niño arrogante e imposible.

—Pero Geppetta, yo no soy un niño de verdad.

—Desde luego no eres una marioneta, ni mi marioneta, ¿sabes? Ahora vete a jugar fuera, estoy ocupada.

Sin embargo, enviarlo a la calle no era un castigo y sor Carlotta lo sabía. Desde el momento en que conectaban sus consolas a las redes, los dos se pasaban casi todo el día encerrados, recopilando información. Carlotta, cuya identidad estaba protegida por cortafuegos del sistema informático del

Vaticano, podía continuar con sus antiguas relaciones y por tanto tenía acceso a las mejores fuentes, y

sólo tenía que cuidarse de no decir dónde estaba, e incluso guardar en secreto la zona horaria en la que se hallaba. Bean tuvo que crear una nueva identidad partiendo de cero, esconderla tras una doble protección de servidores de correo especializados en el anonimato, e incluso así nunca mantenía una identidad durante más de una semana. Como no entablaba ninguna relación, tampoco podía desarrollar ningún recurso. Cuando necesitaba información específica, tenía que pedirle a Carlotta que le ayudara a encontrarla, y entonces ella tenía que decidir si era algo que pudiera pedir legítimamente, o si el tema en cuestión podía dar una pista de que Bean estaba con ella. La mayor parte de las veces ella decidía que no se atrevía a preguntar, así que Bean estaba lastrado en su investigación. Con todo, compartían la información que podían, y a pesar de sus desventajas, había una que continuaba conservando: la mente que examinaba sus datos era la suya propia. La mente que había obtenido mayor puntuación que nadie en la Escuela de Batalla.

Desgraciadamente, a la verdad no le importaban mucho esas credenciales. Se negaba a rendirse y a revelarse sólo porque advirtiera que estabas destinado a encontrarla tarde o temprano.

Bean no soportaba más que un número limitado de horas de frustración antes de levantarse y salir. Sin embargo, no era sólo para apartarse de su trabajo.

—El clima me gusta —le dijo a sor Carlotta al segundo día, cuando, empapado de sudor, se dirigía a darse la tercera ducha—. Nací para vivir con el calor y la humedad.

Al principio ella había insistido en acompañarlo a todas partes, pero después de unos cuantos días

Bean logró persuadirla de varias cosas. Primero, parecía bastante mayor para no tener que ir siempre en compañía de su abuela, Avó Carlotta,, tal como la llamaba aquí: su tapadera. Segundo, de todas formas ella no podía ofrecerle ninguna protección, ya que no llevaba armas ni tenía habilidades defensivas. Tercero, era él quien sabía vivir en las calles, y aunque Araraquara no era un lugar tan peligroso como las calles de Rotterdam, ya había trazado un centenar de rutas de escape y escondites diferentes, por la costumbre. Cuando Carlotta advirtió que ella necesitaría su protección más que él la suya, cambió de táctica y le permitió salir solo, mientras hiciera cuanto estuviera en su mano para no llamar la atención.

—No puedo impedir que la gente repare en un niño extranjero.

—No pareces tan extranjero —señaló ella—. Los tipos mediterráneos son corrientes por aquí. Trata de no hablar mucho. Que siempre parezca que tienes un encargo que hacer pero nunca que tienes prisa. Pero claro, fuiste tú quien me enseñaste eso para evitar llamar la atención.

Y así estaban las cosas, semanas después de haber llegado a Brasil, recorriendo las calles de Araraquara y preguntándose qué gran causa podría hacer que su vida mereciera la pena a los ojos de Carlotta. Pues a pesar de toda su fe, era su aprobación, no la de Dios, lo que le parecía más deseable, mientras no interfiriera en su proyecto de permanecer con vida. ¿Era suficiente ser una espina en el costado de Aquiles? ¿Suficiente buscar modos de oponerse a él? ¿O había algo más que debería estar haciendo?

En la cima de una de las muchas colinas de Araraquara había una heladería regentada por una familia brasileño-japonesa. La familia llevaba siglos en el negocio, como proclamaba el cartel, y Bean se sintió a la vez conmovido y divertido por este punto, a la luz de lo que había dicho Carlotta. Para esta familia, preparar helados de sabores que servían en un cucurucho o en una copa era la gran causa que les daba continuidad a través de los tiempos. ¿Qué podía ser más trivial que eso? Sin embargo, Bean visitaba el lugar, una y otra vez, porque sus recetas eran realmente deliciosas, y cuando pensaba en cuántas otras personas de los últimos doscientos o trescientos años se habían detenido a disfrutar un momento de aquellos dulces y delicados favores, no podía despreciar esa causa. Ellos ofrecían algo que era verdaderamente bueno y que contribuía a mejorar la vida de sus semejantes. Por supuesto, no era una noble gesta que apareciera en los libros, pero tampoco era algo despreciable. Una persona podía hacer cosas peores que dedicar una gran parte de su vida a una causa como ésa.

Bean ni siquiera estaba seguro de lo que significaba dedicarse a una causa. ¿Comportaba eso entregar a otra persona la capacidad para tomar decisiones? Qué idea tan absurda. Probablemente no habría nadie más inteligente que él en toda la Tierra, y aunque eso no implicaba que fuese incapaz de cometer errores, desde luego significaba que tendría que estar loco para delegar en otra persona que, sin duda, se equivocaría.

No sabía por qué perdía el tiempo con la filosofía sentimentaloide de Carlotta. Sin duda era uno de sus errores: el aspecto humano y emocional de su mentalidad superaba la distanciada e inhumana brillantez que, para su inquietud, sólo a veces controlaba su pensamiento.

La copa de helado estaba vacía: al parecer se lo había comido sin reparar en ello. Esperó que su boca la hubiera saboreado plenamente, porque había comido sin darse cuenta, mientras pensaba.

Bean tiró la copa y continuó su camino. Un ciclista circuló por su lado y Bean vio que todo su cuerpo se sacudía y vibraba al pasar por encima del adoquinado. Así es la vida humana, pensó. Tan revuelta

que nunca vemos nada derecho.

Cenaron habichuelas y arroz y tiritas de carne en el restaurante de lapensáo. Carlotta y él comieron juntos en silencio, escuchando las conversaciones ajenas y el ruido de los platos y cubiertos. Cualquier conversación entre ambos sin duda filtraría algún memorable fragmento de información que podría suscitar preguntas y llamar la atención. Como por ejemplo, por qué una mujer que hablaba como una monja tenía un nieto, o por qué un niño que aparentaba tener seis años hablaba como un profesor de filosofía. Por eso comían en silencio, excepto para hablar del tiempo.

Después de la cena, como siempre, se conectaron a las redes para comprobar su correo. El correo de Carlotta era interesante y real. Todos los corresponsales de Bean, esa semana al menos, pensaban que era una mujer llamada Lettie que trabajaba en su tesina y necesitaba información, pero que carecía de tiempo para iniciar una vida personal y por tanto rechazaba de forma tajante cualquier intento de relación amistosa y privada. Pese a todo ello, no habían logrado encontrar el rastro de Aquiles a partir del comportamiento de alguna nación. Aunque no muchos países disponían de los recursos para secuestrar al jeesh de Ender en tan corto espacio de tiempo, entre los que sí los tenían Bean no podía descartar a ninguno porque careciera de la arrogancia o la agresividad o el desprecio a la ley para hacerlo. Vaya, si incluso podía haber sido Brasil... por lo que sabía, sus antiguos compañeros de la guerra Fórmica podrían estar prisioneros en la misma Araraquara. Por las mañanas tal vez oían el ruido del camión de la basura que se llevara la copa de helado que había tirado él hoy.

—No entiendo por qué la gente divulga estas cosas —protestó Carlotta.

—¿Qué? —preguntó Bean, agradecido por la interrupción.

—Oh, estos estúpidos dragones de la buena suerte. Supersticiones. Debe de haber ya más de una docena de dragones distintos.

—Ah, sí —exclamó Bean—. Están por todas partes. Ya ni me fijo en ellos. ¿Por qué dragones, por

cierto?

—Creo que éste es el más antiguo. Al menos es el que vi primero, con el poemita —respondió Carlotta—. Si Dante escribiera hoy en día, seguro que reservaría un lugar especial en el infierno para la gente que inició esta moda.

—¿Qué poema?

—«Comparte este dragón —recitó Carlotta—. Si lo haces, afortunado fin, para ellos y para ti.»

—Oh, sí, los dragones siempre auguran un final afortunado. Quiero decir, ¿qué significa el poema?

¿Que morirás siendo afortunado? ¿Qué será una suerte que tengas un final?

Carlotta se echó a reír.

Aburrido con su correspondencia, Bean continúo charlando.

—Los dragones no siempre auguran suerte. En la Escuela de Batalla tuvieron que retirar la Escuadra Dragón debido a la mala suerte que tenía. Hasta que la resucitaron para Ender. Sin duda se la dieron porque la gente pensaba que daba mala suerte e intentaban ponérselo todo en contra.

Entonces se le ocurrió una idea, que lo despertó de su letargo.

—Envíeme esa imagen.

—Apuesto a que ya la tienes en una docena de otras cartas.

—No quiero buscarla. Envíeme ésa.

—¿Sigues siendo esa tal Lettie? ¿No llevas ya dos semanas siendo ella?

—Cinco días.

El mensaje tardó unos minutos en llegarle a través de los desvíos, pero cuando por fin apareció en su correo, Bean observó la imagen con atención.

—¿ Se puede saber por qué prestas tanta atención a esa estupidez? —preguntó Carlotta. Él alzó la cabeza y vio que ella lo estaba mirando.

—No sé. ¿Por qué presta usted atención a la forma en que yo le presto atención? —Le sonrió.

—Porque piensas que importa. Puede que no sea tan inteligente como tú en muchas cuestiones, pero soy mucho más lista que tú cuando se trata de analizarte a ti mismo. Sé cuándo estás intrigado.

—Es por la coincidencia de la imagen de un dragón con la palabra «fin». Los finales no se consideran afortunados. ¿Por qué no escribieron «vendrá la suerte» o «destino feliz» o algo por el estilo? ¿Por qué

«afortunado fin» ?

—¿Por qué no?

—Fin. End. Ender. La escuadra de Ender era la Dragón.

—Me parece un poco traído por los pelos.

—Mire el dibujo —indicó Bean—. Justo en el centro, donde la greca es tan complicada... hay una línea altera-da. Los puntos no se alinean. Es virtualmente aleatorio.

—A mí me parece un simple error casual.

—Si estuviera usted cautiva con acceso a un ordenador, pero todos los mensajes que enviara fueran escrutados, ¿cómo enviaría un mensaje al exterior?

—No estarás sugiriendo que esto es un mensaje, ¿no?

—No tengo ni idea, pero ahora que lo pienso, creo que merece la pena investigarlo, ¿no le parece? Bean había insertado ya la imagen del dragón en un programa de imágenes y estaba estudiando los

píxeles.

—Sí, esto es aleatorio, toda la línea. No encaja aquí, y no es sólo ruido porque el resto de la imagen sigue completamente intacta excepto esta otra línea parcialmente rota. El ruido estaría distribuido al azar.

—Mira a ver qué es, entonces. Tú eres el genio, yo la monja —dijo sor Carlotta.

Bean pronto tuvo las dos líneas aisladas en un archivo separado y se puso a estudiar la información como código puro. Visto como un código de texto de un byte o dos, no había nada que se pareciera ni remotamente a un lenguaje, pero era normal que fuera así, de lo contrario nunca habría salido al exterior. De manera que si en efecto era un lenguaje, tenía que seguir algún tipo de código.

Durante las siguientes horas Bean escribió programas que le permitieran manipular los datos contenidos en esas líneas. Probó esquemas matemáticos y reinterpretaciones gráficas, pero en el fondo sabía que no se trataba de nada tan complejo: quien lo había creado había tenido que hacerlo sin la ayuda de un ordenador. Tenía que basarse en un sistema relativamente simple, diseñado sólo para impedir que un examen rutinario revelara su contenido.

Por eso siguió intentando reinterpretar el código binario como texto y no tardó en hallar un esquema que parecía prometedor. Código de texto de dos bytes, pero desviado a la derecha una posición para cada carácter, excepto cuando el cambio a la derecha lo hacía corresponder con los dos bytes de memoria, donde se producía un doble salto. De esa forma un carácter real nunca aparecería si alguien repasaba el archivo con un programa visor ordinario.

Cuando usó ese método con la primera línea, apareció como caracteres de texto solamente, cosa que no era probable que sucediera por casualidad. En cambio la otra línea no mostró ninguna pauta inteligible.

Se le ocurrió desviar a la izquierda la otra línea, y también ésa se convirtió en caracteres de texto.

—Ya lo tengo —exclamó—. Y es un mensaje,

—¿Qué dice?

—No tengo ni idea.

Carlotta se levantó y se acercó a mirar.

—Ni siquiera es lenguaje. No está organizado en palabras.

—Eso es deliberado —explicó Bean—. Si aparecieran palabras se adivinaría un mensaje e invitaría a descifrarlo. La manera más fácil para que cualquier aficionado descifre un lenguaje es comprobando la longitud de las palabras y la frecuencia de aparición de ciertas pautas de letras. En el Común, se buscan las agrupaciones de letras que pudieran ser la «a», y «the» y «and» y ese tipo de cosas.

—Y ni siquiera sabes en qué lenguaje está escrito.

—No, pero tiene que ser Común, porque saben que lo envían a alguien que no tiene la clave. Así que tiene que ser descifrable, y eso implica que esté en Común.

—¿Entonces están haciendo que sea fácil y difícil al mismo tiempo?

—Sí. Fácil para mí, difícil para todos los demás.

—Oh, venga ya. ¿Crees que lo escribieron para ti?

—Ender. Dragón. Yo estuve en la Escuadra Dragón, al contrario que la mayoría de ellos. Por otra parte, ¿a quién más podrían escribir? Yo estoy fuera, ellos no. Saben que sólo quedo yo. Y soy la única persona que pueden alcanzar sin descubrirse al mundo.

—¿Teníais alguna especie de código privado?

—En realidad no, pero tenemos una experiencia común, la jerga de la Escuela de Batalla, cosas así. Ya lo verá. Cuando lo descifre, será porque habré reconocido una palabra que nadie más identificaría.

—Si es un mensaje de ellos.

—Lo es —aseguró Bean—. Es lo que yo haría: correr la voz. Este mensaje es como un virus. Va a todas partes e introduce su código en un millón de sitios, pero nadie sabe que es un código porque parece algo que la mayoría de la gente piensa que ya comprende. Es una moda, no un mensaje.

Excepto para mí.

—Casi me has convencido.

—Lo descifraré antes de acostarme.

—Eres demasiado pequeño para beber tanto café. Te provocará un aneurisma. Ella volvió a su correo.

Como las palabras no estaban separadas, Bean tuvo que buscar las otras pautas que podían proporcionarle pistas. Todas las pautas evidentes de dos o tres letras repetidas que no conducían a los consabidos callejones sin salida, lo cual no le sorprendió. Si él hubiera compuesto un mensaje similar,

habría quitado todos los artículos, conjunciones, preposiciones y pronombres posibles. No sólo eso, sino

que la mayoría de las palabras estarían deliberadamente mal escritas para evitar repeticiones. Otras palabras aparecerían escritas correctamente, aunque estarían pensadas para ser irreconocibles para la mayoría de la gente que no perteneciera al ámbito de la Escuela de Batalla.

En principio, sólo había dos lugares donde el mismo carácter se doblara, uno en cada línea. Eso podría ser el resultado de una palabra que terminaba con la misma letra con la que empezaba otra, pero Bean lo dudaba. En ese mensaje no habrían dejado nada al azar. Partiendo de esta idea escribió un programita que uniera las letras dobles en una sola palabra y, empezando por «aa», le mostrara cuáles podrían ser las palabras de alrededor para ver si alguna parecía plausible. Y empezó con las letras dobles de la línea más corta, porque ese par estaba rodeado por otro par, en una pauta 1221.

Los fracasos obvios, como «xddx» y «pffp», fueron casi inmediatos, pero tuvo que investigar todas las variantes de «abba» y «adda» y «deed» y «effe» para ver cómo afectaban al mensaje. Algunas eran prometedoras y las guardó para explorarlas más tarde.

—¿Por qué está en griego? —preguntó Carlotta.

Ella volvía a observarlo por encima del hombro, aunque Bean no la había oído levantarse y acercarse a él.

—Pasé el mensaje original a caracteres griegos para no distraerme tratando de leer significados en las letras que aún no he descifrado. Las que aparecen en caracteres romanos son aquellas en las que

estoy trabajando.

En ese momento, su programa mostró las letras «iggi».

—«Piggies» —sugirió sor Carlotta.

—Tal vez, pero no me suena de nada.

Empezó a buscar en el diccionario palabras que contuvieron las letras «iggi», pero ninguna parecía mejor que «piggies».

—¿Tiene que ser una palabra? —dijo Carlotta.

—Bueno, si es un número entonces me encuentro en un callejón sin salida.

—No, quiero decir, ¿por qué no un nombre? En ese momento Bean lo comprendió.

—¿Cómo no he caído antes?

Colocó las letras w y n delante y detrás de «iggi» y entonces extendió el resultado por todo el mensaje, haciendo que el programa indicara con guiones las letras pendientes de descifrar. Las dos líneas decían ahora:

n-------- g---n---n---n---i---n---g

-n-n-wiggin-

—No parece Común —comentó Carlotta—. Tendría que haber más íes.

—Doy por hecho que el mensaje deja deliberadamente fuera tantas letras como sea posible, sobre todo vocales, para que no parezca que es Común.

—¿Entonces cómo sabrás cuándo lo has descifrado? —Cuando tenga sentido.

—Es hora de acostarse, aunque ya sé que no te irás a la cama hasta que lo hayas resuelto.

Bean apenas advirtió que ella se retiraba. Estaba ocupado intentando descifrar la otra letra doble. Esta vez fue un trabajo más complicado, porque las letras anteriores

y posteriores al doble par eran diferentes. Eso significaba más combinaciones que intentar, y el hecho de poder eliminar la g, la i, la n y la w no aceleró demasiado el proceso.

Una vez más, guardó unas cuantas lecturas (más que antes), pero nada le llamó la atención hasta que llegó a «jees». La palabra que usaban los compañeros de Ender

en la batalla final para definirse a sí mismos era «jeesh».

¿Podría ser? Era una palabra que desde luego podría utilizarse como bandera.

h--n--jeesh-g--en--s-sn--n---- si----n---s—g

-n-n-wiggin--

Si aquellas veintisiete letras estaban bien descifradas, solo le quedaban treinta por resolver. Se frotó los ojos, suspiró y se puso a trabajar.

A mediodía lo despertó el olor a naranjas. Sor Carlotta estaba pelando una naranja mexerica.

—La gente siempre come esta fruta en la calle y escupe la pulpa en la acera. No puedes masticarla lo suficiente para tragarla, pero el zumo es de lo mejor que hayas probado en tu vida.

Bean se levantó de la cama y cogió el gajo que le ofrecía. Ella tenía razón. Carlotta le tendió un cuenco para que escupiera la pulpa.

—Excelente desayuno —aprobó Bean.

—Más bien es el almuerzo —respondió ella. Alzó un .papel—. ¿He de suponer que consideras que ésta es la solución?

Era el mensaje que él había imprimido antes de irse a dormir.

hlpndrjeeshtgdrenrusbsntun6rmysiz40ntrysbtg bnfndwigginpr

—Ah, sí —dijo Bean—. No imprimí el que tenía las separaciones de palabras.

Tras meterse otro gajo de naranja en la boca, Bean caminó descalzo hasta el ordenador, recuperó el archivo adecuado y lo imprimió. Se lo tendió a Carlotta, escupió pulpa, tomó otra naranja de la bolsa de la compra y empezó a pelarla.

—Bean —dijo ella—. Soy una persona normal y corriente, con capacidad limitada. Entiendo que pone

«help»... ¿y aquí dice «Ender»?

Bean sostuvo el papel.

hlp ndr jeesh tgdr en rus bsn tun 6 rmy siz 40 n try sbtg

bn fnd wiggin ptr

—Han eliminado todas las vocales posibles, y hay faltas de ortografía. Pero lo que dice la primera línea es: «Socorro. El grupo de Ender está junto en Rusia...»

—¿T-g-d-r es «together», juntos? ¿Y escriben «en» como en francés?

—Exactamente —asintió Bean—. Lo entendí y no parece Común. —Siguió interpretando—. Lo siguiente me resultó confuso durante un buen rato, hasta que me di cuenta de que el 6 y el 40 eran números. Casi tenía ya todas las demás letras antes de darme cuenta. Los números importan, pero a partir del contexto no hay manera de sacarlos así que las siguientes palabras están puestas para darle un contexto a los números. Dice: «La escuadra de Bean tenía 6.» Alude a que Ender dividió la Escuadra Dragón en cinco batallones en vez de los cuatro normales, pero luego me nombraron a mí como una especie de añadido, con lo cual se obtiene el número seis. ¿Quién podría saberlo excepto alguien que hubiera estado en la Escuela de Batalla? Sólo alguien como yo podría entender el número y lo mismo ocurre con el siguiente: «Escuadra tamaño 40.» Todo el mundo en la Escuela de Batalla sabía que había cuarenta soldados en cada escuadra. A menos que contaras al comandante, en cuyo caso había cuarenta y uno, aunque esa cifra es trivial.

—Cómo lo sabes?

Porque la siguiente letra es la n de «norte». El mensaje revela su paradero. Saben que están en Rusia, y como al parecer pueden ver el sol o al menos sombras en la pared, y saben la fecha, pueden calcular la latitud apropiada. Seis—cuatro—cero norte. Sesenta y cuatro norte. a menos que signifique

otra cosa.

—No, el mensaje tenía que ser obvio.

—Para ti.

—Sí, para mí. El resto de esa línea es «intento sabotaje» Interpreto que intentan fastidiar lo que los rusos les están obligando a hacer, así que fingen seguirles la corriente, aunque en realidad están paralizando el avance. Muy astuto ponerlo ahí. El hecho de que un tribunal militar juzgara a Graff

después de ganar la guerra Fórmica surgiere que es mejor dejar constancia de que no están

colaborando con el enemigo... por si el otro bando acaba venciendo.

—Pero Rusia no está en guerra con nadie.

—El Polemarca era ruso, y las tropas del Pacto de Varsovia estuvieron de su parte durante la guerra de las Ligas. Recuerde que Rusia fue el país líder antes de que llegaran los insectores y empezaran a destruirlo todo, con lo cual obligaron a la humanidad a unirse bajo el Hegemón y crear la Flota Internacional. Siempre han considerado que les han robado su destino, y ahora que los fórmicos han desaparecido, es lógico que estén ansiosos por volver a la pista. No se consideran los malos, sino el único pueblo con la voluntad y los recursos necesarios para unir al mundo de una manera real y permanente. Según su punto de vista están llevando a cabo una buena acción.

—Es lo que pasa siempre.

—No siempre. Pero sí, para librar una guerra tienes que convencer a tu propio pueblo de que luchas por su defensa, o bien que lo haces porque mereces ganar, o para salvar a otra comunidad. El pueblo ruso responde al mercadillo altruista como cualquier otro.

—¿Y qué dice la otra línea?

—«Bean encuentra a Wiggin Peter.» Sugieren que busque al hermano mayor de Ender; que no se marchó en la nave colonial con Ender y Valentine. Peter ha estado participando en las redes usando la identidad de Locke, y supongo que también ha adoptado la personalidad de Demóstenes, ahora que Valentine se ha marchado.

—¿Lo sabías?

—Sabía muchas cosas —asintió Bean—. Pero lo principal es que tiene usted razón. Aquiles nos está buscando y tiene a todo el resto del jeesh de Ender, pero ni siquiera sabe que el hermano de Ender

existe, porque en realidad es un detalle que no le importa. Pero usted y yo sabemos que Peter Wiggin

habría estado en la Escuela de Batalla de no ser por un pequeño defecto de personalidad. Y por lo que sabemos, ese defecto de personalidad podría ser exactamente lo que hace falta para ser un buen contrincante de Aquiles.

—O tal vez sea exactamente lo que hace falta para que una victoria de Peter no sea mejor que una victoria de Aquiles, en términos de la cantidad de sufrimiento en el mundo.

—Bueno, no lo sabremos hasta que lo encontremos, ¿no?

—Ya, pero para encontrarlo, tendrías que revelar tu identidad.

—Sí, ¿no es excitante? —Dio un saltito exagerado, como un niño al que llevan al zoo.

—Estás jugando con tu vida.

—Es usted la que quiere que encuentre una causa.

—Peter Wiggin no es una causa, es peligroso. ¿No has oído a Graff hablar de él?

—Sí ,—dijo Bean—. ¿Cómo cree que me enteré de su existencia?

—¡Pero tal vez no sea mejor que Aquiles!

—Sé varios aspectos en los que ya es mejor que Aquiles primero, no intenta matarnos. Segundo, ya dispone de una enorme red de contactos en todo el mundo, algunos de los cuales saben que es un joven, aunque la mayoría no tiene ni idea. Tercero, es ambicioso como Aquiles, pero Aquiles ya se ha hecho con casi todos los otros niños que fueron considerados los comandantes militares más brillantes del mundo, mientras que Peter Wiggin sólo tendrá a uno: a mí. ¿Cree que será tan tonto como para no utilizarme?

—Utilizarte: ésa es la palabra clave, Bean.

—Bueno, ¿no la están utilizando a usted en su causa? —Por parte de Dios, no de Peter Wiggin.

—Apuesto a que Peter Wiggin envía un montón de mensajes más claros que Dios —señaló Bean—. Y si no me gusta lo que hace, siempre puedo dimitir.

—Con alguien como Peter, no siempre es posible dimitir.

—No puede obligarme a cambiar mi forma de pensar. A menos que sea un genio notablemente tonto, se dará cuenta.

—Me pregunto si Aquiles es consciente de esto, ya que trata de obligar a los otros niños a ofrecerle su inteligencia.

—Exactamente. Entre Peter Wiggin y Aquiles, ¿cuál es la probabilidad de que Wiggin sea peor?

—Oh, es difícil imaginar cómo podría ser posible.

—Entonces empecemos a pensar en un modo de contactar con Locke sin revelar nuestra identidad ni nuestro paradero.

—Voy a necesitar más naranjas antes de que nos marchemos de Brasil —comentó Carlotta. Sólo entonces se dio cuenta Bean de que entre los dos se habían terminado la bolsa entera.

—Yo también —comentó.

Antes de marcharse, con la bolsa vacía en la mano, Carlotta se detuvo en la puerta.

—Lo has hecho muy bien con ese mensaje, Julian Delphiki.

—Gracias, abuela Carlotta. Ella se marchó sonriendo.

Bean alzó el papel y lo observó de nuevo. La única parte del mensaje que no había interpretado plenamente para ella era la última palabra. No creía que «ptr» significara Peter. Eso habría sido redundante. «Wiggin» ya bastaba para identificarlo. No, las tres letras del final eran una firma: el mensaje

procedía de Petra. Ella podría haber intentado escribir directamente a Peter Wiggin. En cambio había

escrito a Bean, codificándolo de un modo que el hermano de Ender no habría entendido nunca.

Ella confía en mí.

Bean sabía que los otros miembros del grupo de Ender le dejaban de lado. No mucho, pero sí un poco' Cuando todos estaban en la Escuela de Mando en Eros, antes de que Ender llegara, los militares nombraron a Bean comandante en funciones en todas sus pruebas de batalla, aunque era el más joven

de sus compañeros, más joven incluso que Ender. Sabía que había hecho un buen trabajo, y se ganó su

respeto, pero a los demás nunca les gustó recibir órdenes de él y se sintieron claramente aliviados cuando Ender llegó y Bean recuperó el puesto que le correspondía. Nadie le felicitó nunca por su trabajo, excepto Petra.

Petra hizo por él en Eros lo mismo que hizo Nikolai en la Escuela de Batalla: le dirigió una palabra amable de vez en cuando. Bean estaba seguro de que ni Nikolai ni Petra llegaron a comprender la importancia que tuvo para él su casual generosidad y su amistad incondicional. Por azares del destino, Nikolai había resultado ser su hermano. ¿Significaba eso que Petra era su hermana?

En ese momento, Petra recurría a él. Confiaba en que reconociera el mensaje, lo descifrara, y actuara en consecuencia.

En el archivo de la Escuela de Batalla había documentos que aseguraban que Bean no era humano, y él sabía que Graff a veces había pensado lo mismo porque lo había oído decir. Sabía que Carlotta lo

amaba, pero amaba más a Jesús, y de todas formas era una persona adulta y lo consideraba un niño. Bean podía confiar en ella, pero Carlotta no podía confiar en él.

En la Tierra, antes de la Escuela de Batalla, la única amistad que Bean tuvo fue una niña llamada

Poke, y Aquiles la asesinó apenas unos instantes después de que Bean la dejara, momentos antes de que advirtiera su error y corriera a advertirla y encontrara su cadáver flotando en el Rhin. Poke murió tratando de salvar a Bean, y lo hizo porque no se podía confiar en que Bean la salvara.

El mensaje de Petra significaba que, después de todo, tal vez tenía otra amiga que lo necesitaba. Y

en esta ocasión no le daría la espalda: le tocaba el turno de salvar a su amiga o de morir en el intento.

¿Te parece válida esta causa, sor Carlotta?


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