«Cuando era niña, pensaba que un dios se decepcionaba cada vez que alguna distracción interrumpía mi seguimiento de las líneas marcadas en las vetas de la madera.
Ahora sé que los dioses esperan esas interrupciones, pues conocen nuestra fragilidad.
Lo que les sorprende es que concluyamos nuestros actos.»
de Los susurros divinos de Han Qing--jao
Al segundo día, Peter y Wang-mu se aventuraron en el mundo de Viento Divino. No tuvieron que preocuparse por aprender un idioma. Viento Divino era un mundo antiguo, de la primera oleada de los colonizados tras la emigración inicial de la Tierra. Era originalmente tan reaccionario como Sendero, aferrado a viejas costumbres. Pero las costumbres de Viento Divino eran japonesas, y por eso cabía la posibilidad de un cambio radical. Con apenas trescientos años de historia propia, el mundo se transformó y dejó de ser el aislado feudo de un shogunato ritualizado para convertirse en un centro cosmopolita de comercio, industria y filosofía. Los japoneses de Viento Divino se enorgullecían de ser anfitriones de visitantes de todos los mundos, y había aún muchos lugares donde los niños crecían hablando sólo japonés hasta el momento de ingresar en el colegio. Pero, llegados a la edad adulta, todos los habitantes de Viento Divino hablaban stark con fluidez, y los mejores con elegancia, con gracia, con sorprendente economía; Mil Fiorelli decía, en su libro más famoso, Observaciones a simple vista de mundos distantes, que el stark era un idioma que no tenía hablantes nativos hasta que se susurraba en Viento Divino.
Y así, cuando Peter y Wang-mu atravesaron los bosques de la gran reserva natural donde había aterrizado su nave para llegar a una aldea de leñadores, riéndose del tiempo que habían estado «perdidos» en el bosque, nadie se fijó dos veces en los rasgos chinos y el acento de Wang-mu, ni en la piel blanca de Peter y en su falta de pliegue epicántico. Dijeron que habían perdido sus documentos, pero una consulta al ordenador reveló que tenían permiso de conducir automóviles en la ciudad de Nagoya, y aunque al parecer Peter tenía un par de multas de tráfico allí, por lo demás no había cometido ningún acto ilegal. Como profesión de Peter constaba «maestro independiente de física»; Wang-mu constaba como «filósofa itinerante». Ambas posiciones eran bastante respetables, dada su juventud y su carencia de lazos familiares. Cuando les hicieron preguntas informales («Tengo un primo que enseña gramática progenerativa en la Universidad Komatsu de Nagoya»), Jane apuntó a Peter los comentarios adecuados:
-Yo nunca voy más allá del Edificio Oe. Los lingüistas no se hablan con los físicos. Piensan que sólo sabemos de matemáticas. Según Wang-mu, el único idioma que hablamos los físicos es la gramática de los sueños.
Wang-mu no tenía una apuntadora tan amistosa en el oído, pero se suponía que una filósofa itinerante era gnómica en su discurso y mántica de pensamiento. Así que pudo contestar al comentario de Peter diciendo:
—Digo que es la única gramática que hablas. No hay ninguna que puedas comprender.
Esto empujó a Peter a hacerle cosquillas; Wang-mu se rió y le retorció la muñeca hasta que paró. Así demostraron a los leñadores que eran exactamente lo que sus documentos decían: jóvenes brillantes atontados por el amor... o por la juventud, como si hubiera alguna diferencia.
Los llevaron en un flotador del Gobierno de vuelta a terreno civilizado, donde (gracias a la manipulación que hizo Jane de las redes informáticas), encontraron un apartamento que hasta el día anterior había estado vacío y sin amueblar, pero que ahora estaba lleno de una ecléctica mezcla de muebles y arte que reflejaba una encantadora combinación de pobreza y gusto exquisito.
-Muy bonito -dijo Peter.
Wang-mu, familiarizada sólo con el gusto de un mundo, y en realidad con el de un único hombre de ese mundo, apenas podía evaluar las decisiones de Jane. Había lugares donde sentarse, tanto sillas occidentales, que doblaban a la gente en ángulos rectos y nunca le resultaban cómodas a Wang-mu, como esteras orientales, que animaban a la gente a retorcerse en círculos con la armonía de la tierra. El dormitorio, con su colchón occidental levantado del suelo (aunque no había ratas ni cucarachas), era obviamente para Peter; Wang-mu sabía que la misma esterilla que la invitaba a sentarse en la habitación principal del apartamento sería también el lugar donde dormiría de noche.
Ofreció a Peter el primer baño; sin embargo, él no parecía tener prisa por lavarse, aunque olía a sudor después del paseo y las horas transcurridas en el flotador. Así que Wang-mu acabó disfrutando del baño, con los ojos cerrados, y meditó hasta que se sintió restaurada. Cuando abrió los ojos ya no se encontró extraña. Era ella misma, y los objetos y espacios que la rodeaban podían relacionarse con ella sin dañar su sentido del yo. Era una capacidad que había adquirido de peque��a, cuando no tenía poder ni siquiera sobre su propio cuerpo y debía obedecer en todo. Era lo que la preservaba. Su vida tenía muchas cosas desagradables prendidas como rémoras en un tiburón, pero ninguna cambiaba quién era bajo la piel, en la fría oscuridad de su soledad con los ojos cerrados y la mente en paz.
Cuando salió del baño, encontró a Peter comiendo ausente un plato de uvas mientras contemplaba una holobra en la que actores japoneses enmascarados se gritaban y daban grandes y torpes zancadas ruidosas como si interpretaran a personajes dos veces más grandes que ellos.
-¿Has aprendido japonés? -preguntó Wang-mu.
-Jane me lo traduce. Es una gente muy rara.
-Es una antigua forma de representación teatral.
-Pero muy aburrida. ¿Hubo alguna vez alguien cuyo corazón se conmoviera con todos esos gritos?
-Si estás metido en la historia, entonces gritan las palabras de tu propio corazón.
-¿El corazón de alguien dice: «Soy el viento de la fría nieve de la montaña, y tú eres el tigre cuyo rugido se congelará en tus oídos antes de que tiembles y mueras con el cuchillo de hierro de mis ojos invernales»?
-Una frase digna de ti -dijo Wang-mu-, Lo tuyo son las fanfarronadas y las baladronadas.
-Yo soy el hombre de ojos redondos que maldice y apesta como el cadáver de una mofeta podrida, y tú eres la flor que se marchitará a menos que me dé inmediatamente una ducha con lejía y amoníaco.
-Cierra los ojos cuando lo hagas. Son productos abrasivos.
No había ordenador en el apartamento. Tal vez la holovisión podía utilizarse como tal pero, si era así, Wang-mu no sabía cómo. Los controles no se parecían a nada que hubiera visto en casa de Han Fei-tzu, pero eso no era sorprendente. Los habitantes de Sendero no copiaban sus diseños de otros mundos, si era posible. Wang-mu ni siquiera sabía cómo apagar el sonido. No importaba. Se sentó en la estera y trató de recordar todo lo que sabía de los japoneses por sus estudios de la historia terrestre con Han Qing-jao y su padre, Han Fei-tzu. Era consciente de que su educación era deficiente, porque al ser una niña de clase baja nadie se había molestado en enseñarle mucho hasta que entró al servicio de Qing-jao. Han Fei-tzu le había dicho que se olvidara de los estudios académicos y que buscara simplemente la información de acuerdo con sus intereses.
-Tu mente no está estropeada por la educación tradicional, por tanto debes seguir tu propio camino en cada materia.
A pesar de esta aparente libertad, Fei-tzu pronto le mostró que era un maestro severo aunque las materias fueran de libre elección. La desafiaba, la interrogaba en todo lo que aprendía sobre historia o biografía; le exigía que generalizara, luego refutaba sus generalizaciones; y si ella cambiaba de opinión, entonces exigía con la misma fuerza que defendiera su nueva postura, aunque un momento antes hubiera sido la suya propia. El resultado fue que, incluso con una información limitada, estaba preparada para repasarla, descartar conclusiones anteriores y formular nuevas hipótesis. Así que podía cerrar los ojos y continuar su educación sin que ninguna joya le susurrara al oído, pues seguía oyendo las cáusticas preguntas de Han Fei-tzu aunque se encontrara a años-luz de distancia.
Los actores dejaron de gritar antes de que Peter terminara de ducharse. Wang-mu no se dio cuenta de eso, pero sí de que una voz procedente del holovisor decía:
-¿Te gustaría otra selección grabada, o prefieres conectar con una emisión actual?
Por un momento, Wang-mu pensó que la voz debía de ser de Jane; luego se dio cuenta de que era simplemente el menú de la máquina.
-¿Tienes noticias? -preguntó.
-¿Locales, regionales, planetarias o interplanetarias?
-Empieza con las locales -dijo Wang-mu. Era forastera aquí. Bien podía familiarizarse con las cosas. Cuando Peter salió del cuarto de baño, limpio y vestido con uno de los estilizados atuendos locales
que Jane había encargado para él, Wang-mu estaba enfrascada en la noticia de un juicio; alguien había
sido acusado de agotar la pesca en una región situada a pocos cientos de kilómetros de la ciudad donde estaban. ¿Cómo se llamaba el lugar?
Oh, sí. Nagoya. Como Jane había declarado en todos sus falsos registros que ésta era su ciudad natal, fue aquí donde los trajo el flotador.
-Todos los mundos son iguales -dio Wang-mu-. La gente quiere comer pescado, y algunos quieren pescar más de lo que el mar puede reponer.
-¿Qué daño hace si pesco un día de más o me llevo una tonelada de más? -preguntó Peter.
-Si todo el mundo lo hiciera, entonces... -se detuvo-. Ya veo. Estabas expresando de forma irónica el modo de pensar de los malhechores.
-¿Ya voy limpio y guapo? -preguntó Peter, dándose la vuelta para mostrar su ropa, amplia peró que de algún modo realzaba su silueta.
-Los colores son chillones. Te queda gritón.
-No, no -dijo Peter-. La idea es que la gente que me vea grite.
-Aaaah -gritó Wang-mu en voz baja.
-Jane dice que en realidad es un traje conservador... para un hombre de mi edad y supuesta profesión. Los hombres de Nagoya tienen fama de ser pavos reales.
-¿Y las mujeres?
-Con los pechos al aire todo el tiempo. Una visión sorprendente.
-Eso es mentira. No he visto a una sola mujer con los pechos desnudos cuando veníamos y... -Se detuvo, y le miró con el ceño fruncido-. ¿De verdad quieres que asuma que todo lo que dices es mentira?
-Pensé que merecía la pena intentarlo.
-No seas tonto. No tengo pechos.
-Los tienes pequeños. Sin duda eres consciente de la diferencia. -No quiero discutir sobre mi cuerpo con un hombre vestido con un jardín mal diseñado.
-Aquí las mujeres son todas un cero a la izquierda -dijo Peter-. Trágico pero cierto. La dignidad y todo eso. Sólo a los jóvenes y los muchachos en edad de merecer se les permite este tipo de plumaje. Creo que los colores vivos son para espantar a las mujeres. ¡No esperes nada serio por parte de este chico! Quédate a jugar, o márchate, Algo así. Creo que Jane eligió esta ciudad para nosotros con el único propósito de hacerme llevar esta ropa.
-Tengo hambre. Estoy cansada.
-¿Qué es más urgente?
-El hambre.
-Ahí tienes uvas -ofreció él.
-Que no has lavado. Supongo que es parte de tu deseo de muerte.
-En Viento Divino, los insectos saben cuál es su sitio y se quedan allí. No hay pesticidas. Jane me lo aseguró.
-Tampoco hay pesticidas en Sendero -dijo Wang-mu-. Pero lavamos la fruta para eliminar las bacterias y otras criaturas unicelulares. La disentería amébica nos retrasaría.
-Oh, pero el cuarto de baño está muy bien, sería una lástima no utilizarlo -contestó Peter. A pesar de su actitud, Wang-mu vio que su comentario sobre la disentería lo molestaba.
-Vamos a comer fuera --dijo Wang-mu-. Jane tiene dinero para nosotros, ¿no? Peter escuchó un momento algo que surgía de la joya que llevaba en la oreja.
-Sí, y lo único que tenemos que hacer es decirle al encargado del restaurante que hemos perdido el carné de identidad y nos tomará las huellas para cargarlo en nuestra cuenta. Jane dice que somos muy ricos si es necesario, pero que deberíamos intentar actuar como si tuviéramos medios limitados y saliéramos ocasionalmente a celebrar algo. ¿Qué tenemos que celebrar?
-Tu baño.
-Celebra tú eso. Yo celebraré nuestro regreso sanos y salvos del bosque.
Pronto se encontraron en la calle, un lugar bullicioso con pocos coches, cientos de bicicletas, y miles de personas en las calzadas y aceras deslizantes.
A Wang-mu no les gustaban esas extrañas máquinas e insistió en caminar sobre suelo sólido, lo que implicaba elegir un restaurante cercano. Los edificios del vecindario eran viejos, pero no decrépitos; un barrio con solera, pero también con orgullo. El estilo era radicalmente abierto, con arcos y patios, columnas y tejados, pero pocos muros y nada de cristal.
-El tiempo aquí debe de ser ideal -comentó Wang-mu.
-Tropical, pero en la costa tienen vientos fríos. Llueve cada tarde durante una hora o así, al menos la mayor parte del año, pero nunca hace mucho calor y jamás hiela.
-Parece como si todo estuviera al aire libre siempre.
-Eso es falso -dijo Peter-. Nuestro apartamento tenía ventanas y control de clima, ya te diste cuenta. Pero da al jardín y además las ventanas están empotradas, para que desde abajo no se vean los cristales. Muy artístico. Aspecto natural, pero artificial. Hipocresía y engaño... un rasgo humano universal.
-Es una hermosa forma de vivir --dijo Wang-mu-. Me gusta Nagoya.
-Lástima que no vayamos a pasar aquí mucho tiempo.
Antes de que ella pudiera preguntar adónde iban y por qué, Peter la hizo entrar en el patio de un concurrido restaurante.
-En éste cocinan el pescado -dijo-. Espero que no te importe.
-¿Qué? ¿Los otros lo sirven crudo? -le preguntó Wang-mu, riendo. Entonces advirtió que Peter hablaba en serio. ¡Pescado crudo!
-Los japoneses son famosos por eso, y en Nagoya es casi una religión. Fíjate... no hay ni una cara japonesa en el restaurante. No se dignarían a comer pescado que haya sido destruido por el calor. Es una de las cosas a las que se aferran.. Ahora hay tan pocas cosas genuinamente japonesas en su cultura, que se vuelcan en las pocas costumbres niponas que sobreviven.
Wang-mu asintió, comprendiendo perfectamente que una cultura pudiera aferrarse a tradiciones muertas sólo por el bien de la identidad nacional, y también agradecida por estar en un lugar donde esas costumbres eran todas superficiales y no distorsionaban y destruían las vidas de las personas como ocurría en Sendero.
La comida llegó rápidamente (casi no se tarda nada en cocinar el pescado), y mientras comían, Peter cambió de postura varias veces sobre la estera.
-Lástima que este sitio no sea lo bastante poco tradicional como para tener sillas.
-¿Por qué odiáis tanto la tierra los europeos que siempre vivís por encima de ella? -preguntó Wang- mu.
-Ya has respondido a tu pregunta -dijo Peter fríamente-. Empiezas con la suposición de que odiamos la tierra. Hace que parezcas una primitiva que utiliza la magia.
Wang-mu se ruborizó y guardó silencio.
-Oh, ahórrame el rollo de la mujer oriental pasiva. O el de la manipulación pasiva a través de la culpa de me-entrenaron-para-ser-criada-y-tú-pareces-un-cruel-amo-sin-corazón. Sé que soy un auténtico mierda y no voy a cambiar sólo porque tú parezcas tan abatida.
-Entonces podrías cambiar porque deseas no seguir siendo un mierda.
-Es mi carácter. Ender me creó odioso para poder odiarme. El beneficio añadido es que tú puedes odiarme también.
-Oh, cállate y cómete el pescado. No sabes de lo que estás hablando. Se supone que tienes que analizar a los seres humanos y no puedes comprender a la persona que está más cerca de ti de todo el mundo.
-No quiero comprenderte -dijo Peter-. Quiero cumplir mi misión explotando esa brillante inteligencia que al parecer tienes... aunque creas que la gente que se agacha está de algún modo «más cerca de la tierra» que los que permanecen erguidos.
-No hablaba de mí. Me refería a la persona más cercana a ti: Ender.
-Está lejísimos ahora mismo, menos mal.
-No te creó para poder odiarte. Dejó de hacerlo hace mucho tiempo.
-Sí, sí, escribió El Hegemón, etcétera, etcétera.
-Eso es. Te creó porque necesitaba desesperadamente alguien que le odiara a él.
Peter puso los ojos en blanco y tomó un sorbo de piña colada. -La cantidad justa de coco. Creo que me retiraré aquí, si Ender no se muere y me hace desaparecer primero.
-¿Digo algo que es verdad y me respondes hablando del coco en el zumo de piña?
-Novinha le odia. No me necesita.
-Novinha está enfadada con él, pero se equivoca al estarlo y él lo sabe. Lo que necesita de ti es... una furia justa. Que le odies por el mal que hay realmente en él, y que nadie más que él mismo ve o cree que exista.
-Soy sólo una pesadilla de su infancia. Has leído demasiado sobre el tema.
-No te conjuró porque el Peter de verdad fuera tan importante en su infancia. Te conjuró porque eres el juez, el que condena. Eso es lo que Peter le enseñó cuando era niño. Tú mismo me lo dijiste al hablar de tus recuerdos. Peter burlándose de él, diciéndole que era indigno, inútil, estúpido, cobarde. Tú lo haces ahora. Contemplas su vida y lo llamas xenocida, fracasado. Por algún motivo él necesita esto, necesita tener alguien que le maldiga.
-Bueno, qué suerte entonces que yo esté por aquí para despreciarlo-dijo Peter.
-Pero también necesita desesperadamente alguien que le perdone, que tenga piedad de él, que interprete todas sus acciones como buenas intenciones. Valentine no está allí porque él la ame... tiene a la verdadera Valentine para eso. Tiene a su esposa. Necesita que tu hermana exista para que pueda perdonarlo.
-¿Y si yo dejo de odiar a Ender, ya no me necesitará y desapareceré?
-Si Ender deja de odiarse a sí mismo, entonces no necesitará que seas malo y será más fácil tratar contigo.
-Sí, bueno, no es tan fácil llevarse bien con alguien que está analizando constantemente a una persona que nunca ha conocido y dando sermones a la persona que sí conoce.
-Espero conseguir que te sientas mal -dijo Wang-mu-. Es justo, ¿no?
-Creo que Jane nos trajo aquí porque las costumbres locales reflejan quiénes somos. Aunque soy una marioneta, encuentro algún perverso placer en la vida. Mientras que tú... puedes volver cualquier cosa gris sólo hablando del tema.
Wang-mu reprimió las lágrimas y se concentró en la comida.
-¿Qué te pasa? -dijo Peter.
Ella le ignoró, masticó lentamente, encontrando el núcleo intacto de sí misma que disfrutaba de la comida.
-¿No sientes nada? Ella tragó, lo miró.
-Ya echo de menos a la señorita Han Fei-tzu y apenas hace dos días que me fui. -Sonrió débilmente-
. He conocido a un hombre lleno de gracia y sabiduría. Me encontró interesante. Me siento muy cómoda aburriéndote.
Peter inmediatamente hizo como si se arrojara agua a la cara.
-Estoy ardiendo, me pica, oh, no puedo soportarlo. ¡Malvada! ¡Tienes el aliento de un dragón! ¡Los hombres mueren a causa de tus palabras!
-Sólo las marionetas que manotean colgadas de sus cuerdas -dijo Wang-mu.
-Mejor colgar de las cuerdas que estar atado con ellas.
-Oh, los dioses deben de amarme para haberme dejado en compañía de un hombre tan hábil con las palabras.
-Mientras que a mí los dioses me han dejado en compañía de una mujer sin pechos. Ella se obligó a fingir que se lo tomaba a broma.
-Pequeñitos, según dijiste.
De repente, la sonrisa desapareció de la cara de Peter.
-Lo siento -dijo-. Te he herido.
-No lo creo. Te lo diré más tarde, después de una buena noche de sueño.
-Creía que estábamos bromeando -dijo Peter-. Intercambiando insultos.
-Lo estábamos -respondió Wang-mu-. Pero yo me los tomo en serio. Peter dio un respingo.
-Entonces yo también me siento herido.
-Tú no sabes cómo herir. Sólo te estás burlando de mí. Peter apartó el plato y se levantó.
-Nos veremos en el apartamento. ¿Crees que sabrás encontrar el camino?
-¿Te importa?
-Menos mal que no tengo alma -dijo Peter-. Eso es lo único que te impide devorarla.
-Si alguna vez tuviera tu alma en la boca, la escupiría.
-Descansa un poco. Para el trabajo que tenemos por delante, necesito una mente, no una pelea. Salió del restaurante. La ropa le sentaba mal. La gente se lo quedó mirando. Era un hombre
demasiado digno y fuerte para vestir de manera tan chillona. Wang-mu vio de inmediato que eso le
avergonzaba.
También vio que se movía rápidamente porque sabía que aquella ropa era un error. Sin duda haría que Jane le encargara algo con lo que pareciera más mayor, más maduro, algo más a tono con su necesidad de honor.
Mientras que yo necesito algo que me haga desaparecer. O mejor todavía, ropa que me permita salir volando de aquí, en una sola noche, volar al Exterior y luego al Interior, a casa de Han Fei-tzu, donde puedo mirar a los ojos sin ver piedad ni desprecio. Ni dolor. Pues hay dolor en los ojos de Peter, y no ha estado bien por mi parte decir que no sentía ninguno. Al valorar tanto mi propio dolor he cometido el error de creer que eso me daba derecho a infligirle más. Si le pido disculpas, se burlará de mí por eso.
Pero prefiero que se burle de mí por hacer una cosa buena que ser respetada sabiendo que he hecho algo mal. ¿Es un principio que me enseñó Han Fei-tzu? No. Nací con eso. Como decía mi madre, demasiado orgullo, demasiado orgullo.
Sin embargo, cuando regresó al apartamento, Peter estaba dormido; agotada, ella pospuso sus disculpas y durmió también. Ambos se despertaron durante la noche, pero no al mismo tiempo; y por la mañana, el resquemor de la pelea de la noche anterior se había apagado. Tenían trabajo que hacer, y para ella era más importante comprender lo que iban a intentar que cerrar una brecha entre ellos que parecía, a la luz de la mañana, una discusión nimia entre amigos cansados.
-El hombre que Jane ha elegido para que lo visitemos es un filósofo.
-¿Como yo? -dijo Wang-mu, agudamente consciente de su nueva identidad falsa.
-Eso es lo que quería discutir contigo. Hay dos tipos de filósofos en Viento Divino. Aimaina Hikari, el hombre al que vamos a conocer, es un filósofo analítico. No estás preparada para enfrentarte a él. Así que eres del otro tipo: gnómica y mántica, tendente a soltar frases que sorprenden a los demás por su aparente irrelevancia.
-¿Es necesario que mis frases supuestamente profundas sólo parezcan irrelevantes?
-No tienes que preocuparte por eso. Los filósofos gnómicos dependen unos de otros para conectar sus irrelevancias con el mundo real. Por eso cualquiera puede fingir serlo.
Wang-mu sintió que su ira se elevaba como el mercurio de un termómetro.
-Qué amable por tu parte al elegirme esa profesión.
-No te ofendas -dijo Peter-. Jane y yo tuvimos que recurrir a algún papel que pudieras interpretar en este planeta concreto y que no revelara que eres una nativa de Sendero sin educación. Tienes que entender que en Viento Divino no se permite a ningún niño crecer siendo un ignorante sin remisión, como sucede con los servidores de Sendero.
Wang-mu no siguió discutiendo. ¿Qué sentido tendría? Si uno tenía que decir, en una discusión, «
¡Soy inteligente! ¡Sé cosas! », entonces también podía dejar de discutir. De hecho, se le ocurrió que esa idea era exactamente una de las frases gnómicas de las que hablaba Peter. Así lo dijo.
-No, no, no me refiero a epigramas -corrigió Peter-. Son demasiado analíticos. Me refiero a cosas verdaderamente extrañas. Por ejemplo, podrías haber dicho: «El pájaro carpintero ataca el árbol para llegar al insecto», y entonces yo tendría que haberme puesto a pensar cómo encaja eso con nuestra situación. ¿Soy yo el pájaro carpintero? ¿El árbol? ¿El insecto? Ésa es la gracia del asunto.
-Me parece que acabas de demostrar que eres el más gnómico de los dos. Peter puso los ojos en blanco y se acercó a la puerta.
-Peter -dijo ella, sin moverse del sitio. Él se volvió.
-¿No te sería de más ayuda si supiera por qué vamos a conocer a ese hombre, y quién es? Peter se encogió de hombros.
-Supongo. Aunque sabemos que Aimaina Hikari no es la persona, ni siquiera una de las personas que estamos buscando.
-Dime entonces a quién buscamos.
-Buscamos el centro de poder de los Cien Mundos. -¿Entonces por qué estamos aquí, en vez de en el Congreso Estelar?
-El Congreso Estelar es una farsa. Los delegados son actores. Los guiones se escriben en otra parte.
-Aquí.
-La facción del Congreso que se está saliendo con la suya con la Flota Lusitania no es la que ama la guerra. Ese grupo se alegra de todo el asunto, desde luego, ya que siempre creen en la brutalidad para sofocar las insurrecciones y todo eso, pero nunca habrían podido conseguir los votos para enviar la flota sin un grupo bisagra que está muy influenciado por una escuela de filósofos de Viento Divino.
-¿De la cual Aimaina Hikari es el líder?
-Es más sutil que eso. En realidad es un filósofo solitario que no pertenece a ninguna escuela concreta. Pero representa una especie de pureza del pensamiento japonés que le convierte en algo así como una conciencia para los filósofos que influyen en el grupo bisagra del Congreso.
-¿Cuántas fichas de dominó crees que puedes poner en fila para que se derriben unas a otras?
-No, eso no es lo bastante gnómico. Sigue siendo demasiado analítico.
-Todavía no estoy interpretando mi papel. ¿Cuáles son las ideas que ese grupo bisagra saca de esta escuela filosófica?
Peter suspiró y se sentó... en una silla, por supuesto. Wang-mu lo hizo en el suelo y pensó: «Así es como le gusta verse a un hombre europeo, con la cabeza más alta que los demás, enseñando a una mujer asiática. Pero desde mi perspectiva, se ha desconectado de la tierra. Escucharé sus palabras, pero sabiendo que es cosa mía hacer que lleguen a un lugar vivo.»
-El grupo bisagra nunca usaría la fuerza masiva contra lo que en realidad es una disputa menor con una colonia diminuta. El asunto empezó, como sabes, cuando dos xenólogos, Miro Ribeíra y Ouanda Mucumbi, fueron capturados enseñando agricultura a los pequeninos de Lusitania. Esto constituía una interferencia cultural, y se les ordenó salir del planeta para ser juzgados. Naturalmente, con las viejas naves relativistas que viajaban a la velocidad de la luz, sacarlos del planeta significaba que cuando volvieran, si lo hacían, todos aquellos a quienes conocían serían viejos o estarían muertos. Así que ése era un modo de tratarlos brutalmente duro y equivalía a prejuzgarlos. El Congreso esperaba quizá protestas por parte del gobierno de Lusitania, pero se encontró con un desafío abierto y el corte de las comunicaciones ansible. Los tipos duros del Congreso empezaron inmediatamente a moverse para enviar un contingente de tropas y tomar el control de Lusitania. Pero no tuvieron los votos, hasta...
-Hasta que resucitaron el espectro del virus de la descolada.
-Exactamente. El grupo que se oponía totalmente al uso de la fuerza sacó a colación la descolada como motivo para no enviar las tropas... porque en esa época cualquier infectado por el virus tenía que quedarse en Lusitania y seguir tomando un inhibidor que impedía que la descolada destruyera tu cuerpo desde dentro. Por primera vez, el peligro de la descolada fue ampliamente conocido, y el grupo bisagra surgió, constituido por aquellos a quienes sorprendía que Lusitania no hubiera sido puesta antes en cuarentena. ¿Qué podía ser más peligroso que un virus semi-inteligente y de rápida propagación en manos de los rebeldes? El grupo estaba formado casi en su totalidad por delegados fuertemente influenciados por la Escuela Necesaria de Viento Divino.
Wang-mu asintió.
-¿Y qué enseñan los necesarios?
-Que uno vive en paz y armonía con su entorno, sin perturbar nada, soportando con paciencia las afecciones leves e incluso las serias. No obstante, cuando surge una auténtica amenaza para la supervivencia, hay que actuar con brutal eficacia. La máxima es: Actúa sólo cuando sea necesario, y entonces hazlo a la mayor velocidad y con toda la fueza. Si los militaristas querían un contingente de tropas, los delegados influidos por los necesarios insistieron en enviar una flota armada con el Artefacto de Disrupción Molecular, que destruiría la amenaza del virus de la descolada de una vez por todas. Hay una clara ironía en todo esto, ¿no crees?
-No la veo.
-Oh, todo encaja a la perfección. Ender Wiggin usó el Pequeño Doctor para exterminar el mundo natal de los insectores. Ahora va a ser utilizado por segunda vez... ¡contra el mundo donde él vive! Más aún: el primer filósofo necesario, Ooka, citaba al propio Ender como máximo ejemplo de sus ideas. Mientras los insectores fueron considerados una amenaza peligrosa para la supervivencia de la humanidad, la única respuesta apropiada era la total erradicación del enemigo. Nada de medias tintas. Por supuesto, resultó que los insectores no eran una amenaza después de todo, como el propio Ender escribió en su libro La Reina Colmena, pero Ooka defendió el error porque la verdad se desconocía en el momento en que los superiores de Ender lanzaron a éste contra el enemigo. Lo que Ooka dijo fue:
«Nunca intercambies puñetazos con el enemigo.» Su idea era que nunca hay que intentar golpear a nadie, pero que si te ves obligado a hacerlo debes golpear una sola vez con tanta fuerza que tu enemigo no pueda jamás contraatacar.
-Así que usó a Ender como ejemplo de...
-Eso es. Las acciones del propio Ender están siendo empleadas para justificar otro ataque contra una especie inofensiva.
-La descolada no era inofensiva.
-No -dijo Peter-. Pero Ender y Ela encontraron otro modo, ¿no? Descargaron un golpe contra la propia descolada. Pero no hay manera de convencer al Congreso de que retire la flota. Como Jane interfirió las comunicaciones ansible entre el Congreso y la flota, creen que se enfrentan a una conspiración de grandes proporciones. Cualquier argumento que presentemos será tomado como una campaña de desinformación. Además, ¿quién se creería el rebuscado relato del primer viaje al Exterior en el que Ela creó la antidescolada, Miro se recreó a sí mismo y Ender nos hizo a mi querida hermana y a mí?
-Así que los necesarios del Congreso...
-No se autodenominan así. Pero su influencia es muy fuerte. Mi opinión y la de Jane es que si podemos hacer que algún necesario destacado se declare en contra de la Flota Lusitania... alegando motivos convincentes, por supuesto, la unanimidad de la mayoría pro-flota del Congreso se romperá. Es una mayoría débil: hay muchísima gente horrorizada por un uso tan devastador de la fuerza contra un mundo colonial, y otros que están aún más aterrorizados ante la idea de que el Congreso destruya a los pequeninos, la primera especie inteligente encontrada desde la destrucción de los insectores. Les encantaría detener la flota, o en el peor de los casos usarla para imponer una cuarentena permanente.
-¿Por qué no nos reunimos entonces con un necesario?
-¿Por qué iban a escucharnos? Si nos identificamos como partidarios de la causa Lusitania, nos encarcelarían e interrogarían. Y si no lo hacemos, ¿quién se tomará en serio nuestras ideas?
-Ese Aimaina Hikari, entonces. ¿Qué es?
-Algunos lo llaman el filósofo Yamato. Todos los necesarios de Viento Divino son, naturalmente, japoneses, y la influencia de la filosofía ha aumentado entre los nipones, tanto en sus mundos nativos como dondequiera que haya una población substancial. Así que aunque Hikari no sea un necesario, se le honra como el custodio del alma japonesa.
-Si él les dice que es antijaponés destruir Lusitania...
-Pero no lo hará. No fácilmente, al menos. Su primer trabajo, con el que se ganó la reputación de filósofo Yamato, incluía la idea de que los japoneses nacieron como marionetas rebeldes. La primera en tirar de las cuerdas fue la cultura china. Pero Hikari dice que Japón aprendió todo lo malo del intento de invasión china... que una gran tormenta, llamada por cierto kamikaze, que significa Viento Divino, malogró. Puedes estar segura de que todos en este mundo, al menos, recuerdan esa antigua historia. Pues bien, Japón se aisló, y al principio se negó a tratar con los europeos cuando llegaron. Pero luego una flota americana abrió por la fuerza Japón al comercio exterior, y entonces los japoneses se dispusieron a recuperar el tiempo perdido. La Restauración Meiji los llevó a tratar de industrializarse y occidentalizarse... y una vez más, según dice Hikari, unas nuevas cuerdas hicieron bailar la marioneta. Sólo que una vez más, aprendieron la mala lección. Como los europeos de esa época eran imperialistas que se repartían África y Asia, Japón decidió que quería un trozo del pastel imperial. Allí estaba China, la antigua maestra de títeres. Así que hubo una invasión...
-Nos enseñaron esa invasión en Sendero -dijo Wang-mu.
-Me sorprende que enseñen historia más reciente que la invasión mongola -dijo Peter.
-Los japoneses fueron detenidos finalmente cuando los americanos lanzaron las primeras armas nucleares sobre dos ciudades niponas.
-El equivalente, en aquellos tiempos, del Pequeño Doctor. El arma invencible, definitiva. Los japoneses no tardaron en considerar esas armas nucleares como una especie de emblema de orgullo: fuimos el primer pueblo atacado con armas nucleares. Se convirtió en una especie de agravio permanente, lo que en realidad no era mala cosa, porque en parte les dio ímpetu para fundar y poblar muchas colonias, para no ser nunca más una nación-isla indefensa. Pero entonces llega Aimaina Hikari y dice... Por cierto, el nombre lo eligió él mismo; es el seudónimo que utilizó para firmar su primer libro. Significa Luz Ambigua.
-Qué gnómico -dijo Wang-mu. Peter hizo una mueca.
-Oh, díselo a él, se pondrá muy orgulloso. Bueno pues, en su primer libro dice que los japoneses aprendieron la lección. Aquellas bombas nucleares cortaron las cuerdas. Japón quedó completamente
humillado. El orgulloso gobierno antiguo fue destruido, el emperador se convirtió en una simple figura,
la democracia llegó a Japón, y luego la prosperidad y el poder.
-¿Las bombas fueron entonces una bendición? -le preguntó Wang-mu, dubitativa.
-No, no, en absoluto. Piensa que la prosperidad de Japón destruyó el alma del pueblo. Adoptaron a su destructor como padre. Se convirtieron en el hijo bastardo de América, que cobró vida por las bombas americanas. Marionetas otra vez.
-¿Entonces qué tiene eso que ver con los necesarios?
-Japón fue bombardeado, dice Hikari, precisamente porque los japoneses ya eran demasiado europeos. Trataron a China como los europeos trataron a América, con egoísmo y brutalidad. Pero los antepasados japoneses no pudieron soportar ver a sus hijos convertirse en tales bestias. Así, igual que los dioses de Japón enviaron un Viento Divino para detener a la flota china, enviaron también las bombas americanas para impedir que Japón se convirtiera en un estado imperialista como los europeos. La respuesta nipona tendría que haber sido soportar la ocupación americana y luego, cuando acabara, regresar a la pureza japonesa, ser otra vez castos e íntegros. El título de su libro fue No es demasiado tarde.
-Y apuesto a que los necesarios utilizan el bombardeo americano de Japón como otro ejemplo de golpear con fuerza y velocidad máximas.
-Ningún japonés se habría atrevido a ver con buenos ojos el bombardeo americano, hasta que Hikari hizo posible entenderlo no como un modo de sojuzgar Japón, sino como el intento de los dioses para redimir al pueblo.
-¿Así que estás diciendo que los necesarios lo respetan tanto que, si cambiara de opinión, ellos también cambiarían... pero que no lo hará porque cree que el bombardeo de Japón fue un don divino?
-Esperemos que cambie de opinión -dijo Peter-, o nuestro viaje será un fracaso. El problema es que no hay ninguna posibilidad de que esté abierto a que lo convenzamos. Y Jane no ha sabido deducir a partir de sus escritos qué o quién podría influenciarlo. Tenemos que hablar con él para averiguar adónde ir a continuación... para poder cambiar la opinión de los otros.
-Es realmente complicado, ¿no?
-Por eso no creía que mereciera la pena explicártelo. ¿Qué vas a hacer exactamente con esta información? ¿Entrar en una discusión sobre la sutileza de la historia con un filósofo analítico de primera fila como Hikari?
-Voy a escuchar -dijo Wang-mu.
-Eso es lo que ibas a hacer antes -dijo Peter.
-Pero ahora sabré a quién escucho.
-Jane piensa que es un error que te ponga al corriente, porque ahora interpretarás todo lo que diga
Hikari a la luz de lo que Jane y yo sabemos ya.
-Dile a Jane que las únicas personas que valoran la pureza de la ignorancia son aquellas que se benefician del monopolio del conocimiento.
Peter se echó a reír.
-Epigramas otra vez -dijo-. Se supone que tienes que decir...
-No me digas cómo ser gnómica otra vez -contestó Wang-mu. Se levantó del suelo. Ahora su cabeza estaba por encima de la de Peter-. Tú eres el gnomo. Y en cuanto a que yo soy mántica... recuerda que la mantis se come a su pareja.
-No soy tu pareja -dijo Peter-, y mántico se refiere a una filosofía que procede de la visión, la inspiración o la intuición en vez de hacerlo de la erudición y la razón.
-Si no eres mi pareja, deja de tratarme como a una esposa. Peter se quedó perplejo, luego desvió la mirada.
-¿Estaba haciendo eso?
-En Sendero, el marido da por hecho que su esposa es tonta y le enseña incluso las cosas que ya sabe. En Sendero, la esposa tiene que fingir, cuando le enseña algo a su marido, que sólo le está recordando cosas que él le enseñó mucho antes.
-Bueno, soy un patán insensible, ¿verdad?
-Por favor, recuerda -dijo Wang-mu-, que cuando nos reunamos con ese Aimaina Hikari, él y yo tenemos una base de conocimiento que tú nunca tendrás.
-¿Y cuál es?
-La vida.
Ella vio el dolor en su rostro y de inmediato lamentó habérselo causado. Pero fue un reflejo condicionado: la habían entrenado desde la infancia para lamentar las ofensas que causaba, no importaba cuán merecidas fueran.
-Ufff -dijo Peter, como si su dolor fuera fingido.
Wang-mu no demostró ninguna piedad: ya no era una servidora.
-Te enorgulleces de saber más que yo, pero todo cuanto sabes Ender lo ha puesto en tu cabeza o Jane te lo susurra al oído. Yo no tengo a ninguna Jane, no tuve a ningún Ender. Todo lo que sé, lo aprendí con mi esfuerzo. Sobreviví. Así que, por favor, no me trates con desprecio otra vez. Si soy de algún valor para esta expedición, será porque sé todo lo que tú sabes... porque todo lo que tú sabes se me puede enseñar, pero lo que yo sé, tú nunca lo podrás aprender.
Las bromas se acabaron. Peter tenía la cara encendida de furia.
-Cómo... quién...
-Cómo me atrevo -dijo Wang-mu, haciéndose eco de la frase que supuso había iniciado Peter-. Quién me creo que soy.
-No he dicho eso -dijo Peter en voz baja, dándose la vuelta.
-No sé estar en mi lugar, ¿verdad? -preguntó ella-. Han Fei-tzu me habló de Peter Wiggin. El original, no la copia. De cómo hizo que su hermana Valentine tomara parte en su conspiración para obtener la hegemonía en la Tierra. De cómo la hizo escribir todo el material de Demóstenes, demagogia provocadora, mientras que él escribía todo el material de Locke, las ideas analíticas y elevadas. Pero la demagogia barata procedía de él.
-Igual que las ideas elevadas -dijo Peter.
-Exactamente -respondió Wang-mu-. Lo que nunca procedió de él, lo que sólo procedió de
Valentine, fue algo que él nunca vio ni valoró. Un alma humana.
-¿Han Fei-tzu dijo eso?
-Sí.
-Entonces es un asno. Porque Peter tenía un alma tan humana como la de Valentine. -Dio un paso hacia ella, ceñudo-. Yo soy quien no tiene alma, Wang-mu.
Por un momento ella le tuvo miedo. ¿Cómo saber qué violencia había sido creada dentro de él?
¿Qué oscura ira del aiúa de Ender podía expresarse a través de este substituto que había creado? Pero
Peter no descargó ningún golpe. Tal vez no era necesario.
Aimaina Hikari salió en persona a la puerta principal de su jardín para recibirlos. Iba vestido con sencillez, y alrededor del cuello lucía el camafeo que llevaban todos los japoneses tradicionalistas de Viento Divino: un diminuto estuche que contenía cenizas de todos sus dignos antepasados. Peter ya le había explicado a Wang-mu que, cuando un hombre como Hikari moría, una pizca de las cenizas de su camafeo se añadía a una parte de sus propias cenizas y se entregaba a los hijos o a los nietos para que la llevaran. Así que, toda su antigua familia colgaba de su cuello, caminara o durmiera, y constituía el regalo más precioso que podía legar a la posteridad. Era una costumbre que Wang-mu, sin antepasados dignos de mención, encontró a la vez atractiva e inquietante.
Hikari saludó a Wang-mu con una inclinación de cabeza, pero tendió la mano a Peter para que se la estrechara. Peter lo hizo con una leve muestra de sorpresa.
-Oh, me llaman custodio del espíritu Yamato -dijo Hikari con una sonrisa-, pero eso no significa que deba ser rudo y obligar a los europeos a comportarse como los japoneses. Ver a un europeo inclinarse es tan doloroso como ver a un cerdo bailar ballet. Mientras Hikari los conducía a través del jardín hasta su tradicional casa de paredes de papel, Peter y Wang-mu se miraron y sonrieron. Establecieron así una tregua muda entre ellos, pues ambos captaron de inmediato que Hikari iba a ser un oponente formidable, y necesitaban ser aliados si querían aprender algo de él.
-Una filósofa y un físico -dijo Hikari-. Investigué sobre ustedes cuando me enviaron una nota solicitando una cita. He recibido antes visitas de filósofos, y de físicos, y también de europeos y de chinos, pero lo que realmente me intriga de ustedes dos es por qué están juntos.
-Ella me encontró sexualmente irresistible -dijo Peter-, y no puedo quitármela de encima. -Entonces mostró su más encantadora sonrisa.
Para placer de Wang-mu, la ironía occidental de Peter dejó a Hikari impasible y serio; notó que el cuello de Peter empezaba a enrojecer.
Era su turno... hacer de gnomo en serio.
-El cerdo chapotea en el barro, pero se calienta en la piedra soleada. Hikari se volvió hacia ella, tan impasible como antes.
-Escribiré esas palabras en mi corazón -dijo.
Wang-mu se preguntó si Peter comprendía que acababa de ser víctima de la ironía oriental de
Hikari.
-Hemos venido a aprender de usted -dijo Peter.
-Entonces debo darles de comer y despedirlos decepcionados -dijo Hikari-. No tengo nada que enseñar a un físico o a una filósofa. Si no tuviera hijos, no tendría a nadie a quien enseñar, pues sólo ellos saben menos que yo.
-No, no -dijo Peter-. Es usted un hombre sabio. El custodio del espíritu Yamato.
-Ya he dicho que es así como me llaman. Pero el espíritu Yamato es demasiado grande para ser contenido en un receptáculo tan pequeño como mi alma. Y sin embargo el espíritu Yamato es demasiado pequeño para ser digno de la atención de las poderosas almas de los chinos y los europeos. Ustedes son los maestros, como China y Europa han sido siempre los maestros de Japón.
Wang-mu no conocía bien a Peter, pero sí lo suficiente para ver que ahora estaba confuso, sin saber cómo continuar. En su vida de vagabundeo, Ender había visitado varias culturas orientales e incluso, según Han Fei-tzu, hablaba coreano; lo que significaba que quizá Ender fuera capaz de tratar con la humildad ritualizada de un hombre como Hikari... sobre todo ya que obviamente estaba utilizando esa humildad en tono de burla. Pero lo que Ender sabía y lo que había dado a su identidad-Peter eran dos cosas distintas. Esta conversación sería cosa de ella, y comprendió que la mejor forma de jugar con Hikari era negarse a dejarle controlar la situación.
-Muy bien -dijo-. Le enseñaremos. Pues cuando le mostremos nuestra ignorancia, verá dónde nos hace más falta su sabiduría.
Hikari miró a Peter un instante. Luego dio una palmada. Una criada apareció en la puerta.
-Té -dijo.
Wang-mu se incorporó inmediatamente de un salto. Sólo cuando se encontraba ya de pie se dio cuenta de lo que iba a hacer. Había oído muchas veces en el pasado aquella orden perentoria de traer el té, pero no fue un reflejo ciego lo que la hizo levantarse; más bien fue la intuición de que la única forma de derrotar a Hikari en su propio terreno era seguirle el juego: sería más humilde que él.
-He sido sirvienta toda mi vida -dijo Wang-mu sinceramente-, pero siempre torpe. -Eso no era tan sincero-. ¿Puedo ir con su criada y aprender de ella? Puede que no sea lo bastante sabia para aprender las ideas de un gran filósofo, pero quizá pueda aprender de la criada que es digna de traer el té a Aimaina Hikari.
Pudo ver por la vacilación de Hikari que éste sabía que había matado su triunfo. Pero el hombre era hábil. Inmediatamente, se puso en pie.
-Ya me ha dado usted una gran lección -dijo-. Ahora iremos y veremos cómo Kenji prepara el té. Si va a ser su maestra, Si Wang-mu, también debe ser la mía. ¿Pues cómo podría soportar saber que alguien de mi casa sabe algo que yo todavía no he aprendido?
Wang-mu tuvo que admirar sus recursos. Una vez más se había colocado a sí mismo por debajo de ella.
¡Pobre Kenji, la criada! Wang-mu vio que era una mujer diestra y bien enseñada, pero la ponía nerviosa tener a esas tres personas, sobre todo a su amo, observándola preparar el té. Así que Wang- mu inmediatamente intervino y «ayudó»... cometiendo deliberadamente un error. De inmediato Kenji se encontró en su elemento, y recuperó la confianza.
-Lo ha olvidado usted -dijo amablemente-, porque mi cocina está muy desordenada. Entonces mostró a Wang-mu cómo se preparaba el té.
-Al menos en Nagoya -dijo modestamente-. Al menos en esta casa.
Wang-mu observó con atención, concentrada sólo en Kenji y en lo que hacía, pues vio rápidamente que la forma japonesa de preparar el té (o tal vez fuera la forma de Viento Divino, o simplemente la forma de Nagoya, o de los humildes filósofos que mantenían el espíritu Yamato) era distinta de la que había seguido tan cuidadosamente en casa de Han Fei-tzu. Cuando el té estuvo preparado, Wang-mu había en efecto aprendido de ella. Pues, tras haber confesado ser una servidora, y teniendo un expediente informático que aseguraba que había pasado toda su vida en una comunidad china de Viento Divino, Wang-mu podría haber servido el té adecuadamente de esa forma.
Regresaron a la habitación principal de la casa de Hikari. Kenji y Wang-mu llevaban cada una una pequeña mesa de té. Kenji ofreció su mesa a Hikari y éste se la ofreció a su vez a Peter con una inclinación de cabeza. Fue Wang-mu quien sirvió a Hikari. Y cuando Kenji se apartó de Peter, Wang-mu también se apartó de Hikari.
Por primera vez, Hikari pareció... ¿furioso? Sus ojos echaban chispas, al menos. Pues al colocarse Wang-mu exactamente al mismo nivel que Kenji, lo había colocado a él en una situación en la que debía avergonzarse por ser más orgulloso que ella y despedir a su criada, o bien interrumpir el buen orden de su propia casa invitando a Kenji a sentarse con ellos tres como una igual.
-Kenji -dijo Hikari-. Déjame servir el té por ti. Jaque, pensó Wang-mu. Y mate.
Además obtuvo un premio extra cuando Peter, que por fin había comprendido el juego, le sirvió el té a ella y se las apañó para derramárselo encima, lo que empujó a Hikari a derramarse también un poco
de té encima para tranquilizar a su invitado. El dolor del té caliente y luego la incomodidad mientras se
enfriaba y se secaba merecían la pena por el placer de saber que mientras ella, Wang-mu, había demostrado ser una digna rival de Hikari en cortesía, Peter simplemente había demostrado ser un manazas.
¿O no era Wang-mu una digna rival de Hikari? El hombre debía de haber visto y comprendido sus esfuerzos por rebajarse ante él. Era posible, entonces, que estuviera (humildemente) permitiéndole tener el orgullo de ser la más humilde de los dos. En cuanto Wang-mu se dio cuenta de que eso era posible, supo con certeza que así era y que la victoria era de él.
No soy tan lista como pensaba.
Miró a Peter, esperando que se hiciera cargo de una vez de la situación e hiciera lo que fuera que tuviese en mente. Pero él parecía perfectamente contento de que ella actuara. Desde luego, no se lanzó
al ataque. ¿Se daba cuenta también de que acababa de ser derrotada en su propio juego porque no lo había llevado lo bastante ejos? ¿Le estaba dando la cuerda para que se ahorcase?
Bueno, atemos bien el nudo.
-Aimaina Hikari, algunos le llaman custodio del espíritu Yamato. Peter y yo crecimos en un mundo japonés, y sin embargo los japoneses permiten humildemente que el stark sea el idioma de la escuela pública, por lo que no hablamos japonés. En mi barrio chino, y en la ciudad americana de Peter, pasamos nuestra infancia al borde de la cultura nipona, observándola. Así que, de nuestra vasta ignorancia, la parte que ha de resultarle a usted más obvia es en lo que al Yamato se refiere.
-Oh, Wang-mu, crea usted un misterio de lo obvio. Nadie comprende al Yamato mejor que quienes lo ven desde fuera, igual que el padre comprende mejor al niño que el niño se comprende a sí mismo.
-Entonces le iluminaré -dijo Wang-mu, olvidando el juego de la humildad-, pues veo a Japón como una nación Periférica, y no soy capaz de ver si sus ideas harán de Japón una nueva nación Centro o iniciarán la decadencia que todas las naciones Periféricas experimentan cuando adquieren poder.
-Capto un centenar de posibles significados, la mayoría de ellos probablemente apropiados en el caso de mi pueblo, para su término «nación Periférica» -dijo Hikari-. ¿Pero qué es una nación Centro, y cómo puede un pueblo convertirse en una?
-No soy muy versada en historia terrestre -le dijo Wang-mu-, pero mientras estudiaba lo poco que sé, me pareció que había un puñado de naciones Centro, cuya cultura era tan fuerte que engullía a todos los conquistadores. Egipto fue una, y China otra. Cada una de ellas se unificó y luego se expandió no más de lo necesario para proteger sus fronteras y pacificar sus tierras. Cada una de ellas aceptó a sus conquistadores y los asimiló durante miles de años. La escritura egipcia y la escritura china persistieron sólo con modificaciones estilísticas, de forma que el pasado permaneció presente para aquellos que sabían leer.
Wang-mu comprendió, por la postura envarada de Peter, que estaba muy preocupado. Después de todo, ella decía cosas que no eran gnómicas en absoluto. Pero como no sabía comportarse con el asiático, siguió sin hacer ningún esfuerzo por intervenir.
-Esas dos naciones nacieron en tiempos de barbarie –dijo Hikari-. ¿Está diciendo que ninguna nación puede convertirse en una nación Centro ahora?
-No lo sé -contestó Wang-mu-. Ni siquiera sé si mi distinción entre naciones Periféricas y naciones Centro tiene ningún valor. Sí sé que una nación Centro puede conservar su poder cultural mucho después de haber perdido su control político. Mesopotamia fue conquistada repetidas veces por sus vecinos y, sin embargo, cada conquista cambió más al conquistador que a Mesopotamia misma. Los reyes de Asiria y Caldea y Persia fueron casi indistinguibles después de haber saboreado la cultura de la tierra entre los ríos. Pero una nación Centro también puede caer de manera tan completa que desaparece. Egipto se tambaleó bajo el golpe cultural del helenismo, se puso de rodillas ante la ideología del cristianismo, y finalmente fue barrido por el Islam. Sólo los edificios de piedra recordaron a los niños lo que habían hecho sus antepasados y quiénes habían sido. La historia no tiene leyes, y todas las pautas que encontramos en ella no son más que ilusiones útiles.
-Veo que es usted una filósofa -dijo Hikari.
-Es muy generoso al llamar por ese digno nombre mis infantiles especulaciones. Pero déjeme decirle ahora lo que pienso sobre las naciones Periféricas. Nacen a la sombra, o podríamos decir que a la luz de otras naciones. Japón se volvió civilizado bajo la influencia de China. Roma se descubrió a sí misma a la sombra de los griegos.
-De los etruscos primero -apuntó Peter.
Hikari lo miró impasible, luego se volvió hacia Wang-mu sin hacer ningún comentario. La muchacha casi pudo sentir a Peter retorcerse por haber sido ignorado. Sintió un poco de pena por él. No mucha, sólo un poco.
-Las naciones Centro confían tanto en sí mismas que generalmente no necesitan embarcarse en campañas de conquista. Están seguras de que son superiores y de que todas las demás naciones desean ser como ellas y obedecerlas. Pero las Periféricas, cuando sienten por primera vez su fuerza deben demostrársela a sí mismas, y casi siempre lo hacen con la espada. Así, los árabes se hicieron con las tierras más lejanas del Imperio Romano y se anexionaron Persia. Así los macedonios, situados en la frontera de Grecia, la conquistaron; y tras haber sido engullidos culturalmente, tanto que ahora se consideraban a sí mismos griegos, conquistaron el imperio en cuyas fronteras habían iniciado los griegos su civilización: Persia. Los vikingos tuvieron que acosar Europa antes de asentar reinos en Nápoles, Sicilia, Normandía, Irlanda y, finalmente, en Inglaterra. Y Japón...
-Nosotros tratamos de quedarnos en nuestras islas -dijo Hikari suavemente.
-Japón, cuando surgió, arrasó el Pacifico tratando de conquistar la gran nación Centro de China hasta que finalmente lo detuvieron las bombas de la nueva nación Centro de América.
-Yo diría que América fue la nación Periférica definitiva -dijo Hikari.
-América fue colonizada por gente periférica, pero la idea de América se convirtió en el nuevo principio fuerte que la convirtió en una nación Centro. Eran tan arrogantes que, una vez sometidas sus propias tierras, no tuvieron ninguna voluntad de imperio. Simplemente dieron por supuesto que todas las naciones querían ser como ellos. Engulleron todas las demás culturas. Incluso en Viento Divino,
¿cuál es el idioma de los colegios? No fue Inglaterra la que nos impuso su idioma, el stark, el Discurso del Congreso Estelar.
-Que América estuviera en ascenso tecnológico en el momento en que llegó la Reina Colmena y nos obligó a extendernos entre las estrellas no fue más que una casualidad.
-La idea de América se convirtió en la idea Centro, creo -dijo Wang-mu-. Todas las naciones a partir de entonces adoptaron las formas de la democracia. Incluso ahora nos gobierna el Congreso Estelar. Todos vivimos dentro de la cultura americana nos guste o no. Así que lo que me pregunto es si, ahora que Japón ha tomado el control de esta nación Centro, será engullido como fueron engullidos los mongoles por China o si conservará su identidad cultural pero acabará por perder control, como la nación Centro de Turquía perdió el control del Islam y la nación Centro Manchú perdió el control de China.
Hikari estaba inquieto. ¿Furioso? ¿Molesto? Wang-mu no tenía forma de adivinarlo.
-La filósofa Si Wang-mu dice una cosa que me resulta imposible aceptar -dijo-. ¿Cómo puede usted decir que los japoneses controlan ahora el Congreso Estelar y los Cien Mundos? ¿Cuándo fue esa revolución que nadie ha advertido?
-Pensaba que usted era capaz de ver lo que han conseguido sus enseñanzas del modo Yamato - respondió Wang-mu-. La existencia de la Flota Lusitania es la prueba del control japonés. Ése es el gran descubrimiento que mi amigo el físico me enseñó, y ése ha sido el motivo de que acudiéramos a usted.
Peter la miró verdaderamente horrorizado. Wang-mu se imaginaba lo que estaba pensando. ¿Estaba loca al mostrar tan abiertamente sus cartas? Pero ella sabía que lo había hecho en un contexto que no revelaba nada sobre los motivos de su visita.
Y, sin perder la compostura, Peter siguió su indicación y procedió a exponer el análisis que Jane había hecho del Congreso Estelar, los necesarios y la Flota Lusitania; aunque por supuesto presentó las ideas como si fueran propias. Hikari escuchó, asintiendo de vez en cuando, sacudiendo la cabeza en
otras ocasiones. La impasibilidad había desaparecido, la actitud de divertida distancia había quedado descartada.
-¿Entonces me está usted diciendo -resumió cuando Peter terminó- que a causa de mi librito sobre las bombas americanas los necesarios han tomado control del Gobierno y lanzado la Flota Lusitania?
¿De eso me responsabiliza?
-No es cuestión de culpa o de mérito -dijo Peter-. Usted no lo planeó. Por lo que sé, ni siquiera lo aprueba.
-Ni siquiera pienso en la política del Congreso Estelar. Soy del Yamato.
-Pero eso es lo que hemos venido a aprender -dijo Wang-mu-. Veo que es usted un hombre de la periferia, no del centro. Por tanto, no dejará que el Yamato sea engullido por la nación Centro. Los japoneses permanecerán apartados de su propia hegemonía, y al final escapará de sus manos y recaerá en otras.
Hikari sacudió la cabeza.
-No consentiré que responsabilice a Japón de la Flota Lusitania. Nosotros somos el pueblo castigado por los dioses, no enviamos flotas para destruir a los demás.
-Los necesarios lo hacen -dijo Peter.
-Los necesarios hablan -repuso Hikari-. Nadie escucha.
-Usted no los escucha -le dijo Peter-. Pero el Congreso sí.
-Y los necesarios le escuchan a usted.
-¡Soy un hombre de perfecta sencillez! -gritó Hikari, poniéndose en pie-. ¡Han venido a torturarme con acusaciones que no pueden ser verdad!
-No hacemos ninguna acusación -dijo Wang-mu en voz baja, rehusando ponerse en pie-. Ofrecemos una observación. Si estamos equivocados, le suplicamos que nos enseñe nuestro error.
Hikari estaba temblando, y su mano izquierda se aferró al camafeo con las cenizas de sus antepasados que colgaba de un lazo de seda de su cuello.
-No -dijo-. No les dejaré fingir ser humildes buscadores de la verdad. Son ustedes asesinos.
¡Asesinos del corazón que vienen a destruirme, a decirme que al buscar el modo Yamato he causado de alguna forma que mi pueblo gobierne los mundos humanos y use ese poder para destruir una especie inteligente débil e indefensa! Es una terrible mentira la que me cuentan al decir que la obra de mi vida ha sido tan inútil. Preferiría que hubiera puesto veneno en mi té, Si Wang-mu. Preferiría que me hubiera puesto una pistola en la cabeza y me la hubiera volado, Peter Wiggin. Sus padres les pusieron buenos nombres... esos nombres orgullosos y terribles que ambos llevan. ¿La Real Madre del Oeste?
¿Una diosa? ¡Y Peter Wiggin, el primer hegemón! ¿Quién da a su hijo un nombre así?
Peter se levantó, y extendió la mano para ayudar a Wang-mu a ponerse en pie.
-Le hemos ofendido sin pretenderlo -dijo-. Estoy avergonzado. Debemos irnos de inmediato.
Wang-mu se sorprendió al oír hablar a Peter de un modo tan oriental. La costumbre americana era ofrecer excusas, quedarse y discutir.
Le dejó acompañarla hasta la puerta. Hikari no les siguió; eso quedó para la pobre Kenji, que estaba aterrada de ver a su plácido amo tan trastornado. Pero Wang-mu estaba decidida a no dejar que su
visita terminara en desastre. Así que, en el último momento, volvió corriendo y se arrojó al suelo, postrada ante Hikari, exactamente en la misma pose de humillación que había jurado hacía muy poco no volver a adoptar jamás. Pero sabía que mientras estuviera en esa postura, Hikari tehdría que escucharla.
-Oh, Aimaina Hikari -dijo-, has hablado de nuestros nombres, ¿pero has olvidado el tuyo propio?
¿Cómo puede creer un hombre llamado «Luz Ambigua» que sus enseñanzas tendrán sólo el efecto que pretendía?
Al oír esas palabras, Hikari se dio la vuelta y salió de la habitación. ¿Había empeorado Wang-mu la situación o la había mejorado? Wang-mu no tenía modo de saberlo. Se puso en pie y caminó tristemente hacia la puerta. Peter estaría furioso con ella. Con su atrevimiento bien podía haberlo estropeado todo... y no sólo para ellos, sino también para todos aquellos que tan desesperadamente anhelaban que detuvieran la Flota Lusitania.
Sin embargo, para su sorpresa, Peter se mostró perfectamente contento una vez que dejaron atrás el jardín de Hikari.
-Bien hecho, por extraña que fuera tu técnica -dijo.
-¿Qué quieres decir? Ha sido un desastre -contestó ella; pero estaba ansiosa por creer que de algún modo él tenía razón y que lo había hecho bien después de todo.
-Oh, está furioso y nunca nos volverá a hablar, ¿pero a quién le importa? No intentábamos hacerle cambiar de opinión. Sólo tratábamos de averiguar quién tiene influencia sobre él. Y lo hicimos.
-¿Lo hicimos?
-Jane lo captó de inmediato. Cuando dijo que era un hombre de «perfecta sencillez».
-¿Tiene eso algún significado oculto?
-El señor Hikari, querida, se ha revelado como miembro secreto del Ua Lava. Wang-mu estaba desconcertada.
-Es un movimiento religioso. O un chiste. Es difícil saberlo. Es un término samoano que significa literalmente «suficiente ya», pero que se traduce más adecuadamente como «ya basta».
-Estoy segura de que eres un experto en samoano. –Wang-mu, por su parte, nunca había oído hablar de ese idioma.
-Jane lo es -dijo Peter, molesto-. Tengo su joya en mi oído y tú no. ¿No quieres que te transmita lo que me dice?
-Sí, por favor.
-Es una especie de filosofía... basada en el estoicismo alegre, podríamos decir, porque tanto si las cosas van mal como si van bien dices lo mismo. Pero según enseñaba esa filosofía una escritora samoana llamada Leiloa Lavea, se convirtió en algo más que una simple actitud. Ella enseñó...
-¿Ella? ¿Hikari es discípulo de una mujer?
-No he dicho eso. Si escuchas, te diré lo que me está diciendo Jane. Esperó. Ella escuchó.
-Muy bien, pues, lo que Leiloa Lavea enseñaba era una especie de comunismo voluntario. No es suficiente con reírse sólo de la buena fortuna y decir «ya basta». Tienes que decir en serio que tienes suficiente; y como lo dices en serio, coges lo que te sobra y lo regalas. Del mismo modo, cuando viene la mala fortuna, la soportas hasta que se vuelve insoportable... hasta que tu familia pasa hambre, o no puedes trabajar más. Y entonces vuelves a decir «ya basta» y cambias algo: te mudas de casa; cambias de carrera; dejas gue,tu cónyuge tome todas las decisiones. Algo. No soportas lo insoportable.
-¿Qué tiene eso que ver con la «perfecta sencillez»?
-Leiloa Lavea enseñó que cuando has conseguido el equilibrio en tu vida, cuando la buena fortuna sobrante ha sido plenamente compartida, y toda la mala fortuna ha sido eliminada, lo que queda es una vida de perfecta sencillez. Eso es lo que nos estaba diciendo Aimaina Hikari. Hasta que llegamos, su vida se desarrollaba con perfecta sencillez. Pero ahora lo hemos desequilibrado. Eso es bueno, porque significa que tendrá que luchar para descubrir cómo restaurar la sencillez hasta su perfección. Está abierto a influencias. No nuestras, por supuesto.
-¿De Leiloa Lavea?
-Difícilmente. Lleva muerta dos mil años. Ender la conoció, por cierto. Fue a hablar de una muerte en su mundo nativo de... bueno, el Congreso Estelar lo llama Pacífica, pero los samoanos de allí lo llaman Lumana'i, «El Futuro».
-No habló en su muerte, entonces.
-En la de un asesino fiyiano. Un tipo que había matado a más de doscientos niños, todos ellos tonganos. No le gustaban los tonganos, al parecer. Aplazaron treinta años su funeral para que Ender pudiera hablar en su nombre. Esperaban que el Portavoz de los Muertos le encontrara sentido a lo que había hecho.
-¿Y lo consiguió?
Peter hizo una mueca.
-Oh, por supuesto, fue espléndido. Ender no puede hacer nada mal. Bla, bla, bla. Ella ignoró su hostilidad hacia Ender.
-¿Conoció a Leiloa Lavea?
-Su nombre significa «estar perdida, estar herida».
-D��jame adivinarlo. Lo eligió ella misma.
-Exacto. Ya sabes cómo son los escritores. Igual que Hikari, se crean a sí mismos mientras crean su obra. O tal vez crean su obra para crearse a sí mismos.
-Qué gnómico -dijo Wang-mu.
-Oh, deja ya eso -contestó Peter-. ¿Crees de verdad en toda esa historia sobre las naciones
Periféricas y las naciones Centro?
-Se me ocurrió la primera vez que Han Fei-tzu me contó la historia de la Tierra. No se rió de mí cuando le expuse mi teoría.
-Oh, yo tampoco me río. Es una chorrada ingenua, por supuesto, pero no es exactamente graciosa. Wang-mu ignoró su burla.
-Si Leiloa Lavea está muerta, ¿adónde iremos?
-A Pacífica. A Lumana'i. Hikari entró en contacto con el movimiento Ua Lava en sus años de adolescencia, en la universidad. Gracias a una estudiante samoana... la nieta de la embajadora de Pacífica. Nunca había estado en Lumana'i, claro, y por eso se aferraba con más fuerza a sus costumbres y se convirtió en toda una valedora de Leiloa Lavea. Eso fue mucho antes de que Hikari escribiera nada. Él nunca habla de ello, nunca ha escrito sobre el Ua Lava, pero ahora que se ha descubierto, Jane está hallando influencias del Ua Lava en toda su obra. Y tiene amigos en Lumana'i. Nunca los ha visto, pero mantienen correspondencia a través de la red ansible.
-¿Qué hay de la nieta del embajador?
-Ahora mismo está en una nave, camino de Lumana'i. Se marchó hace veinte años, cuando su abuelo murió. Llegará... bueno, dentro de unos diez años o así. Depende del tiempo. Será recibida con grandes honores, no hay duda, y el cuerpo de su abuelo será enterrado o quemado o lo que quiera que hagan... quemado, dice Jane, con gran ceremonia.
-Pero Hikari no intentará hablar con ella.
-Haría falta una semana para que le llegara incluso un simple mensaje, dada la velocidad a la que va la nave. No hay manera de mantener una discusión filosófica. Habría llegado a casa antes de que él terminara de formular su pregunta.
Por primera vez, Wang-mu empezó a comprender las implicaciones del vuelo instantáneo que Peter y ella habían utilizado. Se podría acabar con los largos viajes que aplastaban vidas.
-Si al menos... -dijo.
-Lo sé -respondió Peter-. Pero no podemos. Ella sabía que tenía razón.
-Entonces vamos allí -dijo, regresando al tema-. ¿Luego qué?
-Jane está atenta para ver a quién escribe Hikari. Ésa es la persona que estará en condiciones de influirle. Y así...
-Con esa persona tendremos que hablar.
-Eso es. ¿Tienes que orinar o algo antes de que busquemos un transporte que nos lleve a nuestra pequeña cabina del bosque?
-No me vendría mal -dijo Wang-mu-. Y tú podrías cambiarte de ropa.
-¿Qué? ¿Te parece que incluso este atuendo conservador podría resultar demasiado atrevido?
-¿Qué vamos a llevar en Lumana'i?
-Oh, bueno, muchos de sus habitantes van por ahí desnudos. En los trópicos. Jane dice que dada la enorme gordura de muchos polinesios adultos, puede ser un espectáculo inspirador.
Wang-mu se estremeció.
-No vamos a fingir ser nativos, ¿no?
-Allí no --dijo Peter-. Jane va a falsificar nuestra identidad. Seremos pasajeros de una nave que llegó ayer de Moskva. Probablemente nos haremos pasar por burócratas del Gobierno.
-¿No es eso ilegal?
Peter la miró con extrañeza.
-Wang-mu, ya hemos cometido traición contra el Congreso sólo por abandonar Lusitania. Es un delito capital. No creo que hacernos pasar por agentes del Gobierno vaya a suponer ninguna diferencia.
-Pero yo no dejé Lusitania -dijo Wang-mu-. Ni siquiera la he visto nunca.
-Oh, no te has perdido gran cosa: un puñado de sabanas y bosques, alguna fábrica de la Reina Colmena aquí y allá donde se construyen naves y un puñado de alienígenas parecidos a cerdos viviendo en los árboles.
-Pero soy cómplice de traición, ¿no?
-Y también culpable de haberle estropeado el día a un filósofo japonés.
-Que me corten la cabeza.
Una hora después estaban en un flotador privado... tan privado que el piloto no les hizo ninguna pregunta; y Jane se encargó de que todos sus papeles estuvieran en orden. Antes del anochecer regresaron a su pequeña nave.
-Tendríamos que haber dormido en el apartamento -dijo Peter, contemplando con tristeza los primitivos camastros.
Wang-mu se rió de él y se acurrucó en el suelo. Por la mañana, descansados, descubrieron que Jane ya los había llevado a Pacífica mientras dormían.
Aimaina Hikari despertó de su sueño a la luz incierta del amanecer, y se levantó de la cama a un aire que no era cálido ni frío. Su descanso no había sido reparador, y sus sueños habían sido desagradables, frenéticos; todo lo que hacía volvía a él convertido en lo contrario de lo que pretendía. En su sueño, Aimaina escalaba para llegar al fondo de un cañón. Hablaba y la gente se alejaba de él. Escribía y las páginas del libro escapaban de su mano, esparciéndose por el suelo.
Comprendió que todo esto era consecuencia de la visita de aquellos mentirosos forasteros. Había intentado ignorarlos toda la tarde, mientras leía historias y ensayos; olvidarlos toda la noche, mientras conversaba con siete amigos que vinieron a visitarlo. Pero las historias y ensayos parecían gritarle:
«Éstas son las palabras de la gente insegura de una nación Periférica»; y los siete amigos eran todos necesarios, según advirtió, y cuando dirigió la conversación hacia la Flota Lusitania, pronto comprendió que todos ellos creían exactamente lo que los dos mentirosos de nombre ridículo habían dicho.
Así que Aimaina se encontró en la claridad previa al amanecer, sentado sobre una esterilla de su jardín, acariciando el receptáculo de las cenizas de sus antepasados, preguntándose: ¿Me enviaron esos sueños mis antepasados? ¿Enviaron también a esos mentirosos visitantes? Y si sus acusaciones contra mí eran ciertas, ¿en qué mentían? Pues sabía, por la forma en que se miraban, por la vacilación seguida de arrojo de la mujer, que estaban actuando; no habían ensayado pero de algún modo seguían un guión.
El amanecer estalló, revelando cada hoja de cada árbol, luego todas las plantas inferiores, para dar a cada una su coloración distintiva; se levantó brisa y la luz se volvió infinitamente cambiante. Más tarde, con el calor del día, todas las hojas serían iguales: quietas, sometidas, recibiendo la luz del sol a chorro. Luego, por la tarde, las nubes cabalgarían por el cielo, caería una lluvia ligera ; las hojas flácidas recuperarían su fuerza, brillarían con el agua, su color se haría más profundo al prepararse para la noche, para la vida de la noche, para los sueños de las plantas que crecen por la noche gracias a la luz almacenada durante el día, llenas de los frescos ríos internos creados por la lluvia. Aimaina Hikari se hizo uno con las hojas, expulsando de su mente todos los pensamientos menos la luz y el viento y la
lluvia hasta que el amanecer llegó a su fin y el sol empezó a declinar con el calor del día. Entonces abandonó su asiento en el jardín.
Kenji le había preparado un pescado pequeño para desayunar. Se lo comió despacio, delicadamente, como para no romper el perfecto esqueleto que había dado forma al pez. Los músculos tiraban de aquí y de allá, y los huesos se flexionaban pero no llegaban a romperse. No los romperé ahora, pero tomaré para mi propio cuerpo la fuerza de los músculos. Por último, se comió los ojos. De las partes que se mueven procede la fuerza del animal. Tocó de nuevo el recept��culo de sus antepasados. Sin embargo, la sabiduría que yo tengo no procede de lo que como, sino de lo que me da cada hora aquellos que me susurran al oído desde edades pretéri tas. Los hombres vivos olvidan las lecciones del pasado. Pero lo antepasados nunca olvidan.
Aimaina se levantó de la mesa y se dirigió al ordenador, instalado en su cobertizo del jardín. Era sólo otra herramienta, por eso lo tenía allí, en vez de darle un lugar preferente dentro de la casa o en un despacho oficial como hacían tantas otras personas. Su ordenador era como una paleta. Lo usaba, lo soltaba.
Una cara apareció en el aire sobre su terminal.
-Voy a llamar a mi amigo Yasunari -dijo Aimaina-. Pero no quiero molestarlo. Este asunto es tan trivial que me avergonzaría que pierda su tiempo con él.
-Déjame que te ayude entonces, en su beneficio -dijo la cara en el aire.
-Ayer pedí información sobre Peter Wiggin y Si Wang-mu, que pidieron una cita para visitarme.
-Lo recuerdo. Fue un placer encontrarlos tan rápidamente para ti.
-Su visita me preocupó mucho -dijo Aimaina-. Algo de le que me dijeron no era verdad, y necesito más información para averiguar de qué se trata. No deseo violar su intimidad, pero hay archivos públicos... quizá de su asistencia a la escuela, o de su trabajo, o sobre algunos asuntos familiares...
-Yasunari nos ha dicho que todas las cosas que pides son para un propósito sabio. Déjame buscar. La cara desapareció un instante, luego volvió a aparecer casi de inmediato.
-Esto es muy extraño. ¿He cometido algún error? -deletreó los nombres cuidadosamente.
-Es correcto -dijo Aimaina-. Exactamente como ayer.
-Yo también los recuerdo. Viven en un apartamento a pocas manzanas de tu casa. Pero hoy no puedo encontrarlos. Y al buscar en el edificio de apartamentos descubro que el que ocuparon lleva vacío un año. Aimaina, me sorprende mucho. ¿Cómo pueden dos personas existir un día y no existir al día siguiente? ¿He cometido algún error, ya sea ayer u hoy?
-No cometiste ningún error, ayudante de mi amigo. Esta es la información que necesitaba. Por favor, te suplico que no pienses más en ello. Lo que a ti te parece un misterio es de hecho una respuesta a mis preguntas.
Intercambiaron despedidas corteses. Aimaina salió de su habitación de trabajo en el jardín y deambuló entre las hojas que se inclinaban bajo la presión de la luz del sol. Los antepasados han lanzado su sabiduría sobre mí, pensó, como cae la luz sobre las hojas; y anoche el agua fluyó a través de mí, llevando esta sabiduría a través de mi mente como la savia corre por el árbol. Peter Wiggin y Si Wang-mu eran de carne y hueso, y estaban llenos de mentiras, pero vinieron a mí y dijeron la verdad que yo necesitaba oír. ¿No es así como los antepasados transmiten mensajes a sus hijos vivos? De algún modo, he lanzado naves equipadas con la más terrible de las armas de guerra. Lo hice cuando era joven; ahora las naves están cerca de su destino y yo soy viejo y no puedo hacerlas regresar. Un
mundo será destruido y el Congreso recurrirá a los necesarios para obtener su aprobación y todos se la darán, y entonces los necesarios recurrirán a mí para que lo apruebe y yo ocultaré mi rostro, avergonzado. Mis hojas caerán y yo me quedaré desnudo ante ellas. Por eso no debería haber vivido mi vida en este lugar tropical. He olvidado el invierno. He olvidado la vergüenza y la muerte.
Perfecta sencillez... pensaba que lo había conseguido. Pero en cambio he sido un portador de la mala suerte.
Permaneció sentado en el jardín durante una hora, dibujando caracteres sencillos en la fina gravilla del sendero, borrándolos y volviendo a escribir. Por fin regresó al cobertizo y tecleó en el ordenador el mensaje que había estado componiendo:
Ender el Xenocida era un niño y no sabía que la guerra era real; sin embargo, decidió destruir un planeta habitado en su juego. Yo soy un adulto y he sabido siempre que el juego era real; pero no sabía que era uno de los jugadores. ¿Es mi culpa mayor o menor que la del Xenocida si otro mundo es destruido y otra especie raman aniquilada? ¿Qué ha sido de mi camino hacia la sencillez?
Su amigo no sabría mucho de las circunstancias que rodeaban esta declaración; pero no necesitaría más. Consideraría la pregunta. Buscaría una respuesta. Un momento después, un ansible del planeta Pacífica recibió este mensaje. Por el camino, fue leído por la entidad que cabalgaba todos los hilos de la red ansible. Sin embargo, para Jane el mensaje no importaba tanto como la dirección a la que iba dirigido. Ahora Peter y Wang-mu sabrían adónde ir para dar el siguiente paso en su misión.