Capítulo 4: Mala suerte
He pasado muchísimas situaciones vergonzosas en la vida, pero esta ha sido la peor de todas. ¿Cómo puedo arreglar esto? Solo quisiera hacer un agujero en la tierra y enterrar mi cabeza como el avestruz. El problema es que, por más que trato de decir algo, las palabras se han atorado en mi garganta. Él solo sonríe y se queda en espera de que hable. Para mí está claro que engañarlo no funcionó, que solo me estoy hundiendo más y más. Cuando creo que ya he hecho el ridículo lo suficiente, la vida me restrega en la cara que puedo hacerlo mejor.
—No tiene batería, ya que aún no lo he probado.
—No estés tan nerviosa. Esto es algo normal, supongo. Toda mujer se maquilla, ¿no? — ¿Así que está fingiendo creerme?—. Eso sí, deberías tener cuidado con ese tipo de productos. No vaya a ser que con la potencia que debe tener, vaya a lastimarte la cara.
—Lo tendré en cuenta. Gracias, Mau.
Se dobla a continuar recogiendo y recuerdo que junto a esto, también estaba el otro vibrador, parecido a un labial. Lo busco con la mirada desesperada por el suelo y viendo que está a punto de recogerlo, me tiro casi de pecho como en la lucha libre, con tal de cogerlo antes. Suspiro aliviada sabiendo que ya lo tengo en mis manos y no tuvo oportunidad de tomarlo. No podré borrar este día de mi cabeza nunca. El hombre que tanto me gusta, debe estar pensando que soy una pervertida que, no solo usa juguetes para darse placer, sino que también se maquilla con ellos. Estaba tan asustada y sujetándolo tan fuerte entre mis manos, que olvidé el botón tan sensible que tiene al frente. Había un silencio tan incómodo que la potente vibración se escuchó y, por lo embarrada que estaba, ese sonido fue mucho más agudo para mis oídos. Trago saliva y no me atrevo a mover ni un solo músculo, solo rodar los ojos en busca de ver su reacción, la cual me parece que la sorpresa no puede disimularla.
—Eso es lo que sella el maquillaje, ¿cierto? — se tapa la mitad de la cara y hasta el aire se me ha acortado.
Sí, esa sensación de que se te ha subido lo que no tienes a la garganta. Esta vez no hay manera de arreglar esto. Luego de esto, creo que debo considerar el mudarme a otro estado y cambiarme el nombre.
—Es un pintalabios. ¿Quieres que te pinte los tuyos? — quisiera arrancarme la lengua para no seguir metiendo más las patas.
—Creo que por esta vez paso — sonríe incómodo y me levanto rápidamente.
—Iré a preparar la comida — guardo las cosas en la gaveta, mientras me sigue con la mirada.
—Amanda…
—No te preocupes, seré rápida — salgo del cuarto sin permitir que diga algo más.
No puedo ni mirarlo a la cara. Por esa razón salí corriendo como Culson y sin mirar atrás. Ha sido un pésimo día. Todo pinta que se pondrá peor. Yo que pensé que era mi día de suerte, pero ha sido todo lo contrario.
Preparo una lasaña en el molde de corazón que mi madre utiliza mayormente para hacer el flan. Es el único que encontré y ahora no encuentro cómo llamarlo a comer. Ahora que lo pienso, sería la primera vez que nos sentaremos a comer juntos y ese hecho me pone nerviosa. Lo mejor será olvidar lo que sucedió y seguir disfrutando del tiempo que pueda pasar con él.
Lo busco con toda la actitud y emoción para traerlo a la mesa, mientras va a lavarse las manos, saco la silla para que se siente. Solo debo hacer de cuenta de que nada grave pasó y listo.
—Todo se ve muy elegante y delicioso.
—No más que tu…— me mira y corrijo de inmediato el pensamiento que acabo de dejar escapar en voz alta—. tu plato. El plato adornado hace ver la comida más apetecible — a él no le hace falta nada.
—Concuerdo contigo. Todo se ve muy apetecible — sonríe y se concentra en su plato—. Gracias por la comida. Buen provecho.
Nos vemos tan íntimos. Parecemos una pareja. ¿Qué es esta calidez que siento en mi pecho? No puedo concentrarme en el plato, solo puedo verlo a él. Me gusta la forma en que come, en que sus cachetes se inflan con la comida y la forma tímida en que mastica. Quisiera que pudiera mirarme o devorarme de la misma forma en que lo hace con la comida; con ese mismo deseo y ganas. Sus manos grandes hacen que el tenedor se vea pequeño. Es triste saber que así mismo se verían mis panqueques. Maldita vida. Si no me diste inteligencia, ¿qué te costaba al menos darme dos melones? Llevo el tenedor a mi boca tras la frustración que me provoca tener esa idea presente en mi mente y lo veo acercar el sorbeto a sus labios. Es inevitable poder disimular, notando esos labios tan carnosos succionando el jugo. Fue una buena idea ponerle el sorbeto. Dios bendiga la capacidad de tener una buena imaginación y de tener esa grandísima idea. Hasta puedo sentirlo. De mí se escapa una insidiosa risita. La felicidad puede notarse en mis piernas por debajo de la mesa, quienes se han movido incontrolablemente por la misma emoción. Subo la pierna a la otra silla para mantenerla elevada. La silla por alguna razón está dura e incómoda, es por eso que elevo la otra y la pongo sobre ella. Quisiera verlo más tiempo así. Levanta la mirada para mirarme y noto que algo le sucede, ya que traga saliva y luce nervioso.
—¿Estás bien, Amanda?
—¿Quieres más jugo?
—No tienes zapatos, ¿verdad?
—¿Zapatos? No, estoy en medias.
—Lo sospeché — ríe nervioso, cuando siento su mano tocar mis pies.
Espera, ¿acaso no tenía las piernas sobre la otra silla? Miro por debajo de la mesa y veo que mis piernas en efecto están en la silla, pero en la suya y entre sus piernas. Significa que lo que estaba sintiendo duro no era precisamente la silla, sino… otra cosa.
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