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11.81% Pasión Criminal / Chapter 13: 13

Capítulo 13: 13

Cogí el arma, y me adentré al bosque. No puedo perder el rastro del camino de vuelta. Si me pierdo en el bosque será peor, aunque ese animal no me va a dejar que me escape tan fácilmente. 

Caminé buscando algún sitio para esconderme. No sé cuánto tiempo llevaba caminando, no sabía si ya había pasado los 10 minutos. Encontré un árbol que se veía fácil de trepar. Me subí como pude, mi muslo dolía mucho. Quería tener visibilidad desde lejos, pensando que podría verlo si venía y tomarlo por sorpresa. Ese animal no creo que me la ponga fácil, tiene las mismas ganas de acabar conmigo, que yo con él. 

Me quedé por un largo rato trepada en el árbol, pero no logré verlo llegar. No puedo bajarme, porque si lo hago puedo ser un blanco fácil; aunque la espera me estaba desesperando. No sé cuándo, o dónde vaya aparecer. 

Escuché un sonido extraño, no había tanto viento como para que los matorrales se movieran de esa forma. ¿Será un animal? Me quedé mirando al matorral, esperando que saliera el animal si es que de eso se trataba, pero no salió. Ignoré por completo el sonido, y miré a la distancia a ver si veía a ese pendejo. Aún no había rastro de él por ninguna parte. Pensando en eso, escuché que algo dio en una de las ramas del árbol donde estaba. Miré a ver si veía algo, pero aún no veía nada. Me puse alerta al seguir escuchando el sonido, ya que no sé de dónde provenía.

—¿No vas a bajar?— escuché la voz de ese animal, pero no lograba localizar de dónde venía—. Es muy inteligente de tu parte, pero de nada sirve esconderse como una mona entre los árboles— escuché el sonido más cerca de algo dando en la rama.

La rama cedió haciéndome caer de esa altura del árbol, al suelo. Mi espalda dolía, y me retorcía del dolor. Vi a Shiro bajarse del otro árbol. ¿Cómo mierda subió a ese árbol sin darme cuenta? 

—Eso fue muy rápido, salvaje. Que pocas ganas tienes de vivir— ahora que estoy sola con él, puedo hacer lo que quiera sin que interfieran sus hombres. 

Me levanté del suelo y agarré el arma.

—¿Vas ahorrarte el sermón? — pregunté sarcástica.

—Juguemos, salvaje — guardó el arma en su pantalón.

No tengo tiempo para perder jugando, si guardó el arma así de fácil es porque cree que yo lo haré también, pero se equivoca. Teniendo la oportunidad de disparar, no voy a pensarlo dos veces. Halé el gatillo, pero no salió una bala, si no un bolín.

—Que tonta eres. ¿No sabes diferenciar entre un arma de verdad y una de juguete?— rio.

—¡Maldito infeliz! ¡Eso es jugar sucio!

—¿Crees te daría un arma de verdad? ¿Por quién me tomas?

—Eres un maldito desgraciado. ¡Me las pagarás! —me abalancé sobre él para tratar de golpearlo, pero me dio una patada en el muslo que tenía herido y caí de rodillas.

—Quería divertirme contigo un rato, por eso te traje aquí— retomé mi postura e intenté atacarlo otra vez por el costado, pero puso sus brazos alrededor de mi cuello—. ¿Aún no entiendes hasta dónde puedes llegar y hasta dónde no? Así como estas no vas a poder hacer nada en mi contra —apretó mi cuello—. Cuando te vuelvas más fuerte, entonces me enfrentas, mientras tanto pórtate bonito y sigue entrenando para que no te maten antes. Si tanto quieres mi cabeza, busca ser una de las mejores y te tomaré en serio— me soltó el cuello y caí de rodillas nuevamente.

—¿Dándome consejos un desgraciado como tú? No lo esperaba de ti, imbécil.

—En dos días iremos a tu primer trabajo. Procura recuperarte de aquí a allá, perrita— dio la vuelta para irse.

—No te vas a salir con la tuya — añadí, y él se detuvo.

—¿Buscas atención?— se agachó frente a mí e intenté darle un puño, pero él lo aguantó en el aire —. ¿Es eso un sí? Lástima que no me excitas, o ahora mismo no solo estarías jodida por la herida precisamente. ¡Levántate!

—¡Te detesto!— me levanté del suelo como pude, y caminé detrás de él para ir devuelta a la casa.

Me subestima demasiado y eso me molesta. Algún día borraré esa sonrisa pendeja que se trae. 

Al llegar me atendió el doctor, me ayudó con la herida y me dio medicamentos. Necesito recuperarme y descansar. Al menos no habló de entrenamiento mañana. 

¿Qué le estarán haciendo a Shu? No sé por qué me defendió. Ayer mismo dijo que no se iba a contener conmigo, y hoy me defiende. ¿Quién entiende a los hombres?

Pasaron dos días, por suerte me encontraba un poco mejor; aunque mi muslo dolía en cantidad. Por lo menos puedo caminar, ya que no fue tan profunda como parecía. Todo había ido normal, ya que no le había visto la cara a ese imbécil hasta hoy. De Shu no he sabido nada, no lo he visto por ninguna parte.

—Necesito que te pongas esto por debajo de la ropa— me dijo Shiro, mientras me daba un chaleco a prueba de balas.

—Y a dónde es que vamos, ¿A robar un banco?

—¿Eres pendeja? 

—Solo hice una pregunta, ¿Podrías responder sin ser tan estúpido?

—¿Podrías cerrar la boca, o quieres que te la cierre?

—Haz lo que quieras— respondí, a lo que me miró molesto.

—Señor, ya está todo listo—dijo uno de sus hombres.

—Muévete, y como intentes hacer una estupidez, ya sabes lo que haré.

—Sí, viejo. Lo que digas—me dio una mirada llena de odio, que si las miradas mataran, creo que estaría muerta y enterrada hace rato.

El chofer, él y yo, nos subimos a la camioneta; los demás hombres se fueron en otra.

—Espero no cometas errores. Vengo a encargarme de unos asuntos, y tú te mantendrás detrás de mí en todo momento. No dirás y no comentarás nada, vas a dejarme hablar solo a mi. Si las cosas se salen de control, te ordeno a dispararle a todo lo que se mueva. ¿He sido claro hasta ahí?

—Sí, viejo.

—¿No vas a callarte?

—¿La palabra "Señor" no significa lo mismo?

—Una palabra más y voy a cerrarte la boca, espero hayas entendido. Tengo muy poca paciencia y me la estás colmando.

—Eso es lo que te hace viejo— miré por la ventana ignorando su presencia, cuando sentí sus manos alrededor de mi cuello—. ¿Qué mierda estás haciendo?— giré mi rostro para sacar sus manos, y estampó sus labios en los míos—. ¡Maldito asqueroso!— lo empujé, y pasé mis manos limpiando mi boca.

—Espero que ahora te calles, o para la próxima no serán mis labios lo que usaré para callarte, salvaje.

Llegamos a nuestro destino, un edificio abandonado en medio de la nada. Seríamos un blanco fácil en este lugar.

—Pon esta arma en tus senos, mas bien pecho— dijo en un tono de burla.

—¡¿Eh?!

—¿Quieres que la ponga por ti?

—¡No, imbécil!

—¿Qué esperas?

—¿Para qué lo haces?

—Necesitaremos un arma si las cosas salen mal, salvaje. Nos van a rebuscar y a desarmar, es por eso que necesito que la guardes en un lugar seguro. Si logras fingir vergüenza de que te toquen ahí, no te seguirán rebuscando; aunque no hay mucho que tocar— comentó entre dientes—. Que sea debajo del sostén, y que no puedan sentirla al tocarte.

—¿Por qué no te la pones en los huevos? Así por fin podrás tener algo duro y grande, algo que nunca has experimentado— sonreí, y Shiro se quedó serio—. Si rebuscan se darán cuenta del chaleco.

—Todos los llevan. Haz lo que te digo— guardé el arma debajo de mi sostén aún entre protesta, era complicado meterla con esta cosa tan ajustada encima.

—Solo vamos a entrar cuatro de los nuestros, los demás se quedarán afuera por si necesitamos huir. Son los únicos que se quedarán armados. ¿Fui claro?

—Sí, señor.

—Estás aprendiendo.

—No hables tanto, y vamos — abrí la puerta del auto, y me bajé.

Espero que no me revisen demás. El edificio estaba rodeado de varios hombres armados hasta los dientes. Es como entrar a la boca del lobo. ¿Nos desarman, mientras ellos están armados?  ¿Qué tipo de broma es esta? 

Nos acercamos y rebuscaron a todos. Cuando fueron a buscarme, me tocaron completamente hasta los pies. Subió su mano por mi entrepierna, casi tocando mi parte baja.

—Oye, cuidado con lo que tocas, pervertido — protesté. 

El hombre rio, y siguió subiendo su mano por mi ombligo lentamente, como si estuviera disfrutando de esto. Al llegar a mis senos, intentó apretarlos, pero me tapé.

—Eres un cerdo, asqueroso y pervertido. ¿Cómo te atreves a tocarme de esa manera?— pensé que se iba a molestar por el insulto, pero no, solo seguía riendo, hasta que se detuvo.

—Entren, el jefe los está esperando — me hizo un guiño, y juro que tenía ganas de caerle encima. 

Seguí caminando detrás de Shiro, y en medio de los otros cuatro hombres que nos acompañaban. 

—Mi preciado Shiro — se escuchó una voz gruesa, que venía de un hombre bastante gordo, y se veía entrado en edad; traía consigo unos tres hombres, sin contar los otros dos que estaban en la puerta para entrar a la habitación, y los de afuera. Pude contar aproximadamente unos 15 hombres en total.

—Ese mismo. ¿Cómo te trata la vida, Juro?

—Ya ves que muy bien, tengo el honor de tenerte por aquí. ¿Puedo saber que se te ofrece?

—Vengo a hacer negocios contigo.

—¿De qué tipo?

—Iré directo al asunto, ya que no tengo mucho tiempo. Quiero las rutas de transporte al extranjero, incluyendo los contactos que eran de socio Kian— Juro soltó una carcajada y Shiro se mantuvo serio.

—¿Has perdido la cabeza, Shiro? Aunque pidas eso, es imposible que te lo dé a ti. ¿Desde cuándo tienes tanto interés en eso? 

—¿Qué pasaría si tu interesante relación con los de la D.D.O sale a la luz? Creo que perderías mucho dinero, ¿Cierto? — Shiro sonrió, y el ambiente se tensó.

¿A esto le llaman negociar? Está provocando a ese viejo. Si sigue así, terminarán haciéndonos mierda.

—Solamente a ti se te ocurre esa brillante idea de venir a mi dulce hogar, y amenazarme. Me interesa saber la razón de tu interés. ¿Por qué no lo consigues por tu cuenta, si tan amigo eras de Kian? 

—Porque todos son unos ineptos. ¿Para qué pasar trabajo, si puedo conseguirlo contigo?

—Estás firmando tu sentencia, Shiro. No deberías meterte más en esto, o quién sabe lo que pase — Shiro rio como un demente, y Juro se quedó serio.

—¿No eres tú quien lo está haciendo? Estoy cansado de tanta plática. ¿Vas a darme los datos, o tengo que buscarlos por mi cuenta? —Juro se quedó unos instantes en silencio y pensativo.

—Me temo que no — el viejo señaló a Shiro, y gritó—. ¡No los dejen salir de aquí!

—Justo lo que esperaba — Shiro sacó una pequeña cuchilla de su cuello, y se la tiró a uno de los hombres que estaba en frente. Antes de que cayera el hombre al suelo, todos salimos corriendo a escondernos detrás de una pared que había en el lugar. 

Estaban disparando hacia nosotros. ¿Cómo se las ingenió para traer una cuchilla, y que no la hayan descubierto cuando lo rebuscaron? Shiro metió su mano lentamente por mi chaleco agarrando el arma. Sentí su asquerosa mano tocando algo más, que por supuesto, no era el arma.

—¡Ten más cuidado, idiota!

—Ya cállate, plana— lucía tranquilo, a pesar de lo que estaba pasando a nuestro alrededor. Supongo que esto debe ser algo normal para él.

Miré a alrededor a ver si veía algo para defenderme, pero sólo habían piedras. Supongo que puede servir de algo. Cogí dos en mis manos, y Shiro me miró.

—¿Qué piensas hacer con eso?

—Jugar pelota, pendejo. ¿No ves?

—¿Crees que podrás hacer algo con eso, cuando nos están disparando con un arma?— rio—. Si que eres la persona más estúpida que haya conocido alguna vez. 

—Peor es nada — tiré las piedras al suelo.

Uno de los hombres de ellos se asomó por el costado de la pared, y Shiro le disparó. Al caer al suelo, cogió su arma y me la dio. Me sentía algo nerviosa porque era un arma muy grande. Nunca había disparado una de estas. Por unos momentos se escuchó un breve silencio; un silencio muy inquietante. 

—Vamos a movernos —asomó su cara por la pared, y siguieron disparando—. Uy, eso estuvo cerca. Hay que pensar en un plan de escape. 

¿Por qué no coge el arma grande él?  No quise preguntar, lo más importante es salir de aquí.

—¿Cuál sería?— pregunté.

—Vamos a correr a la puerta.

—¿Has perdido la cabeza? ¿Con esos cabrones disparando de esa forma?

—Ya sabía que eras una cobarde.

—¿Me estás provocando, pendejo?

—Sí, ¿y qué?— tenía tantas ganas de dispararle, pero si hago algo como eso, me van a freír viva por su culpa.

—Señor, ¿pueden dejar de pelear en un momento como este? — dijo uno de sus hombres. Estaban tan callados, que había olvidado de que existían. Solo quedan dos, supongo que los otros dos ya están muertos.

—Ya saben lo que van hacer— dijo Shiro a sus hombres.

—Sí, señor.


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