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69.58% Alma Negra / Chapter 135: 135

Capítulo 135: 135

John

Dimos unas vueltas por el centro comercial y como no había visto a ninguno de los dos, quise ir afuera con los dos hombres que me acompañaban. Estuve vigilando, hasta que vi a Lin caminando por enfrente de la entrada.

—Objetivo a la vista— avisé por el micro—. Vamos tras él— les ordené a los dos que estaban conmigo.

Lo seguimos a una distancia prudente, y los hombres que estaban esperando en la camioneta se bajaron. No quería que hicieran eso.

—Vayan por el otro lado del centro comercial, no queremos que se escape.

—Copiado.

Se fueron por el otro lado y seguí acercándome con los otros dos, hasta llegar a la esquina de la carretera. Lin siguió caminando y cruzó la calle; con eso comprendí que estaba tratando de llevarnos a un lugar más desolado, así que lo seguimos.

Se metió a un callejón, y al doblar en la esquina y asomarnos, nos apuntó.

—¿Quién los mandó? ¿Creen que no me he dado cuenta, imbéciles?— Lin disparó, pero tenía el supresor, eso facilita un poco el trabajo.

Nos cubrimos en la esquina del edificio.

—Lo tenemos que rodear, señor.

—Sí vas a rodearlo, pero en el infierno— le puse el brazo en el cuello, y con mi arma le disparé en la cabeza al otro.

—Eres un traidor— musitó, casi sin aire, tratando de sacar mi brazo de su cuello.

—Esa es la palabra correcta, amigo— acerqué el arma a su costado, y le disparé.

—Voy asomarme— le avisé a Lin.

—Adelante.

—Tengo al objetivo asegurado. Calle Ellen— avisé por el micro.

—No dejes que me maltraten mucho.

—Eso no te lo puedo asegurar, pero no te van a matar. Ellos te necesitan para dar con tu padre. Saben que si te matan, no conseguirán nada. Estoy a cargo de ti, así que lo más probable me toque maltratarte.

—¿Por qué será que siento que estás muy interesado en hacerlo?

—Será por que se llevaron a mi esposa, y querían regalar mi culo. Date la vuelta para amarrarte las manos— le arrebaté la pistola y la guardé en mi pantalón, luego busqué las esposas que tenía dentro de mi traje y se las puse.

—Lo estás sujetando muy fuerte— se quejó.

—Haces que las cosas suenen muy raras. Pareces una niña quejándote.

—No estoy acostumbrado a que me amarre un hombre.

—Si te quejas por unas esposas, no quiero imaginarte cuando te fracture la nariz o te corte los dedos— me miró de reojo—. Déjame adivinar, ¿Ya te estás arrepintiendo de haberte entregado?— rei —. Eres un cobarde.

—Eres mas hijo de puta de lo que imaginé.

—Lo dice un mocoso que ni me conoce, te sorprendería si lo haces. Camina.

Nos paramos en la esquina, esperando que vinieran a buscarnos y que nadie nos viera.

—Harás todo lo que te diga, y soportarás lo más que puedas. Ni se te ocurra abrir la boca o seré yo quien te corte la lengua.

—No tienes que advertirme. No es la primera vez que paso por esto.

—Que bueno, entonces no debo explicarte los métodos que utilizo para hacer que mis víctimas canten ópera.

—Pueda que sea bueno que menciones algunos.

—¿Realmente quieres saber?— sonreí, y arqueó una ceja.

—Olvídalo—le puse el arma por el costado, al ver que venía la camioneta.

Tardaron muchos estos hijos de puta. Cuando se detuvieron, subí a Lin a la camioneta; le puse una capucha negra para que no pudiera ver el camino y lo llevamos a la casa con Kleaven.

—Solo estaba este, su padre no lo vi por ninguna parte— le dije.

—¿Nadie los siguió?

—No, estuve pendiente de eso. Nos costó dos hombres, pero ya lo tenemos aqui.

—Hiciste un buen trabajo.

—Padre, hoy quisiera solicitar un privilegio.

—¿De qué?

—Llevo varios meses sin ver una buena hembra, y tengo ganas de estar con una.

—Para eso no tienes que pedir permiso, hombre. ¿Es tu mujer?— me miró fijamente.

—No, no lo es.

—Es raro que durante estos meses, no hayas buscado la forma de verla. ¿No la extrañas o qué?

—No puedo darle la cara.

—¿Por qué?

—Me odiará si se entera que dejé matar a mi hija en mis propias narices— bajé la cabeza, y me afligí.

—Tienes razón. Yo que creí que irías a verla hoy.

—No creo atreverme a verla nunca más, es por eso que mejor descargo mis necesidades fisiológicas con una buena perrita.

—Esta bien, Alma. Puedes salir hoy.

—¿Qué haremos con ese tipo?

—¿Qué aconsejas?

—Ese muchacho debe estar entrenado para no decir nada. Lo mejor será darle el castigo mínimo, al menos, mientras damos con el paradero de su padre. Ese va aparecer cuando sepa que su hijo fue secuestrado. Él mismo buscará la forma de encontrarnos, y ahí es donde atraparemos a la bestia. No podemos arriesgarnos a que se muera. Debemos usar a su hijo para torturarlo hasta morir, padre.

—Me gusta tu forma de pensar. Esta bien, te encargarás de eso.

—Gracias, padre— bajé la cabeza.

Daisy

Alfred salió y se dio cuenta que todo estaba tranquilo, así que pudimos salir sin problemas.

Nos quedamos esperando a que Akira nos buscara y nos fuimos a la casa.

—Ya todo salió como quería tu esposo, ahora solo falta esperar. Espero no intente una tontería con mi hijo.

—Él va a cumplir, y más por todo lo que has hecho por mi y por mi hija.

—Eso espero, no quiero sorpresas.

—Sr. akira, esta noche me quedé con mi esposo en un lugar y quisiera que me dé el permiso de salir.

—¿Has perdido la cabeza?

—Todo estará bien, solo serán unas horas. Nadie sabrá de este lugar, si eso es lo que le preocupa. A mi menos que nadie le conviene que eso suceda, pero él tiene mucho que decirme.

—Y hacerte, por lo que veo. De acuerdo, y espero esto no me traiga problemas. Permiso—subió a su habitación.

No pensé que aceptaría tan fácilmente.

—Necesito que esta noche te quedes con Mia, Alfred.

—Eso es muy arriesgado, mi señora.

—Él sabe lo que hace. Todo estará bien.

Subí a mi habitación a buscar la ropa que me pondría esta noche.

¿Qué ropa debería ponerme? Debo ocultar mi barriga, y lo mejor será usar un abrigo o algo así.

Horas después:

Kleaven

—Quiero que sigas a Alma y me digas a dónde y con quién sale.

—Sí, señor, cuente con eso.

John

Cuanto deseaba poder verla de nuevo. ¿Es normal sentir que cada día que pasa, ella está más hermosa? No creo que sea por los meses que estuvimos sin vernos.

Estaba manejando al Hotel y supe que me estaban siguiendo, yo sabía que eso iba hacer el viejo pendejo ese. Ese viejo se cree que soy un idiota.

Cuando llegué al Hotel, me quedé esperando en el auto, hasta que vi a Daisy. Estaba con un traje negro, se le veía parte de las piernas y desde acá, se le podía apreciar el demonio que tiene por trasero. Solo con verla de lejos ya se levanta el desobediente. A pesar de tener un peluca, unas gafas y un abrigo, era imposible no reconocerla. La forma en que camina, su cuerpo y ese meneo que tiene, se puede apreciar desde un avión.

Caminé detrás de ella, y le agarré el trasero frente a todo el mundo.

—John…— desvió la mirada.

—Camina, bomboncito.

—¿Por qué no me sueltas el trasero, John?

—Me están siguiendo.

—¿Es necesario que las aprietes tan duro?

—Es opcional, más bien es para mi disfrute, pero créeme, esto es suave, comparado a como las vas a tener más tarde. Deberías irte preparando mental y físicamente, cosita. No sabes las putas ganas que te traigo en este momento. Las nalgadas serán por cada segundo que estuvimos separados.

—Estaremos toda la noche así entonces.

—Oh, nena, vas a gritar como gata en celo y no será solo por las nalgadas.


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