Como si oyera su señal, el chillido de llantas estalló detrás de nosotros. Hank hubiera estado orgulloso; sus hombres no se rendían fácilmente.
Jev me llevó detrás de un muro de ladrillos en ruinas.
—No podemos ganarles corriendo hacia la Tahoe, y aún si pudiéramos, no te voy a arrastrar a una persecución en auto con Nefilim. Ellos podrán salir caminando de un auto destruido, pero tú quizás no. Mejor arriesgarnos a pie y hacer un rodeo de vuelta hasta el auto después de que se hayan rendido. Hay un club nocturno a una cuadra de aquí. No es el lugar más limpio, pero podemos escondernos allí. —Tomó mi codo, impulsándome hacia adelante.
—Si los hombres de Hank revisan el club, y serían estúpidos de no hacerlo ya que verán la Tahoe y sabrán que estamos a pie, me reconocerán. Las luces en el almacén estuvieron encendidas por cinco segundos antes de que me sacaras de allí. Alguien en ese cuarto tiene que haberme visto bien. Puedo intentar esconderme en el baño, pero si comienzan a preguntar, no me quedaré escondida por mucho tiempo.
—El almacén al que entraste es para nuevos reclutas. Dieciséis o diecisiete en años humanos y recientemente prometidos, lo que los hace menores a uno en años de Nefilim. Soy más fuerte que ellos, y he tenido mucha más práctica cuando se trata de jugar con mentes. Voy a ponerte un trance. Si nos miran, van a ver un tipo en chaparreras de cuero con un collar de púas, y una chica rubia platinada con un corsé y botas de combate.
De repente me sentí un poco mareada. Un trance. ¿Era así cómo funcionan los trucos mentales? ¿Con un encantamiento?
Jev elevó mi mentón, buscando en mis ojos.
—¿Confías en mí?
Si confiaba en él o no, no importaba. La dura verdad era que tenía que hacerlo.
La alternativa era enfrentar a los hombres de Hank sola, y podía suponer cómo iba a terminar eso.
Asentí.
—Bien. Sigue caminando.
Seguí a Jev dentro de una alejada fábrica que ahora funcionaba como el club nocturno Bloody Mary, y él se encargó de pagar la entrada. Tomó un minuto para que mis ojos se ajustaran a las luces estroboscópicas que hacían latir mi visión entre negro y blanco. Los muros interiores habían sido derribados, dando lugar a un espacio abierto que en el momento estaba lleno de cuerpos que giraban. La ventilación dejaba mucho que desear, y fui golpeada inmediatamente por una ola de olor corporal mezclado con perfume, humo de cigarrillo y vómito. La clientela era al menos quince años mayor que yo, y yo era la única persona en pantalones de pana y con una cola de caballo, pero los trucos mentales de Jev debían haber funcionado, porque entre el mar de cadenas, cuero, púas y medias de red, nadie miró en mi dirección.
Peleamos por abrirnos camino hacia el centro de la multitud, donde podríamos escondernos y aún así vigilar las puertas.
—El plan A es quedarnos aquí y esperar —exclamó Jev sobre la percusión de la música—. En algún momento tendrán que rendirse y volver al almacén.
—¿Y el plan B?
—Si nos siguen aquí, nos iremos por la puerta trasera.
—¿Cómo sabes si hay una puerta trasera?
—He estado aquí antes. No es mi primera elección, pero es de los favoritos cuando se trata de mi gente.
No quería pensar sobre cuál era su gente. En este momento, no quería pensar en nada excepto en volver viva a casa.
Eché un vistazo alrededor.
—Pensé que habías dicho que podías hacer trucos mentales con todos. ¿Entonces por qué tengo la sensación de que la gente nos mira?
—Somos las únicas dos personas en el cuarto que no están bailando.
Bailando. Hombres y mujeres que tenían un parecido increíble con los miembros de la banda Kiss estaban sacudiendo la cabeza, empujándose, y lamiéndose unos a otros. Un tipo con tiradores de cadenas sosteniendo sus jeans se trepó a una escalera fijada al muro y se lanzó hacia la multitud. Cada loco con su tema, pensé.
—¿Me concedes este baile? —preguntó Jev con una simpática sonrisa retorcida.
—¿No deberíamos estar buscando una forma de salir de aquí? ¿Diseñando un par más de planes de respaldo?
Él tomó mi mano derecha, acercándome a él en un baile lento que era lo opuesto a la música acelerada. Como si leyera mi mente, él dijo:
—Dejarán de mirarnos pronto. Están demasiado ocupados compitiendo por el movimiento de baile más extremo de la noche. Intenta relajarte. A veces la mejor ofensiva es una buena defensa.
El latido de mi corazón se aceleró, y no porque supiera que los hombres de Hank estaban cerca. Bailar de esta manera con Jev destruía cualquier chance que tuviera de mantener mis sentimientos bajo control. Sus brazos eran fuertes, su cuerpo tibio. Y esos ojos. Profundos, misteriosos, insondables. A pesar de todo, quería acercarme a él y... sólo dejarme ir.
—Mejor —murmuró en mi oído.
Antes de que pudiera responder, me hizo girar. Nunca había bailado así antes, y la habilidad de Jev me sorprendió. Danza callejera, podría haber adivinado, pero no esto. La manera en que bailaba me recordaba a otro tiempo y lugar. Él era seguro y elegante... refinado y sexy.
—¿Piensas que van a creer que un tipo en chaparreras baratas de cuero de mal gusto baile así? —me mofé cuando él me giró de nuevo hacia sus brazos.
—Sigue así, y te pondré a ti las chaparreras de cuero. —No sonrió, pero percibí una corriente oculta de diversión. Era bueno saber que uno de nosotros encontraba algo remotamente divertido en esta situación.
—¿Cómo funcionan los trances? ¿Como un hechizo?
—Es más complicado que eso, pero tienen el mismo resultado final.
—¿Podrías enseñarme?
—Si te enseñara todo lo que sé, necesitaríamos pasar una considerable cantidad de tiempo juntos y solos.
Insegura de si estaba sugiriendo algo, dije:
—Estoy segura de que podríamos mantenerlo... profesional.
—Habla por ti —dijo en el mismo tono firme que hacía difícil adivinar sus intenciones.
Su mano estaba en mi espalda, sosteniéndome contra él, y me di cuenta de que estaba más nerviosa de lo que originalmente había pensado. Me encontré pensando si la conexión entre nosotros había sido tan eléctrica antes. ¿Estar cerca de él siempre se había sentido como jugar con fuego? ¿Tibio y brillante, intenso y peligroso?
Para mantener nuestra conversación lejos de territorio incómodo, apoyé mi cabeza contra su pecho, aun cuando sabía que no era seguro. Nada en él era seguro. Mi cuerpo entero zumbaba bajo su contacto, una sensación completamente ajena y fascinante. Mi parte sensata quería cortar mis emociones, pensando y complicando demasiado mi relación con Jev. Pero una parte más física y inmediata estaba cansada de permitir que la lógica me persiguiera en círculos, constantemente preguntándome por ese espacio de tiempo, y así, bajé el interruptor de mi cerebro.
Pieza por pieza, dejé que Jev derribara mis defensas. Me bamboleé y me sumergí contra él, dejándole poner el ritmo. Estaba demasiado cálida, mi cabeza obstruida con humo, y el momento comenzó a sentirse irreal, sólo haciéndome más fácil creer que más tarde, si la culpa o el arrepentimiento me asolaban, podría pretender que nunca había sucedido. Mientras estuviera allí, atrapada en el club, atrapada en los ojos de Jev, él hacía demasiado fácil sucumbir.
Su boca rozó mi oreja.
—¿En qué estás pensando?
Cerré mis ojos brevemente, ahogándome en las sensaciones. En cuán cálida me siento. Cuán increíblemente viva, vibrante y alborotada se siente cada pulgada de mí junto a ti.
Su boca formó una sexy, perceptiva sonrisa.
—Mmm.
—¿Mmm? —Alejé la mirada, azorada, automáticamente usando la irritación para cubrir mi incomodidad—. ¿Qué tiene Mmm que ver? ¿Podrías usar más de cinco palabras alguna vez? Todo este gruñido y palabras picadas en trocitos se me hace... primitivo.
Su sonrisa se engrandeció más.
—Primitivo.
—Eres imposible.
—Yo Jev, tú Norah.
—Basta. —Pero casi sonrío a mi pesar.
—Ya que lo estamos manteniendo primitivo, hueles bien —observó. Se acercó, haciéndome agudamente consciente de su tamaño, su pecho subiendo y bajando, el tibio ardor de su piel contra la mía. Electricidad cosquilleó en mi cuero cabelludo, y temblé de placer.
—Se llama ducharse... —comencé a decir automáticamente, luego mi voz de desvaneció. Mi memoria enredada, desconcertada por una sensación apremiante y contundente de indebida familiaridad—. Jabón, champú, agua caliente —agregué, casi como una ocurrencia tardía.
—Desnuda. Conozco el proceso —dijo Jev, con algo pasando en sus ojos imposible de leer.
Insegura de cómo proceder, intenté desterrar el momento con una risa liviana.
—¿Estás flirteando conmigo, Jev?
—¿Así se siente para ti?
—No te conozco lo suficientemente bien para decir otra cosa. —Intenté mantener mi voz pareja, inclusive neutral.
—Entonces tendremos que cambiar eso.
Aún insegura de sus motivos, aclaré mi garganta. Dos podían jugar este juego.
—¿Huir juntos de los chicos malos es tu idea de jugar a conocerme?
—No. Esto es.
Él inclinó mi cuerpo hacia atrás, atrayéndome en un lento arco hasta que me levantó pegada contra él. En sus brazos, mis articulaciones se soltaban, mis defensas se derretían mientras él me guiaba por los abrasadores pasos. Sus músculos se flexionaron bajo sus ropas, sosteniéndome, dirigiéndome. Nunca dejando que me alejara.
Mis rodillas se sintieron gomosas, pero no de bailar. Mi respiración se hizo más rápida, y supe que estaba caminando por una pendiente resbaladiza. Estar tan cerca de Jev, con la piel rozándose, piernas tocándose apenas, miradas conectándose brevemente en la oscuridad, todo era sensación ciega y el calor intoxicante. Una extraña mezcla de emoción nerviosa, me alejé, pero no drásticamente.
—No tengo el cuerpo para esto —dije sarcásticamente, levantando mi mentón hacia una mujer voluptuosa que sacudía sus caderas ardientemente siguiendo el ritmo—. No tengo curvas.
Los ojos de Jev sostuvieron los míos.
—¿Estás pidiendo mi opinión?
Él inclinó su cabeza hacia abajo, su aliento entibiando mi piel. Sus labios rozaron mi frente con la presión de una pluma. Cerré mis ojos, intentando contener el absurdo deseo de que él moviera su boca más abajo, hasta que encontrara la mía.
—Jev... —quise decir. Sólo que su nombre no se escapó. Jev, Jev, Jev, pensé en la perfecta cadencia con mi pulso acelerado. Repetí su nombre, un pedido silencioso, hasta que me mareó.
La brizna de aire entre nuestras bocas era una presencia vívida, provocadora y tentadora. Él estaba tan cerca, mi cuerpo a tono con el suyo de una manera que me asustaba a la vez que me maravillaba. Esperé, inclinándome en su abrazo, mi aliento encendiéndose por la anticipación.
De repente su cuerpo se tensó. El hechizo se rompió, el espacio entre nosotros ensanchándose irrevocablemente, y yo retrocedí.
—Tenemos compañía —dijo Jev.
Intenté alejarme completamente, pero Jev apretó su abrazo, forzándome a mantener la simulación de baile.
—Mantente calmada —murmuró, su mejilla rozando mi frente—. Recuerda, si te miran, verán cabello rubio y botas de combate. No van a ver la verdadera tú.
—¿No esperaran que sabotees sus mentes? —Intenté obtener un vistazo de la puerta, pero varios hombres altos en el público me bloquearon. No pude decir si los hombres de Hank estaban avanzando o si se quedaban junto a las puertas, observando.
—No me pudieron ver bien, pero me vieron saltar del tercer piso del almacén, lo cual les dirá que no soy humano. Estarán buscando un chico y una chica juntos, pero podría ser cualquiera de las parejas aquí.
—¿Qué están haciendo ahora? —pregunté, aún incapaz de ver más allá de la multitud.
—Están mirando alrededor. Baila conmigo y mantén tus ojos lejos de las puertas. Son cuatro. Se están dispersando —soltó Jev—. Dos están viniendo hacia acá. Creo que hemos sido vistos. La Mano Negra los entrenó bien. Nunca he conocido un Nefil que pudiera ver a través de un trance durante su primer año de haber jurado lealtad, pero ellos quizás puedan hacerlo. Camina hacia los baños y toma la salida al final del salón. No camines muy rápido, y no mires hacia atrás. Si alguien trata de detenerte, ignóralos y sigue caminando. Voy a interceptarlos para ganar algo de tiempo. Te veré en el callejón en cinco minutos.
Jev fue en una dirección y yo fui en la otra, con el corazón en la garganta. Abrí mi camino a codazos a través de la multitud, el calor de demasiados cuerpos y mi propia adrenalina nerviosa humedeciendo mi piel. Giré hacia el corredor que llevaba a los baños, el cual, a juzgar por el aroma rancio y la oleada de moscas, eran cualquier cosa menos sanitarios. Había una larga fila, y tuve que rodear a cada persona, murmurando un apresurado:
—Disculpe.
Como Jev había prometido, una puerta apareció al final del corredor. La abrí de un empujón y me encontré afuera. Sin perder tiempo, comencé a correr. No pensé que fuera una buena idea quedarme a la vista, eligiendo a cambio esconderme detrás de los cestos de basura hasta que Jev viniera por mí. Estaba a la mitad del callejón cuando una puerta detrás de mí se abrió de golpe.
—¡Allí! —gritó una voz—. ¡Se está escapando!
Miré hacia atrás sólo lo suficiente para confirmar que fueran Nefilim. Luego salí corriendo. No sabía dónde estaba yendo, pero Jev tendría que encontrarme en otro lugar.
Atravesé la calle a la carrera, dirigiéndome hacia donde habíamos abandonado la Tahoe. Cuando Jev no me encontrara en el callejón, con suerte su auto sería el próximo lugar donde pensaría buscar.
Los Nefilim eran demasiado rápidos. Aún a máxima velocidad, podía oírlos acercarse. Todo era diez veces más fácil para ellos, me di cuenta con creciente pánico.
Cuando estuvieron a sólo momentos de atraparme, giré.
Los dos Nefilim descendieron la velocidad, instantáneamente alerta de mis intenciones. Pasaba mi mirada del uno al otro, respirando pesadamente. Podía seguir corriendo y retrasando lo inevitable. Podía pelear. Podía gritar como loca y esperar que Jev me oyera. Pero cada opción se sentía inútil.
—¿Es ella? —preguntó el más bajo con un acento formal que sonaba británico.
Me miró con astucia.
—Es ella —confirmó el más alto, un estadounidense—. Está usando un trance.
Concéntrate en un detalle a la vez, en la forma que nos enseñó la Mano Negra.
Su cabello, por ejemplo.
El Nefil más bajo entrecerró los ojos con tanta intensidad que me pregunté si podía ver a través de los ladrillos del edificio detrás mío.
—Bueno, bueno —dijo después de un momento—. ¿Rojo, verdad? Te prefería rubia.
Con velocidad inhumana, se pusieron a cada lado de mí, cada uno aferrando un codo con tanta fuerza que di un respingo de dolor.
—¿Qué hacías en ese almacén? —preguntó el Nefil más alto—. ¿Cómo lo encontraste?
—Yo... —comencé a decir. Pero estaba demasiado aterrada para pensar en una mentira plausible. No me iban a creer si decía que la pura estúpida suerte había sido la responsable de que tropezara a través de su ventana en la mitad de la noche.
—¿El gato te comió la lengua? —dijo el más bajo, haciendo cosquillas bajo mi mentón.
Me alejé de un tirón.
—Tenemos que llevarla de vuelta al almacén —dijo el más alto—. La Mano Negra o Blakely querrán interrogarla.
—No volverán hasta mañana. Bien podríamos obtener algunas respuestas ahora.
—¿Qué pasa si no habla?
El Nefil más bajo lamió sus labios, algo atemorizante iluminando sus ojos.
—Nos aseguraremos de que lo haga.
El Nefil más alto frunció el ceño.
—Les dirá todo.
—Borraremos su memoria cuando terminemos. No podrá ver la diferencia.
—Todavía no somos lo suficientemente fuertes. Aún si pudiéramos borrar la mitad, no sería suficiente.
—Podríamos intentar magia negra —sugirió el más bajo con un brillo perturbador en sus ojos.
—La magia negra es un mito. La Mano Negro lo dejó bien claro.
—¿Oh sí? Si los ángeles en el cielo tienen poderes, tiene sentido que los demonios en el infierno también. Tú dices mito, yo dijo que es una potencial mina de oro. Imagina lo que podríamos hacer si le pusiéramos las manos encima.
—Aún si la magia negra existiera, no sabríamos dónde empezar.
El Nefil más bajo meneó la mano con irritación.
—Tú siempre dispuesto a la diversión. Está bien. Debemos asegurarnos que nuestras historias coincidan. Nuestra palabra contra la suya. —Hizo una cuenta regresiva de su versión sugerida de los eventos de la noche con los dedos—. La perseguimos desde el almacén, la encontramos escondiéndose en el club, y mientras la arrastrábamos de vuelta, ella se asustó y contó todo. No importará lo que ella diga que sucedió. Ya entró en el almacén. La Mano Negra esperará que ella mienta de nuevo.
El Nefil más alto no lucía completamente convencido, pero no discutió tampoco.
—Vas a venir conmigo —gruñó el más bajo, forzándome bruscamente dentro de un espacio apretado entre los edificios detrás nuestro. Hizo una pausa para decirle a su amigo—, quédate aquí y asegúrate de que nadie nos moleste. Si podemos sacarle información, quizás nos dé privilegios extras. Quizás inclusive nos suban un rango.
Mi cuerpo entero se congeló ante la idea de ser interrogada por el Nefil, pero rápidamente acepté que no tenía una oportunidad de pelear contra ambos.
Quizás podría forzar mi ventaja. Mi única esperanza, y aún si sabía que era pequeña, era emparejar el campo de juego al irme uno por uno. Dejando que el Nefil más bajo me arrastrara más profundamente en el angosto pasaje, deposité mis esperanzas en que la jugada saliera bien.
—Estás cometiendo un grave error —le dije, poniendo toda la amenaza que poseía detrás de mis palabras.
Él se levantó las mangas, mostrando nudillos decorados con varios anillos agudos, y mi coraje de repente se sintió escurridizo.
—He estado seis meses en Estados Unidos, despertándome al amanecer, entrenando todo el día bajo un tirano, y encerrado en las barracas de noche. Después de seis meses de esa prisión, déjame decirte, se va a sentir bien el desquitarme con alguien. —Se lamió los labios—. Voy a disfrutar esto, cariño.
—Robaste mi línea —dije, y empujé mi rodilla entre sus piernas.
He visto suficientes chicos en la escuela recibir golpes similares durante juegos deportivos o en la clase de Educación Física para saber que el daño no lo inmovilizará completamente, pero no esperaba que estuviera listo para lanzarse sobre mí después de nada más que un quejido dolorido.
Se vino encima de mí de repente. Había una barra de madera desechada cerca de mis pies, y la tomé rápidamente. Varios clavos oxidados se asomaban, haciendo de ella un arma útil.
El Nefil miró el bloque de madera y se encogió de hombros.
—Hazlo. Intenta golpearme. No dolerá.
Aferré la madera como si fuera un bate.
—No podrá lastimarte permanentemente, pero confía en mí, sí dolerá.
Él hizo un movimiento falso hacia la derecha, pero yo lo esperaba. Cuando saltó a la izquierda, lo golpeé con fuerza. Hubo un horrible sonido de perforación, y el Nefil soltó un grito.
—Eso te va a costar. —Pateó alto antes de que tuviera tiempo de registrar el movimiento, su bota sacando la madera de mi empuñadura. Peleó conmigo hasta derribarme, inmovilizando mis brazos sobre la cabeza.
—¡Quítate de encima! —grité, retorciéndome bajo su peso.
—Seguro, cariño. Sólo dime qué estabas haciendo en el refugio.
—Quí-ta-te-de-encima-ahora.
—La oíste.
Los ojos del Nefil se agrandaron con impaciencia.
—¿Qué sucede ahora? —estalló, girando su cabeza rápidamente para ver quién se atrevía a interrumpirnos.
—Fue un pedido bastante simple —dijo Jev, sonriendo apenas, pero era letal en su expresión.
—Estoy un poquito ocupado ahora, amigo —ladró el Nefil, mirándome intensamente para hacer énfasis—. Si no te importa.
—Resulta que sí me importa. —Jev tomó al Nefil por los hombros y lo lanzó contra el edificio. Extendió su mano contra la garganta del Nefil, cerrando el flujo de aire.
—Discúlpate. —Con un movimiento de su cabeza, Jev hizo un gesto en mi dirección.
El Nefil arañó la mano de Jev, su rostro llameando. Su boca se abrió y se cerró como la de un pescado, intentando tomar oxígeno.
—Dile cuánto lo lamentas, o me aseguraré de que no tengas nada que decir por mucho tiempo más. —Con su mano libre, Jev movió un cuchillo, y me di cuenta de que su intención era cortar la lengua del Nefil. Como se lo merecía, no sentí ni un gramo de compasión—. ¿Qué quieres?
Los ojos del Nefil ardieron con ira mientras desviaba su mirada entre Jev y yo. <<Lo lamento,>> soltó su voz furiosa en mi mente.
—No ganará un Oscar, pero funcionará —le dijo Jev con una sonrisa cruel—. Eso no fue tan duro, ¿verdad?
Liberándose de un tirón, el Nefil tragó aire y masajeó su garganta.
—¿Te conozco? Sé que eres un ángel caído... puedo sentir el poder saliendo de ti como un hedor, quizás inclusive un arcángel... pero lo que quiero saber es si hemos cruzado caminos antes. —Parecía como una pregunta engañosa, con la intención de ayudar al Nefil a rastrear a Jev en algún punto en el futuro cercano, pero Jev no cayó.
—No aún —dijo—. Me quedaré con la presentación corta. —Hundió su puño en el estómago del Nefil. Su boca todavía formaba una O cuando cayó de rodillas y decayó.
Jev se volvió hacia mí. Esperé que demandara por qué no me había quedado en el callejón como habíamos acordado, y cómo había terminado en la presente compañía, pero simplemente limpió una mancha de tierra de mi mejilla y cerró los dos botones superiores de mi blusa.
—¿Estás bien? —preguntó en voz baja.
Asentí, pero sentí lágrimas crecer en la parte posterior de mi garganta.
—Salgamos de aquí —dijo.
Por una vez, no protesté.