—¿Llegó la entrega? Xue, ¿qué pediste? —preguntó Shen Huang con entusiasmo. Al igual que sus hijos, esperó e hizo un pedido apenas terminó la cuenta regresiva.
—Pedí costillas de cerdo. ¿Y tú, papá?
—Yo pedí el crujiente. Tu hermano también.
—¡No es justo! ¿Por qué no me dijiste? —preguntó fulminando con la mirada a su hermano, que seguía trabajando en su laptop.
—Parte de tu castigo —respondió Shen Yi, como si fuera lo más obvio del mundo.
Shen Xue se sintió traicionado. Era obvio que su hermano sabría cuál había hecho su cuñada. A veces daba miedo cuando la pareja sabía cómo funcionaba el cerebro del otro, como hoy.
—También me aseguré de pedir uno para la abuela porque sabía que te equivocarías —dijo Shen Yi echándole más sal a la herida de su hermano.