Su Qianci durmió muy bien, pero aún seguía sin ser suficiente. Era absolutamente terrible despertarse temprano por la mañana.
Sintió la mano de Li Sicheng tocándole la nariz, ella hizo una mueca y le golpeó su mano. Pero él la agarró con firmeza y la levantó. Su Qianci abrió los ojos e hizo un puchero. Después de mirarlo, ladeó la cabeza.
—Tengo mucho sueño.
—Cuando subas al avión podrás dormir ahí —indicó Li Sicheng levantándola—. Hoy debemos ir a la capital, ¿se te ha olvidado?
—No, hoy no… Vamos mañana —contestó ella, enterrándose en la manta de nuevo.
Él no pudo evitar sonreír.
—Dirás lo mismo mañana. Levántate; te ayudaré a vestirte.
—Oye —mencionó ella, colgándose de él—, vomitaré en el avión.
—Ayer le dijiste a Rong Haiyue que llegaríamos esta tarde. ¿Vas a romper tu promesa?
Tras decir eso, ella por fin irguió la espalda y estiró los brazos para dejar que la desvistiera.
Él le tocó la nariz: