Qin Mo vio eso y se le profundizó la mirada.
Él caminó hacia allí, sacó la mano del bolsillo, le robó el cigarrillo a Fu Jiu y se lo puso entre los delgados labios.
Fu Jiu levantó la mirada y sonrió.
—Mira cuán obediente soy. Te esperé como me pediste.
—Porque no tienes como ir a casa.
Qin Mo sostuvo las llaves y dijo de forma taciturna: —Tú vas a ser quien maneje, pero, primero, ponte la máscara.
Qin Mo solo pidió eso porque el rostro hacía que quisiera destrozar algo.
Fu Jiu sacó los dedos y se rio.
—Nop, yo todavía no soy un adulto.
—No un adulto, pero, ¿eres capaz de saltar paredes, pero no de manejar?
Qin Mo arqueó las cejas.
Fu Jiu suspiró.
—Hermano Mo, no puedes seguir metiendo el dedo en la llaga solo porque te confundiste al besarme. ¡Te advertí que era yo, pero no me escuchaste y de inmediato me besaste!
Fu Jiu pensó sobre eso.