A Manfeld le tomó un tiempo recuperar su conciencia.
Su visión se volvió borrosa, y sintió un dolor abrasador en las mejillas. Fue muy difícil para él abrir los ojos.
Maldición. Esa bestia rompió la regla no escrita de que los nobles entre sí no deben golpearse en la cara.
Luchó por sentarse, lentamente arrastrando los pies hacia las dos damas asustadas y las despreocupó.
—No tengan miedo. Las liberaré en un momento.
Las dos damas estaban demasiado asustadas para hablar, así que simplemente asintieron.
Manfeld las desató después de un largo descanso y dijo: —Ahí está. Vayan. Ya están libres. No vuelvan a ser atrapadas por esa persona...
Manfeld creía que Mick Kinley no tendría esa oportunidad. Una vez que todos subieran al barco, él estaría bajo la vigilancia de todos los refugiados. No creía que Mick se arriesgara con tanta gente a su alrededor.