En la vida no hay belleza más retorcida que aquella que nace de la muerte. La belleza se muestra en su estado más puro como una rosa marchita, la cual ha completado su ciclo de vida. La muerte es belleza. Y bella es la muerte. No importa el punto de vista. Nada importará al final.
Pues el objetivo de toda la vida es la muerte.
La leve brisa de la madrugada golpeaba gentilmente su rostro. La sensación del frio, mezclada con la humedad en el aire producto de la reciente lluvia, solo podía describirse como embriagante. Este lugar, que alguna vez había sido un espacio de completo silencio, ya no lo era. Podía escucharlo claramente. El incesante sonido de cientos de sirenas resonando a través del lugar.
Las cuales se asemejaban a clavos adhiriéndose a su cabeza, como si esta fuera un pedazo de madera, rompiendo la paz de su mente.
Este viejo rincón era un lugar extenso, un paraje destinado al descanso eterno, donde sus únicos visitantes eran los cientos de cuervos que solían rondar por allí, posándose sobre las copas de los árboles y sobre las incontables lápidas talladas en piedra.
Esta era la entrada trasera del cementerio, la cual conectaba con el patio trasero de la iglesia. Un lugar silencioso y tranquilo donde se realizaban múltiples actos fúnebres. Un sitio donde los conocidos, familiares y amigos podrían dar su último adiós. Allí era donde se encontraba el, sentado sobre un viejo banco de piedra con vista al cementerio.
Manteniéndose indiferente ante todo lo que lo rodeaba, como si nada más existiera en ese momento. Mantenido su vista hacia enfrente, contemplando el extenso camino de lapidas delante de él.
Pero ¿Qué más podría hacer en ese instante?.
Tendría que mantener la calma en todo momento, aferrándose con desesperación a los pocos vestigios de cordura que aún le quedaban. Se sentía roto. Arrumbado como una vieja taza rota. Arrojado hasta el rincón más profundo de una alacena, donde la impotencia lo consumiría lentamente.
Desvío su mirada del melancólico paisaje, centrando su atención sobre una de las esculturas de mármol del lugar.
Tenía una apariencia femenina, con desgastadas túnicas de cuerpo completo. De su espalda sobresalían un par de alas, las cuales se extendían hacia los lados. Como una paloma. Asemejándose a las de una águila preparando su embestida. Mientras que su rostro se hallaba siendo cubierto por ambas manos, como si esta estuviera llorando y no quisiera dejar que nadie la mirada en su peor momento.
Era como verse al espejo. Pensó.
"Disculpe. ¿Es usted el padre Alexander?". Una voz algo profunda, carente de cualquier sentimiento, se filtró a través de sus oídos. Sacándolo de sus pensamientos.
El origen de aquella voz. Era un hombre mucho más joven que él, su cabello eran negro asemejándose al carbón, con una mirada un tanto peculiar, vistiendo de forma en extremo casual. Al verlo de reojo, solo pudo suponer que se trataría de uno de los tantos oficiales que habían llegado a la iglesia.
"Así es hijo. Yo soy el padre Alte Alexander Krähe. Padre y líder de esta iglesia". Hablo con verdadera calma. Poniéndose de pie y ofreciendo su mano hacia aquel joven. Este solo lo observo en silencio antes de corresponder al saludo.
"Buen día, señor Krähe. Fui enviado por la capitana Anderson. Si no le molesta me gustaría hablar un poco con usted. No tardaré mucho". Correspondió al saludo torpemente.
El cansancio era notable en cada frase que salía de su boca. Como si cada palabra solo fuera nada más que el mero residuo dejado atrás por un profundo bostezo.
***
Mikel suspiró de cansancio mientras se dejaba caer sobre uno de los asientos de lugar. Frente a él se hallaba aquel hombre mayor. El padre, talvez incluso más viejo que la capitana. Dejo escapar un pesado suspiro interno. Lo más seguro sería que Lawrence, ya había interrogado al padre de todas las formas posibles.
Aunque lo intentara, lo más probable era que no descubriera nada nuevo. "Bien. Si no te molesta tengo que hacerte unas cuantas preguntas". Dijo mientras esperaba confirmación del padre.
Pero este no pareció escucharlo, aún mantenía su mirada sobre aquel lúgubre paisaje, con una expresión la cual supuso en ese momento que sería de cansancio.
Solo pudo tomar aquel silencio cortante como una pequeña muestra de asentimiento por parte del padre. Permitiéndole preguntar todo lo que él quisiera. "Usted fue quien llamo al número de emergencias, verdad". Pregunto, al mismo tiempo que sacaba una pequeña libreta de cuero y la ponía sobre su regazo.
"Sí, fui yo quien los llamo". Contesto masajeando ambas palmas de sus manos con una notable molestia.
"Bien. Según lo que se me informo, usted fue el primero en llegar". Hizo una pequeña pausa y siguió hablando. "Y me preguntaba. ¿Qué hacía usted en la iglesia a esas horas de la madrugada?".
Este solo cerro sus ojos lentamente, como si estos le pesaran más de lo que aparentaba. "Emanuel se encargaba del mantenimiento de la iglesia. Ase un par de días contratamos a un hombre para que nos ayudara con la limpieza durante los fines de semana. Pero esta semana no se presentó, le intentamos llamar. Pero tampoco nos contestó... Y-"
Parecía que le costaba hablar.
Llevo su mano hacia su rostro y retiro sus pequeños lentes redondos. "Y. Emanuel se ofreció para limpiar, no era su trabajo. Pero él solo se ofreció. Dijo que... No había problema". El padre tomó aire rápidamente, pasando su mano sobre su rostro. "Yo le sugerí que podíamos dejarlo para mañana, pero él insistió... Ya era algo tarde y... Pensé que seguía aquí. Y... que él necesitaría descansar". Hablo de forma entrecortada con un claro tono de voz quebradizo...
Era una imagen curiosa de ver. La viva imagen de un hombre destrozado que luchaba por conservar la calma. Mikel solo guardó silencio, esperando que el padre se tranquilizara y le permitiera seguir.
"Y me podría decir el nombre de ese conserje".
"... Su nombre es Leonardo. Su apellido no sé cuál es. Él era el encargado de la limpieza de la iglesia".
"¿Era?".
"SÍ... Era". Tras esas últimas palabras, aquel tono de voz quebradizo. Cambio abruptamente, mostrando un claro tono de enojo reprimido.
"Y sabe donde lo puedo encontrar".
Suspiro antes de responder. "No lose. Él fue por así decirlo transferido por una sucursal de limpieza en Blue Cherry. No lo recuerdo bien, fue Emily quien los contacto. Pero creo que menciono que estaba entre la avenida Neus Leben y la 14 de Paxton. Un edificio grande, supongo que sabrá cuál es cuando lo vea".
"Entiendo. Me podría decir ¿Quién es Emily?". Pregunto mientras escribía en la libreta.
"O. Emily, la pequeña Emily es la hija del cuidador, ella vive con su padre en una cabaña casi a las afueras del cementerio. Ella es como una hija para mí, ella y su padre nos ayudan mucho". Su expresión cambio un poco, ya no parecía un muerto en vida.
Al menos no del todo.
"¿Ellos se encuentran en su cabaña en estos momentos?". El interés era claro. "No sabría decirlo, ellos no tienen un teléfono fijo. Usual mente cuando necesito algo suelo caminar hasta allá. O ellos vienen aquí". Contesto con simpleza.
"Mmmm. Entiendo, aparte de la señorita Emily y su padre, la iglesia cuenta con mas personal". Hablo con cuidado, como si estuviera caminando por una fina capa hielo delgado.
El padre solo se limito a limpiar sus lentes con su túnica. Poniéndoselos lentamente. "Solo somos 10. A pesar de ser un lugar grande no somos muchos los que trabajamos aquí". Hablo con cansancio.
"Entiendo. Una cosa más, dígame algo padre. Durante estos días pudo notar algún comportamiento diferente en el señor Valencia". Cuestiono.
"No. Él nunca actuó extraño". Respondió rápidamente mientras comenzaba a fruncir levemente él entre cejo.
"Aun así, puede tener en mente a alguien que le quisiera haber hecho daño". Finalizo de forma directa. Mientras que posaba su mirada sobre aquellas viejas tumbas, el paisaje era melancólico, característico de un viejo cementerio.
"No. Como dije, Emanuel es un buen hombre". Respondió observándolo directamente.
"Emanuel está muerto padre, alguien lo asesino... Nadie muere de esa forma sin ningún motivo". Declaro sin ningún pelo en la lengua, sabiendo incluso que podría recibir un golpe por parte del padre.
Solo hubo silencio. Un silencio tan sofocante que incluso podría llegar a ser cortado con una cuchilla, el padre solo lo observaba con desdén. Como si mirara una cosa, y no un quien.
"Su apellido era Vollmond. ¿Verdad? Detective". Cuestiono el padre en tono de afirmación, como si esté mismo ya supiera la respuesta a esa pregunta. Observando a Mikel, el cual frunció ligeramente la mirada producto de la confusión.
"Sí. ¿Por qué la pregunta?". Cuestiono.
"O, por nada. Solamente me pareció haberlo escuchado antes". Dijo desmeritando la pregunta inicial.
"No lo creo". Remetió con el mismo desinterés.
"Ya lo creo. Dígame algo detective Vollmond, usted ¿Qué opina acerca de todo esto?". Pregunto mientras posaba su mirada sobre la iglesia, ignorando la expresión de confusión en el rostro de Mikel.
Este pareció confundirse ante la pregunta del padre Krähe. Pero algo mas rondaba por su mente, pues en ningún momento recordaba haberse presentado con el. Como era posible que supiera su apellido sin habérselo dicho antes.
Alguien se lo había dicho.
No. Era poco probable. Talvez fue el oficial que se supondría que estaría con él, cuidándolo, pero cuando llego no lo vio por ningún lado. Esto era extraño, pero aun así como sabría aquel oficial que sería él, el que viniera a interrogar al padre.
Su mente le comenzaba a dar vueltas. Nada parecía tener sentido, hasta que algo llamo su atención. Sobre su cintura, colocado sobre el borde de su cinturón, se hallaba su placa de detective de homicidios.
Había olvidado que se la había colocado. Paso su mano sobre su rostro masajeando sus ojos. Lo mas seguro era que el padre la había visto y de hay sabido su apellido.
Recordó la pregunta del padre y su mente se tranquilizo de golpe. No tendría ninguna razón para seguir divagando. Respirando profundamente antes de hablar. No estaba funcionando bien, no se sentía bien.
"Que opino... Bueno. Cada escena del crimen es como... Una pintura, cada pincelada, cada color, la técnica. Nada esta al azar. Todo tiene un porque, y un para que, un intento de transmitir un pensamiento. Un sentimiento". Suspiro levente, masajeando su rostro. Pero la sensación de ser observado fijamente por parte del padre Alexander le era molesta.
"Es una forma de pensar algo peculiar. No le parece". Cuestiono inquisitiva mente. "Si. Me lo han dicho... ". Respondió de forma sincera.
"Dígame. Que sentimiento vio plasmado hay". Pregunto, con cierto aire de desprecio.
Amor.
Pensó rápidamente. La figura en el altar, quería que lo vieran. Pero no por completo, por eso tapo su rostro. Era vergüenza tal vez, un trabajo mal echo. No, eso era poco probable, la forma en que le adorno era extravagante. Las velas encendidas, esas velas las había puesto el, un ultimo tributo. Una rara asociación con el amor. La forma de los nudos en su cuerpo parecían mas adornos que cadenas en su piel, como las espinas en una rosa. Era dulce.
Había cortado las muñecas limpia mente. Al igual que el corte que sobresalía de su cuello. Había sido rápido, no quería que este sufriera o tenia el tiempo de sobra. Por eso no parecía presentar golpes o rasguños visibles, además de las heridas de sus muñecas.
Lo había atestiguado mientras dormía, pero. Había un golpe en la cabeza, ese había sido el detonante inicial. Pero, a pesar de todo lo había dejado hay, no había conservado el cuerpo. Un ultimo acto de amor plasmado sobre el cuerpo de aquel hombre.
Esta era una obra creada por un artista con una mente retorcida y enferma. ¡NO NO NO!. Se recrimino así mismo casi golpeando su cabeza. En que estas pensando Mike.
Suspiro con reproche antes de volver en si. Sentía como si el pecho le doliera, y el estomago le diera vueltas. Todo esto mientras se encontraba expectante ante la mirada del padre, el cual no le había quitado la vista de encima. Tendría que decir algo.
"Odio... Alguien con problemas, talvez con historiales de abuso familiar o algo por el estilo, no sabría decirlo con certeza, por lo menos hasta ver la evidencia". Respondió al mismo tiempo que cerraba su libreta y respiraba pesadamente.
El padre Krähe solo lo observo en silencio, por un segundo su vista cambio rápidamente, tranquilizándose, mostrando un rostro que solo le mostraría a un hijo.
"Algo agobia tu conciencia. No hijo". Hablo tranquilamente con su característica voz rasposa. Manteniendo su mirada sobre el joven frente a el. El cual de cierta forma le recordaba a su hijo. Un hijo el cual le había sido arrebatado.
"Mi conciencia se encuentra libre de culpa. Eso se lo puedo asegurar padre". Acentuó de forma calmada. Masajeando lentamente sus parpados.
"Hay una gran diferencia entre lo que decimos y lo que pensamos". Hablo rápidamente el hombre mayor. Intentando no perder el ritmo de la conversación la cual parecía querer terminar.
"Acaso busca que me confiese". Hablo en un suspiro divertido.
"No, por el contrario. Solo permíteme darte un concejo, reprimir aquello que nos hace mal. Nos terminara dañando de peor manera". Enfatizo de forma directa, como solo un hombre de dios podría hablar. Esa era la voz de la experiencia.
"Gracias por el concejo. Lo tomaré en cuenta". Carraspeo un poco su garganta, sacando una pequeña tarjeta de color blanco de su chaqueta, entregándosela al padre Krähe y poniéndose de pie.
"Agradezco su tiempo Señor Krähe, si llega a saber o enterarse de algo más. Haga el favor de llamar a este número, diga su nombre y la razón y le conectaran de inmediato".
"No... Gracias a usted joven Vollmond. Espero poder hablar con usted en otras circunstancias, es bienvenido a la iglesia cuando guste. Nuestras puertas siempre estarán abiertas para usted". Dijo mientras que recibía aquella tarjeta, observándola con cierta curiosidad.
Finalizando aquella breve interacción.
***
Capítulo 2. Uff, crei que no lo terminaría. Saben, es algo difícil escribir al padre Alexander. Al principio quería que el capítulo fuera en forma de primera persona centrado en el. Aunque lo termine cambiando de último momento.
— Novo capítulo em breve — Escreva uma avaliação