—Dolor.
—Eso era todo lo que Islinda creía que jamás dejaría de sentir. Ardía tanto y por un momento allí, el dolor era tan intenso que se encontró suplicando piedad. ¿Era así como se sentía el infierno? Porque definitivamente parecía serlo. No es de extrañar, estaba muerta. ¿Pero el infierno? Después de sus buenas acciones en la tierra, nunca esperó ser enviada allí. Se suponía que ese tipo de lugar estaba reservado para gente como su madrastra y sus hijos. ¿Qué había hecho ella para ser enviada aquí?
—El dolor disminuyó e Islinda pudo respirar. ¿Respirar? ¿Acaso uno respira en el infierno? Ni siquiera lo había pensado. Islinda se sentía febril y nada tenía sentido para ella ya. En ese estado de delirio, todo en lo que podía pensar era en deseos y errores. Pensó en cómo hubiera sido de bien su vida si su padre aún estuviera vivo. Había tantas cosas en las que pensar.