—¿Estás embarazada? —Los ojos de Nina se estrecharon en finas rendijas cuando vio el estado de Sheila. Sheila intentó sonreír y negó con la cabeza—. Es por los ataques de pánico. Desde la infancia, si estoy mentalmente alterada, solía sentir calambres estomacales y náuseas.
Habían pasado tres días desde que estaba vomitando sin parar. Gracias a Nina que estaba cuidando de Alejandro.
—¿Alejandro? —Intentó preguntarle a Nina pero entonces, llevándose la mano a la boca, corrió al baño.
—No te preocupes por Alejandro —la llamó Nina—. ¡El niño está a salvo!
Nina tenía dudas. ¿Y si Sheila estuviera embarazada? Siendo una mujer sencilla, Nina no podía esperar que ella mintiera.
Fue al mayordomo y le preguntó sobre Alejandro:
—¿Dónde está mi hijo Rafael?
Él inclinó un poco la cabeza y señaló hacia el piso superior:
—Encerrado en esa habitación sin comida ni bebida —sonrió un poco—. Justo como usted me pidió que hiciera.