{Isabella}
Los primeros rayos del amanecer se colaban por las ventanas de la Torre del Alquimista.
Isabella estaba sentada en su mesa de trabajo, habiendo estado allí toda la noche.
Sus ojos estaban inyectados de sangre, su cabello era un enredo desordenado y sus manos temblaban por el agotamiento. Pero nada de eso importaba.
Porque allí, sujetado en sus dedos, estaba el fruto de su trabajo. ¡La culminación de incontables horas de investigación, experimentación y pura, terca determinación!
¡La varita!
Isabella la levantó a la luz como una reliquia divina, maravillándose de su superficie pulida y negra.
Era una cosa de belleza. Elegante y refinada, pero vibrando con un potencial incontable.
«Lo hice», pensó, una risa eufórica burbujeando en su garganta. «¡Realmente lo hice!»
Deslizó sus dedos a lo largo de la varita. Hacer eso aceleraba su corazón y hacía que su piel hormigueara.
«Hahahahaha, yo... yo lo hice.»