—¡Comida! —gritaban los dragones.
—¡Algo de comida! —continuaban con su suplica.
—¡Cómetela antes de que el bastardo nos detenga otra vez! —urgían entre ellos.
Noah tradujo los rugidos de los dragones en su mente mientras examinaba a esas criaturas. Escamas negras se hicieron visibles después de que esas criaturas asomaron de sus túneles para clavar sus ojos reptilianos en él.
El mismo destello que Noah había visto cuando cruzó la barrera se extendió por las paredes de la sala subterránea. Una densa membrana cubría toda el área, y sus propiedades habían mantenido a los dragones ocultos de la conciencia de Noah mientras estaban dentro de los túneles.
«No perdió sus viejas costumbres», pensó Noah mientras observaba a esas criaturas salir de los túneles y revelar sus enormes cuerpos.
Todos ellos eran Dragones de Fuego, la especie más común de criaturas parecidas a dragones. Medían más de veinte metros de largo y podían moldear las llamas escupidas por sus puntiagudas bocas.