—¿Damien? —susurré, sin poder creer lo que veían mis ojos. Estaba parado frente a mí en mi oficina. ¿Estaba alucinando?
—¡Pensé que ya habrías dejado de mirarme con la boca abierta! —bromeó y yo revisé mi boca, estaba cerrada.
Entrecerré los ojos y él se rió.
—Damien, ¿qué haces aquí? —por un segundo incluso olvidé que había entrado a la oficina sin mi permiso.
—Tch... ¿ni siquiera puedes adivinar eso, María? —preguntó con un tsk... Y yo fruncí aún más el ceño.
Suspiró y señaló su ropa, llevaba la toga negra abierta sobre sus trajes, algo que los abogados usaban en estos días, casi lo había copiado en mi vestido también.
—Oh Dios mío, ¿has diseñado el vestido de un abogado para ti? —respondió con ojos sorprendidos, mirando mi vestido y yo sonreí con suficiencia.
Simplemente sacudió la cabeza, —así que Rosa tenía razón, estabas pensando en luchar en tu caso, por ti misma.
—Por supuesto que sí —respondí, levantando la barbilla con orgullo.