Julie volteó para asegurarse de que los vampiros no la hayan seguido. Ignoró la moto, abandonada en medio de la carretera, pues ahora no era lo bastante veloz para ella. Su padre estaría loco de preocupación, y también Sam. ¿Cómo reaccionaría la manada ante el hecho de no haberle oído cambiar de fase? ¿Habrían pensado que los Cullen la habían capturado antes de tener ocasión de transformarse? Se desvistió sin preocuparle de la presencia de algún posible observador y echó a correr, desapareciendo de allí a un medio trote lobuno.
La estaban esperando, claro, por descontado. Le aguardaban.
«Julie, Jules», corearon ocho voces llenas de alivio.
«Vuelve a casa ahora mismo», ordenó el Alfa, el líder. Sam estaba furioso.
La desaparición de Paul le indicó a Julie que Billy y Rachel estaban a la espera de saber qué le había pasado a Julie. Paul tenía tantas ganas de darles la buena noticia de que Julie no había terminado convertida en comida para vampiros que no se quedó a escuchar la historia completa. No hizo falta informar a los lobos de su avance. Podían ver el bosque convertido en un borrón conforme ella corría alocada hacia la casa. Tampoco hizo falta decirles que acudía medio enloquecida. La repulsión impresa en su cabeza era evidente.
Vieron todo el horror: el azul pálido de la piel de Beau y los ojos blancos: «Me estoy convirtiendo en una estrige». El rostro de Edward, la viva imagen de un hombre consumido, «no había precedentes de algo similar a lo ocurrido en Beau. ¿Cómo íbamos a prever que Beau tendría la apariencia de una estrige?». Beau molesto por todos los «hubiera» que compartieron Julie y Edward sobre él. «Ya basta. Era mi destino convertirme en un vampiro y punto, sea el problema que sea, debe de haber una solución». Y por una vez, nadie tuvo nada que decir.
Su estupor sonó en la mente de Julie como un grito silencioso y sin palabras.
¡¡¡¡!!!!
Julie había recorrido la mitad del camino de vuelta a casa antes de que alguno se hubiera recuperado. Luego, todos echaron a correr a su encuentro.
Era casi noche cerrada y las nubes velaban el sol crepuscular casi por completo. Julie se arriesgó a cruzar la autovía y lo consiguió sin ser vista. Se reunieron en el bosque, en un claro de árboles talados por los leñadores, a poco más de quince kilómetros de La Push. Era un lugar encajado entre las cumbres de dos montañas, lo bastante retirado como para pasar inadvertido por cualquier observador.
Los barboteos de la mente de Julie habían degenerado en una completa algarabía, pues todos gritaban a la vez.
Sam tenía erizada la pelambrera del cuello y aullaba de forma incesante mientras iba de un lado para otro del círculo. Paul y Jennyfer se movían detrás de él como sombras con las orejas pegadas a los laterales de la cabeza. Todos los lobos del círculo se habían puesto en pie, profundamente agitados, y lanzaban gruñidos por lo bajo.
El blanco de su ira no estaba claro en un principio, y Julie llegó a creer que la descargaban sobre ella.
Estaba hecha un lío y no le preocupaba. Podían hacerle lo que les viniera en gana por contravenir las órdenes.
Y entonces, el caótico conjunto de pensamientos empezó a tomar una dirección concreta.
«¿Cómo puede ser? ¿Qué significa? ¿Qué va a ser esa criatura?».
«Nada seguro. Nada bueno. Peligroso».
«Antinatural. Monstruoso. Una abominación. No podemos permitirlo».
Ahora, todos los miembros de la manada, salvo Julie y otro de los hermanos, caminaban y pensaban de forma sincronizada. Julie se sentó junto al otro miembro inmóvil, demasiado desconcertado como para mirar quién era ni buscar su identidad con el pensamiento mientras los demás daban más y más vueltas a su alrededor.
«El tratado no recoge esto».
«Ese bicho nos pone a todos en peligro».
Julie intentó comprender la espiral de voces y seguir el sinuoso sendero de pensamientos para ver adonde querían ir a parar, pero no tenían el menor sentido. Ocupaban el centro de sus reflexiones unas imágenes que eran las suyas, las peores de todas: los ojos de Beau y el rostro doliente de Edward.
«También ellos temen a la estrige».
«Pero no van a hacer nada al respecto».
«Protegen a Beau Cullen».
«Eso no puede influirnos».
«La seguridad de nuestras familias y de cuantos aquí moran es más importante que la vida de un chupasangres raro. Si no lo matan ellos, tendremos que encargarnos nosotros. Hay que defender a la tribu».
«Protejamos a nuestras familias».
«Debemos acabar con eso antes de que sea demasiado tarde».
Fue en ese momento cuando resonó en la mente de Julie otra mención, las palabras de Edward: «Las estriges no se vuelven peligrosas sino hasta pasado unos meses…tememos que muy pronto».
Julie se estrujó los sesos en el intento de identificar cada una de las voces.
«No hay tiempo que perder», empezó Jennyfer.
«Esto va a provocar una lucha», le previno Embry, «y de las feas».
«Estamos preparados», insistió Paul.
«Necesitamos contar con el factor sorpresa de nuestro lado», caviló Sam.
«Si los sorprendemos cuando estén separados aumentarán nuestras posibilidades de victoria», arguyó Jennyfer, que empezaba a trazar una estrategia.
Julie meneó la cabeza y se incorporó lentamente. Se sentía inestable, era como si el movimiento circular de los lobos la hubiera mareado. Su compañero también se levantó y sostuvo su lomo con el suyo, a fin de apoyarla.
«Un momento», pensó Julie.
Dejaron de girar durante unos instantes y luego reanudaron su caminar en círculo.
«Apenas hay tiempo», repuso Sam.
«Pero ¿en qué están pensando? Hace unos meses ustedes defendían a los Cullen siendo yo la única dispuesta en atacarlos, ¿Y ahora planean una emboscada a pesar de que esto no tiene nada que ver con el tratado?».
«El tratado no previó esta contingencia», respondió Sam. «Esto pone en peligro a todo ser viviente de la zona. No sabemos qué clase de criatura van a proteger los Cullen, pero sí tenemos noticias de su fortaleza y su posible rápida inestabilidad, y también que sin importar la cosa en la que se esté convirtiendo será despiadado según nuestras leyendas. ¿Recuerdan a los vampiros neófitos contra los que combatimos? Eran salvajes, violentos e incapaces de someterse a la razón o al constreñimiento. Imagínense uno, mucho peor que eso, protegido por los Cullen».
«No sabemos si…», Julie intentó interrumpirle.
«Cierto, no sabemos», admitió Sam, «y no vamos a correr riesgos con lo desconocido, no en este caso. Podemos tolerar la presencia de los Cullen mientras tengamos la certeza de que no van a ocasionar daños. Esa… cosa no es digna de confianza» .
«A ellos no les gusta más que a nosotros lo que le está pasando a Beau».
«Pero están dispuestos a luchar por él sin importarles que sea la criatura en realidad».
«Tal vez no sea una estrige y los ojos solo sean una coincidencia».
«No seas incrédula», dijo Leah.
«Jules, hermana, esto es demasiado peligroso», dijo Quil. «No podemos ignorarlo».
«Le dan una importancia que no tiene», bufó Julie. «La única persona en peligro es Beau».
«Quizá ser un vampiro haya sido por su propia elección», refutó Sam. «Pero su opción nos afecta a todos».
«No lo veo de ese modo».
«No podemos correr semejante riesgo. Las estriges no distinguen especie a la hora de alimentarse, no están cuerdos y mucho menos son fáciles de acabar. No vamos a permitir que una criatura así campe a sus anchas por nuestras tierras».
«Démosles entonces la oportunidad de marcharse», terció el lobo que todavía seguía sosteniendo a Julie para impedir su caída. Se trataba de Seth, por supuesto.
«¿Y endosar a otros la amenaza? Destruiremos a los bebedores de sangre cuando crucen nuestras tierras sin importar que su presa no sea humana. Vamos a proteger al mayor número posible de personas».
«Eso es una locura», replicó Julie.
«Tú temías poner en peligro a la manada».
«Porque ignoraba lo que pasaba en verdad.
¡No doy crédito…! Todos conocen a Beau, y también el proceso de conversión a estrige ¿en serio creen que los Cullen iban a arriesgar a Beau a algo como eso?».
Reinó el mutismo, pero ese silencio estaba cargado de amenazas.
Julie profirió un aullido.
«De todos modos, él preferiría morir», pensó Leah, «por lo que, en realidad, únicamente estamos acortando el proceso».
Eso sacó a Julie de sus casillas, se apartó de Seth con un brinco y se lanzó contra su hermana con las fauces abiertas. Estaba a punto de atraparle la pata izquierda trasera cuando Julie sintió la mordedura de Sam en el costado, obligándola a retroceder.
Julie aulló de dolor y rabia antes de revolverse contra él.
«¡Quieta!», le ordenó con el timbre doble propio del Alfa, del líder de la manada.
Las patas se le doblaron a Julie y se removió antes de detenerse. Se mantuvo en pie por un acto de pura fuerza de voluntad.
Sam apartó la mirada de Julie.
«No seas cruel, Leah», le ordenó. «Estamos aquí para actuar contra todo aquello capaz de acabar con la vida humana, y cualquier excepción a ese código de conducta es de lo más desolador. Todos nosotros vamos a lamentar la acción de esta noche».
«¿Esta noche?», repitió Seth, muy sorprendido. «Creo que deberíamos hablar del tema un poco más y al menos consultar con los ancianos. No puedes pretender en serio que vayamos a…».
«No hay hueco para tu tolerancia hacia los Cullen ahora ni tiempo para el debate, Seth. Tú harás lo que se te ordene».
Seth dobló las patas traseras y agachó la cabeza bajo el peso de la orden del Alfa.
Sam anduvo alrededor de Julie y Seth, describiendo un círculo muy cerrado.
«Necesitamos a toda la manada para llevar a cabo esta misión, Julie, y tú eres la guerrera más fuerte. Esta noche vas a luchar con nosotros, pero comprendo que esto es muy duro para ti, razón por la cual vas a centrarte en los combatientes, Eleanor y Jasper Cullen. Tranquila, no te vas a ver envuelta con… el otro asunto». «Quil y Embry lucharán a tu lado».
A Julie le temblaron los carpos de las patas e hizo un enorme esfuerzo por mantenerse en pie mientras la voz del Alfa se imponía a su voluntad.
«Paul, Jennyfer y yo nos encargaremos de Edward y de Royal, los posibles guardianes de Beau a juzgar por la información aportada por Julie. Earnest y Alice no han de andar lejos, y otro tanto puede decirse de Carine. Brady, Collin, Seth y Leah se encargarán de ellos. Quienquiera que tenga un acceso rápido a… Beau, que lo aproveche».
Todos se percataron de la vacilación de Sam a la hora de pronunciar el nombre de Beau.
«Destruir a la criatura es nuestra prioridad».
La manada gruñó su asentimiento con nerviosismo. Todos tenían erizada la pelambrera a causa de la tensión. Los pasos eran más rápidos y el sonido de las pezuñas sobre el suelo salino resultaba más agudo cada vez que lo arañaban.
Únicamente Seth y Julie permanecieron inmóviles en el centro de una tormenta de dientes al descubierto y orejas gachas. El acompañante de Julie casi tocaba la tierra, doblegado por las órdenes de Sam. Julie percibió su pena ante el inminente acto de deslealtad, ya que Seth había luchado junto a Edward Cullen en el pasado y había llegado a convertirse en un amor clandestino para el lobo.
Sin embargo, no albergaba intención alguna de oponerse. Iba a obedecer sin importar lo mucho que le doliera. No le quedaba otra alternativa.
¿Y cuál tenía Julie? Ninguna. La manada sigue al Alfa cuando éste habla. Sam nunca había llegado tan lejos a la hora de imponer su autoridad y Julie sabía cuánto aborrecía ver a Seth postrado ante él, como un esclavo a los pies de su maestro. Jamás habría forzado la situación hasta ese límite de no haber creído que se había quedado sin elección. El vínculo mental existente entre las mentes de todos ellos le impedía mentirles y eran conscientes de la sinceridad de su convicción: su deber era acabar con Beau; Sam creía de veras que no tenían tiempo que perder, y lo creía hasta el punto de estar dispuesto a morir por ello.
Julie supo que planeaba enfrentarse a Edward él mismo, pues Sam pensaba que el don de Edward para leerles el pensamiento le convertía en la mayor amenaza de todas. El líder no tenía intención de permitir que ningún otro asumiera semejante riesgo.
A su parecer, el segundo oponente de mayor peligro era Jasper, y por eso Sam había emparejado a Julie con él, sabedor de que el miembro de la manada con más posibilidades de ganar en esa pelea era ella. Había reservado los objetivos más fáciles para los lobos jóvenes. La pequeña Alice no era tan peligrosa sin la guía de la visión premonitoria y, en los días de su fugaz alianza, habían llegado a saber que Earnest no era fanático de las peleas, aunque eso no lo hacía menos peligroso. Carine podía convertirse en todo un desafío, pero igual, su aborrecimiento hacia la violencia iba a entorpecerla.
El asunto a Julie la puso más enferma que a Seth cuando contempló cómo Sam iba desgranando su plan, analizándolo desde todos los ángulos para dar a cada componente del grupo las máximas posibilidades de sobrevivir.
Todo estaba del revés. Hace cuatro meses Julie había estado en un tris de atacar a los Cullen, pero luego tuvo esa conversación con Beau y justo como había dicho Seth: Julie no estaba preparada para esa lucha. Se había dejado cegar por el odio, no se había permitido estudiar las cosas con calma porque sabía que, si lo hacía, lo vería todo de un modo diferente.
Si miraba a Carine Cullen sin el velo de animadversión, resultaba imposible decir que matarle no era un asesinato. Era tan buena como cualquiera de las personas a las que protegían. Quizás incluso mejor. Y suponía que ocurría otro tanto con los otros aunque el sentimiento no era tan fuerte respecto a ellos, pues los conocía menos. Carine había renunciado a la violencia incluso para salvar su propia vida y ésa era la razón por la que podían matarle: ella no quería acabar con ellos, sus enemigos.
Aquello era un error, estaba mal…
… y no sólo porque matar a Beau era como asesinar a Julie, como suicidarse.
«Ve con los demás, Julie», le ordenó Sam. «La tribu es más importante».
«Me he equivocado, Sam».
«En ese momento actuaste siguiendo criterios errados, pero ahora tenemos un deber que cumplir».
«Me mantuve en mi sitio».
«No».
Sam bufó y se acercó al paso hasta plantarse delante de Julie. La miró fijamente a los ojos mientras un sordo gruñido se le filtraba entre los dientes.
«No», decretó el Alfa con esa doble voz suya que abrasaba con el fuego de su autoridad. «Esta vez no hay escapatoria posible. Tú, Julie, vas a ayudarnos en la lucha contra los Cullen. Tú, Quil y Embry se encargarán de Jasper y Eleanor. Estás obligada a proteger a la tribu, ésa es la razón de tu existencia, y vas a cumplir con esa obligación».
A Julie le fallaron las patas y se le hundieron las paletillas cuando cayó sobre ella la fuerza de su edicto. Acabó a los pies de Sam, tirada sobre la tripa. Ningún miembro de la manada podía desobedecer al Alfa.
La manada comenzó a avanzar en formación siguiendo las órdenes de Sam mientras Julie continuaba en el suelo. Embry y Quil la flanqueaban a la espera de que ella se recobrara y marcara el ritmo.
Julie sintió la urgencia y la necesidad de ponerse en pie y liderarlos. La compulsión fue en aumento por mucho que intentara reprimirla allí, en el suelo, encogida y con náuseas.
Embry le lloriqueó quedamente al oído. Él no quería pensar las palabras, temeroso de atraer otra vez hacia Julie la atención de Sam. Julie percibió la muda súplica de que se levantara, que se sobrepusiera y acabara con aquello de una vez.
Los componentes de la manada sentían pánico, no tanto por ellos mismos, sino por el conjunto. No se les pasaba por la imaginación que todos fueran a salir con vida de aquella noche. ¿Qué hermanos iban a perder? ¿Qué personalidades se perderían para siempre? ¿A qué familias deberían consolar al día siguiente?
La mente de Julie comenzó a razonar al ritmo de los demás y a pensar al unísono mientras iban capeando esos miedos. Julie se incorporó de inmediato y enderezó el pelaje.
Embry y Quil lanzaron un resoplido de alivio. El segundo le tocó el lomo una vez con el hocico.
El desafío de la misión y el cometido asignado ocuparon sus mentes. Recordaron todos juntos las noches en las cuales habían observado las prácticas de lucha de los Cullen a fin de derrotar a los neófitos. Eleanor era la más fuerte, pero Jasper les daría más problemas con esos movimientos suyos tan similares al zigzagueo de un relámpago: energía, velocidad y muerte, las tres en uno. ¿Cuántos siglos de experiencia podía tener? Los suficientes para que el resto de la familia le contemplase como guía.
«Puedo lanzar un ataque frontal si tú prefieres el flanco, le ofreció Quil, mucho más entusiasmado que la mayoría de la manada. Quil llevaba muriéndose de ganas de poner a prueba sus habilidades contra la vampira desde aquellas clases nocturnas de adiestramiento impartidas por Jasper. Él consideraba todo esto como un concurso, y no iba a cambiar de punto de vista a pesar de saber que se estaba jugando el pellejo. Paul era otro igual, y también los jóvenes Collin y Brady, que todavía no habían presenciado una batalla. Seth habría pensado lo mismo de ellos si los oponentes no hubieran sido amigos suyos.
«¿Cómo quieres que le hagamos morder el polvo, Jules?», le preguntó Quil tras atraer su atención con el hocico.
Julie únicamente logró sacudir la cabeza, incapaz de concentrarse en nada. La compulsión para seguir las órdenes era tal que Julie se sentía como un títere con alambres en todos los músculos del cuerpo. Debía dar un paso y luego otro.
Seth se vio arrastrado detrás de Collin y Brady, en un grupo donde Leah había asumido el papel de cabecilla. Ignoró a Seth mientras planeaba con los demás, y Julie vio cómo le dejaba fuera de la pelea. Había un punto maternal en los sentimientos que profesaba hacia su hermano pequeño, pues ella deseaba que Sam le enviara a casa. Seth no se daba cuenta de las dudas de Leah, pues también él era una marioneta sujeta por alambres.
«Quizá si dejaras de resistirte…», sugirió Embry con la boca chica.
«Limítate a centrarte en nuestra parte: los grandullones. Podemos acabar con ellos, ¡sí podemos!». Quil se estaba dando ánimos, como esos jugadores que se echan porras a sí mismos antes del partido.
Julie se dio cuenta de lo fácil que podía ser pensar exclusivamente en su parte del trabajo. No le espantaba la idea de atacar a Jasper y Eleanor. Habían estado a punto de hacerlo con anterioridad y Julie había pensado en ellos como enemigos durante mucho tiempo. Se sentía capaz de hacerlo de nuevo.
Le bastaba con olvidar que ellos protegían lo mismo que Julie había custodiado hasta hacía nada. Únicamente debía ignorar la razón por la cual podría desear que ganaran ellos.
«Estate a lo que hay que estar, Jules», le avisó Embry.
Ella movió los pies con desgana, oponiendo resistencia a los tirones de los alambres.
«Toda rebeldía es inútil», insistió Embry.
Estaba en lo cierto. Julie iba a terminar acatando la voluntad de Sam si él se sentía dispuesto a imponerla, y era obvio que el jefe estaba por la labor.
La existencia de la autoridad del Alfa tenía un buen motivo: ni siquiera una manada tan nutrida como la suya era una fuerza de relevancia sin un líder. Debían moverse y pensar juntos a favor de la eficacia, y eso requería que el cuerpo tuviera una cabeza.
¿Y qué ocurría si Sam se equivocaba ahora? Nadie podía evitarlo. Nadie podía refutar su decisión.
A menos que…
Julie tuvo una idea que nunca jamás había querido plantearse; pero ahora que tenía las cuatro patas sujetas por esos alambres invisibles, cayó con alivio en la existencia de una excepción. No, más que alivio, con verdadero gozo.
Nadie salvo ella podía disputar la decisión del Alfa.
No se había hecho acreedora de nada, pero poseía ciertos dones y había ciertas cosas que jamás había reclamado.
Nunca había querido liderar la manada, y tampoco albergaba ese deseo ahora. No deseaba que la responsabilidad del destino de todo descansara sobre sus hombros, y a Sam eso se le daba muy bien, era mejor de lo que Julie lo sería jamás.
Pero esa noche estaba equivocado, y ella no había nacido para arrodillarse ante él. Las ataduras de su cuerpo se aflojaron en el mismo momento en que reclamó su derecho de nacimiento. Gradualmente crecieron en sus dos sensaciones, una de libertad y otra más extraña, la de un poder vacío, hueco, ya que el poder de un Alfa procede de su manada, y Julie no tenía manada.
La soledad la abrumó durante unos segundos. Ahora no tenía manada. Pero seguía en pie y recuperó las fuerzas mientras caminaba hacia el lugar donde Sam planeaba el ataque con Paul y Jennyfer. El líder se volvió al escuchar el sonido de su avance y entrecerró los ojos negros.
«No», repitió Julie.
Lo percibió de inmediato en la nota de sus pensamientos, supo de su elección en cuanto escuchó la voz Alfa de sus pensamientos. Retrocedió medio paso con un aullido de sorpresa.
«¿Qué has hecho, Julie?».
«No voy a seguirte en una causa completamente errada, Sam».
Clavó en Julie los ojos, estupefacto.
«¿Antepondrías tus enemigos a tu familia?».
«No son mis…». Julie sacudió la cabeza para aclararse las ideas. «No son nuestros enemigos y nunca lo han sido. No vi esa realidad hasta que lo pensé lo suficiente, cuando de verdad me propuse destruirlos. Esto no se trata de los Cullen, sino de Beau».
Sam le gruñó.
«Él nunca ha sido tuyo y jamás te ha elegido, y ¡aun así continúas destruyendo tu vida por él!».
Eran palabras muy duras, pero no menos ciertas. Julie aspiró un gran trago de aire para digerirlas.
«Tal vez estés en lo cierto, pero vas a destruir a la manada por Beau, Sam. No importa cuántos sobrevivan esta noche, siempre tendrán ese crimen sobre sus conciencias».
«¡Debemos proteger a nuestras familias!».
«Estoy al tanto de tu decisión, Sam, pero tú no decides por mí, ya no».
«No puedes dar la espalda a la tribu, Julie».
Julie percibió el doble eco de la orden impartida con su voz de Alfa, pero no sintió el peso de la misma, pues ya no causaba efecto alguno en ella. Apretó la mandíbula tratando de forzarse a responder a sus palabras.
Miró fijamente sus ojos coléricos.
«Los hijos de Ephraim Black no han nacido para seguir a los de Levi Uley».
«Ah, entonces, ¿es eso, Julie Black? ¡La manada nunca te seguirá ni aunque me venzas!».
El pelo del cuello de Sam se le puso de punta al tiempo que Paul y Jennyfer gruñían con las pelambreras erizadas.
«¿Vencerte? Pero si no voy a pelearme contigo, Sam».
«En tal caso, ¿qué te propones? No tengo la menor intención de apartarme para que puedas proteger a la estrige a expensas de la tribu».
«No te lo voy a ordenar».
«Si les ordenas que te sigan…».
«No se me ha pasado por la cabeza privar a nadie de su voluntad».
Sam flageló el aire con el rabo de un lado para otro y se echó hacia atrás para evaluar el buen tino de las palabras de Julie. Entonces, se adelantó un paso y se quedaron en un cuerpo a cuerpo. Sam exhibió los dientes a centímetros de los de Julie. Hasta ese momento ella no se dio cuenta de que había crecido hasta ser más grande que él.
«No puede haber más de un Alfa, y la manada me ha elegido a mí. ¿Vas a separarte de nosotros esta noche? ¿Darás la espalda a tus hermanos o vas a poner fin a esta locura y volverás reunirte con nosotros?».
Todas y cada una de las palabras venían envueltas en una nota de autoridad, pero no hizo efecto alguno en ella. Fue en ese momento cuando comprendió la razón por la cual jamás había más de un Alfa en la manada. Todo el ser de Julie respondía al desafío y notó cómo la embargaba el instinto de defender lo que era suyo. La fibra de su esencia lupina se aprestó a la batalla para dirimir la supremacía.
Julie le echó los restos para controlar esa reacción. No iba a enzarzarse en una pelea con Sam, que seguía siendo su hermano, incluso aunque le diera la espalda.
«Esta manada sólo tiene un Alfa y yo no voy a cuestionar eso. Voy a elegir mi propio camino, eso es todo».
«¿Ahora perteneces a un clan, Julie?».
Julie soltó un respingo.
«No sé, Sam, pero hay algo de lo que sí estoy segura…».
Él retrocedió abrumado por el peso de su voz de Alfa, que le afectaba más que la suya a Julie, ya que ella había nacido para mandar sobre él.
«…voy a interponerme entre ustedes y los Cullen. No voy a quedarme de brazos cruzados mientras la manada extermina a gente inocente». Se le hacía duro a Julie aplicar esa palabra a los vampiros, pero era la verdad. «La manada es mejor que eso. Guíala en la dirección correcta, Sam».
Un coro de aullidos rasgó el aire a su alrededor cuando le dio la espalda. Se alejó de la barahúnda que había provocado y hundió las pezuñas en el suelo a fin de correr más, pues no disponía de mucho tiempo. Al menos, Leah era la única con posibilidades de sobrepasarla y Julie ya había cobrado ventaja.
Los bramidos se fueron disipando con la distancia, pero que la algarabía siguiera rasgando el velo de la noche la consolaba: aún no la seguían.
Debía avisar a los Cullen antes de que la manada se reuniera y la detuviera. Si el clan estaba alerta, Sam tendría que pensárselo otra vez antes de que fuera demasiado tarde. Imprimió mayor velocidad a su carrera en dirección a la casa blanca, un lugar que seguía odiando, mientras dejaba atrás su hogar, pues esa morada ya no era la suya. Había renunciado a todo.
Aquel día había comenzado como cualquier otro. Había patrullado durante la noche para volver a casa en cuanto amaneció un alba lluviosa. Había desayunado con Billy y Rachel con el sonsonete de fondo de los programas malos de la tele y reñido por una tontería con Paul. ¿Cómo podía haber dado todo un giro tan completo y surrealista? ¿Cómo era posible que todo se hubiera liado y complicado hasta el punto de que ahora estuviera sola y fuera un Alfa contra su voluntad? ¿Cómo podía ser que hubiera cortado lazos con sus hermanos y preferido a los vampiros?
Interrumpió el hilo de sus pensamientos el sonido que tanto había esperado y temido: el suave impacto contra el suelo de unas zarpas enormes detrás de ella, en pos de sus huellas. Julie aumentó la fuerza de sus zancadas y se lanzó como un poseso por el bosque sombrío. Le bastaba con acercarse lo suficiente para que Edward pudiera leer en su mente la señal de alarma. Leah no iba a ser capaz de detenerla ella sola.
En ese momento, Julie percibió el hilo de esos pensamientos situados detrás de ella. No había ira, sino entusiasmo; un instinto gregario y no de caza.
Interrumpió la carrera y dio un par de traspiés antes de volver a recuperar el equilibrio.
«Espérame, no tengo las patas tan largas como las tuyas».
«¿Seth? ¿Qué estás haciendo? ¡VUELVE A CASA!».
No le respondió, pero logró percibir su entusiasmo mientras seguía sus pasos sin vacilar y Julie fue capaz de ver a través de sus ojos igual que por los suyos. Para él, la escena nocturna estaba llena de esperanza y para Julie era de lo más sombría.
Ella no se percató de que había ralentizado el paso y de pronto lo tuvo a su flanco, corriendo junto a ella.
«No estoy de humor, Seth. Éste no es lugar para ti. Anda, lárgate».
El enflaquecido lobo de pelaje color café claro resopló.
«Te sigo a ti, Julie. A mi modo de ver, tienes razón, y no voy a permanecer con Sam cuando…».
«Maldita sea, ya lo creo que vas a correr detrás de Sam. ¡Ya puedes ir moviendo ese culo peludo tuyo hacia La Push! ¡Acata las órdenes de Sam!».
«No».
«¡Ve, Seth!».
«¿Es eso una orden, Julie?».
Su pregunta hizo detener en seco a Julie. Resbaló y a fin de detenerse, hundió las uñas en la tierra hasta dejar surcos en él.
«Yo no ordeno nada a nadie. Me limito a decirte lo que tú ya sabes».
Su acompañante se dejó caer a su lado sobre los cuartos traseros.
«Yo voy a decirte lo que sé. Fíjate cuánto silencio… ¿No lo has notado?».
Julie parpadeó y movió la cola en señal de intranquilidad nada más comprender a qué se refería. El silencio no era absoluto. Lejos, en el oeste, los aullidos seguían llenando la noche.
«Y no han cambiado de fase», le recordó Seth.
Julie ya lo sabía. Ahora, la manada iba a estar en alerta roja. Podían usar el vínculo mental para ver con claridad por todos los flancos, pero Julie era incapaz de escucharles los pensamientos.
Únicamente podía oír a Seth, y sólo a él.
«Da la impresión de que el vínculo no existe entre dos manadas diferentes, ¿no? Supongo que no había razón para que lo supieran nuestros padres, pues no existía posibilidad alguna de que hubiera dos manadas separadas: nunca había lobos suficientes para dos grupos. Vaya. Menudo silencio. Da un poco de escalofríos, pero, por otro lado, también da buen rollo, ¿no te parece? Apuesto a que era más fácil para Ephraim, Quil y Levi, como ahora ocurre entre nosotros. No hay tanta cháchara siendo tres; o sólo dos».
«Cállate, Seth».
«Sí, señora».
«¡Basta ya! No hay dos grupos. La manada va por un lado y yo por otro. Eso es todo, así que anda, vete a casa».
«Si no hubiera dos manadas, en tal caso, ¿por qué tú y yo nos podemos oír perfectamente y no escuchamos a los demás? Creo que has realizado un movimiento significativo cuando te has apartado de Sam, has provocado un cambio, y creo que el hecho de seguirte ha tenido también su relevancia».
«Tienes razón», admitió Julie, «pero los cambios también son reversibles».
Seth se incorporó y comenzó a trotar hacia el este.
«Ahora no hay tiempo para discutir del asunto. Deberíamos movernos para anticiparnos a Sam».
También estaba en lo cierto a ese respecto. No tenían tiempo para esa discusión. Julie echó a correr de nuevo, pero se impuso un ritmo menos duro. Seth le siguió muy de cerca en el flanco derecho, el lugar tradicional reservado al segundo de la manada.
«Puedo ir donde me plazca», le aseguró Seth al tiempo que agachaba levemente el hocico. «No te sigo en busca de promoción alguna».
«Corre hacia donde te dé la gana. Me da lo mismo».
Los dos aumentaron la velocidad de su carrera a pesar de no oír sonido alguno que les indicara una posible persecución. Ahora Julie estaba más preocupada: las cosas iban a ser más difíciles si no podía meter la oreja en las conversaciones de la manada, pues tenía las mismas posibilidades de prever un ataque que los Cullen.
«Podemos hacer rondas», sugirió Seth.
«¿Y de qué nos va a servir eso si nos desafía el grupo?». Julie entornó los ojos. «¿Atacarías a tu camada, y a tu hermana?».
«No, sembramos alarma y nos replegamos».
«Buena respuesta, pero ¿qué hacemos luego? No creo…».
«Lo sé», admitió Seth, ahora con menos confianza. «Tampoco yo me veo capaz de pelear contra ellos, pero la idea de atacarnos les apetece tan poco como a nosotros. Eso podría bastar para contenerlos, y además, ahora son sólo ocho».
«Deja de ser tan… optimista». Julie necesitó cerca de un minuto para elegir la palabra adecuada. «Me sacas de quicio».
«Está bien, sin problemas. ¿Quieres que sea un cenizo y un agorero o sólo que me calle?».
«Que cierres la boca».
«Puedo hacerlo».
«¿De verdad? Yo pienso que no».
Al fin, se calló.
En ese momento cruzaron el camino y el bosque situado alrededor de casa de los Cullen. ¿Era Edward capaz de oírlos ya?
«Quizá deberíamos ir pensando en un saludo, algo así como "venimos en son de paz"».
«El que más te guste».
«¿Edward?», llamó Seth a modo de prueba. «¿Estás ahí, Edward? Bien, ahora me siento como un idiota».
«Y también lo pareces».
«¿Crees que puede oírnos?».
Estaban a kilómetro y medio.
«Eso creo. Eh, Edward, si puedes oírme, chupasangres, prepara las defensas. Tienes un problema».
«Tenemos un problema», le corrigió Seth.
Irrumpieron en el prado, corriendo entre los árboles. La casa estaba a oscuras, pero no vacía. Edward permanecía quieto. Bajo la escasa luz de la noche, parecía de nieve.
—¿Julie? ¿Seth? ¿Qué ocurre?
«Están en grave peligro, la manada de Sam viene a matar a Beau».