—Para cuando llegaron al jardín de rosas frente al pasaje, Tania seguía negándose a él. Aún no había besado sus labios. Al final, cuando no depositó un beso en sus labios antes de poner los pies en el suelo, él se inclinó y rozó sus labios con los de ella.
El beso no fue nada parecido a lo que había experimentado antes. Ella jadeó cuando sintió sus labios sobre los suyos. Fue sensual y sus labios comenzaron a temblar. La puso de pie en la suave hierba bajo un roble llorón. Inclinó la cabeza y abrió su boca como si fuera a decir algo, pero la cerró de golpe. Ambos estaban parados en un silencio estupefacto, mirándose el uno al otro. Él recogió un mechón de su cabello y un escalofrío le recorrió la piel del pecho cuando sus nudillos la rozaron. Tania estaba sorprendida de que esas ondas no se detuvieran, sino que continuaran bajando hacia sus pechos y luego a su vientre.