Mientras Zayne lideraba el camino fuera del campamento, Rosa dejó de pensar en dónde colocaba él las manos por un momento, ya que una vez más disfrutaba de montar a caballo. No le gustaría nada más que tomar las riendas y ser quien dirigiera al caballo, pero sabía que ella y Zayne terminarían cayendo.
Rosa intentó mirar hacia atrás hacia los demás detrás de ellos, pero los anchos hombros de Zayne no se lo ponían fácil. Si se inclinaba demasiado hacia adelante, podría resbalarse del caballo y Zayne tendría que atraparla.
—Apenas hemos avanzado y ya no puedes quedarte quieta. ¿Confías en que te sostendré tan fuerte que no te resbalarás? —preguntó Zayne, afirmándola más para que no se deslizara.
—Lo siento —se disculpó Rosa, intentando ahora no moverse—. Hay mucho que ver.
Ya había roto lo que le prometió anoche, que se quedaría quieta, así que no se sentía como si estuviera presente.