A lo largo de esa semana, Steffan continuó con sus nuevas pero efectivas tácticas de hacer demandas exageradas para la cena y, como si el destino estuviera de su lado, Dolly siempre llegaba a casa del trabajo luciendo totalmente agotada y estresada.
Nunca ofrecía una palabra de simpatía o consuelo; en cambio, pretendía no notar nada inusual en ella y hacía su demanda sin la más mínima muestra de simpatía, haciendo su vida más miserable.
Como se esperaba, Dolly terminaba exhausta, apenas capaz de mantener los ojos abiertos después de su baño antes de colapsar en la cama y dormir toda la noche, evitando así el acoso nocturno de Steffan.
Jugando el papel del 'marido comprensivo', que solo mostraba por la mañana, siempre se conformaba con un desayuno sencillo, usualmente un tazón de avena simple con un lado de fruta fresca, y una taza de café negro o solo un sándwich. Era básico, sin pretensiones, y exactamente lo que necesitaba para mantener su fachada de complacencia.