Abigail siseó de dolor.
Cristóbal la arrastró hasta el coche y la empujó dentro. Luego saltó adentro y pisó el acelerador.
Abigail quería gritarle por haberla metido a la fuerza en el coche. Cuando sintió la velocidad a la que iba el coche, se tensó.
Se abrochó el cinturón de seguridad y miró hacia adelante con los ojos muy abiertos. Su cuerpo se sentía ligero como si estuviera flotando en el aire.
Iban adelantando a los demás coches. La carretera parecía precipitarse hacia sus ojos.
Parpadeó y parpadeó, incapaz de ver nada con claridad. Su estómago se tensó al pensar que colisionarían con otros coches. Lo miró por el rabillo del ojo y lo vio concentrado en la carretera.
—Disminuye la velocidad —dijo, pero estaba tan aterrorizada que esas palabras se quedaron en la punta de su lengua. Solo lo dijo en su cabeza.
Su rostro estaba pálido como un fantasma. El miedo había erosionado completamente su capacidad para pensar. En ese momento, lo único que quería era salir con vida.