DOSSIER 1
PERSONAL Y ULTRASECRETO (POTSDAM) JULIO 25, 1945
EXTRACTO DE MUESTRA, NUMERO 5
Marsella, 6 diciembre de 1906
No me he sentido bien en los últimos días. Afuera, la gente parece seguir con su vida normal. Los obreros saliendo de las fábricas, los perros callejeros y los vagabundos buscando la compasión de la gente para echarse algo al estómago. Los limpiabotas y vendedores ambulantes, intentando ganarse el pan de una manera algo más digna. Alguno que otro de esos endemoniados carruajes a motor de De Dion y Delahaye, que recorren las calles ante la vista de unos transeúntes entre maravillados y temerosos, disputándole el espacio a los tranvías, las bicicletas, los carruajes y las carretas tiradas por caballos, cargadas hasta arriba de mercancías. Señoras de edad y lindas señoritas recorren las aceras enfundadas en largos tapados de lana, las más elegantes con guantes de cabritilla y estolas de visón.
La República está apenas menos convulsa que ayer, y tal vez un poco menos que mañana. El espacio que ocupó el affaire Dreyfus ha sido sustituido por intrigas de los comunistas y anarquistas, las interferencias de los alemanes en Marruecos, y los sucesos habituales de la crónica roja. Empero, Francia parece estar lejos tanto de la revolución, como de la guerra.
Igualmente, algo me intranquiliza. Bajo este barniz de tensión pacífica, tengo mis sospechas de que se cuece algo mucho más siniestro.
El vendedor de periódicos al que siempre recurro, ya sea por costumbre, o ya sea por pereza (está siempre parado debajo de este hotel), se ha quejado de migrañas desde hace más de una semana. Como no tiene dinero para el matasanos o drogas de boticario, yo mismo le he prestado algunos francos para que alivie su mal. No obstante, éste no ha cedido con la codeína (1), y ni aún con el láudano (2). El estimado doctor Lefèvre, que se ha convertido en mi informante acerca de cuanto suceso fuera de lo común detecta, ha descubierto con estupor que los casos de aborto espontáneo han subido tremendamente en los últimos dos meses, la mayoría en jóvenes perfectamente saludables, sin vicios, y sin antecedentes de semejante afección. El único elemento en común, en la mayoría de los casos, ha sido un dolor de cabeza crónico, pero que a la vez no les impedía desempeñar sus trabajos o cumplir con los quehaceres domésticos. Algunos transeúntes han sufrido desmayos, y hasta se dio el caso de un caballo que cayó muerto en plena calle hace unos días; insólitamente, un ciudadano desconocido se abrazó al animal y le pidió perdón. Pero, tanto en hombres como en equinos, se echa la culpa a una combinación de mala alimentación y enfermedad subyacente, sobre todo cuando se ha descubierto que algunas de las víctimas padecían secuelas del tifus.
No obstante, lo que hasta hace pocos días se podía ver como una serie de curiosidades (para el más insensible de los espíritus) o de eventos desafortunados (para cualquier hombre con sentido común y temeroso de Dios), ahora se ha transformado en una inquietud personal para el que escribe. Hace tres días, tras pasar una noche de mil demonios por parte de unos dolores de espalda que atribuí a un incipiente reuma, el lado de la almohada donde había apoyado la cabeza mostraba manchas de sangre seca. Me levanté mareado, y cuando me toqué la oreja derecha, sentí un líquido tibio que salía de mi oído. El doctor Lefèvre mostró interés por mi caso, pero también comentó que no podía hacer gran cosa por el momento. Descartadas las infecciones de oído, la meningitis, o el efecto de algún golpe fortuito en el cráneo, aquella afección parecía no tener origen discernible. Me dijo que esperara unos días.
¿Esperar qué? Solo él sabe. O tal vez ni eso.
Marsella, 12 de diciembre de 1906
El espíritu navideño se ha adueñado por completo de los escaparates de La Canebiere, y de los ánimos populares. Hasta los pobres diablos que venden el sudor de su frente por unos centavos están más alegres que de costumbre, aunque sea más por tradición que por otra cosa. Los ladridos lejanos y los gritos de los vendedores resuenan en mi cabeza, como un badajo golpeando una campana destemplada. Ya no puedo escuchar ni el fonógrafo, sin que una oleada de dolor me atenace el cerebro a los pocos segundos. Incluso tuve que pedir al conserje que me consiguiera algunas telas oscuras, para mitigar la sensibilidad a la luz, que ha aparecido como un nuevo y curioso síntoma.
Hoy he ido de nuevo hasta el Hotel Dieu, que es el peculiar nombre que dan los marselleses a su viejo Hospital General. Lefèvre me ha despachado en poco tiempo y con una gran sonrisa, recetándome un poco de codeína "hasta que los síntomas amainen". En privado y más en confianza, la expresión y la actitud han sido otras. "Recurra al opio, y si no experimenta mejora en unos días, le sugeriría que se marche de la ciudad por una semana. Supongo que el periódico que lo emplea no se irá a molestar porque uno de sus reporteros necesita un asueto; ¿verdad?"
Esta tarde he tenido que recurrir a una dosis de láudano capaz de poner a dormir a un caballo, sólo para poder reunir la presencia de ánimo suficiente para enviar un telegrama a la central de Nueva York. Con suerte, en un par de días tendré la respuesta. Dicen que la Agencia Pinkerton (3) es dura, pero justa.
Marsella, 14 de diciembre de 1906.
Acaba de suceder lo que más me temía. Me han denegado el permiso para volver a Luisiana, argumentando que debía seguir en esta ciudad para "reunir pruebas". El director de la agencia en Nueva York ha intentado interceder ante sus clientes, pero el hecho de que sea la propia Marina de los Estados Unidos la involucrada en esta investigación, hace que las cosas resulten mucho más burocráticas y lentas que de costumbre. No obstante, me han dado esperanzas de que pueda tener un asueto el próximo año, cuando logren encontrar mi sucesor.
Ya casi no tengo fuerzas para levantarme de la cama. Finalmente he caído en las garras del alcohol y del opio para librarme de estos dolores continuos y enloquecedores. Los oídos me han comenzado a sangrar de nuevo, y el blanco de mis ojos se está volviendo rojizo lentamente. Podría decidir abandonar la misión, pero el embriagamiento parece estar haciéndose cargo de todos mis males por ahora. ¿Además, a que distancia estaría seguro? ¿A cincuenta kilómetros? ¿Cien, quizás? ¿Cómo se puede combatir contra un mal desconocido por la ciencia, algo que no se puede ver, tocar, oler o medir?
Tal vez estoy pensando demasiado. Más de lo que debería.
Marsella, 15 de diciembre de 1906
Hoy a sido un día extraordina riamente extraño.
He demorado más de quince minutos... o tal vez más, no podría saberlo, sólo para encontrar el
Baño.
A esta altura no podría decir si es el efecto de las drogas o...esta maldición que ha caído sobre esta moderna Babilonia. Mamá estaría avergonzada de mí.
Extraño esa vieja Luisiana llena de música y creoles. Los franceses no saben prepar el
Marisco...
Creí que...
—Estas son las últimas palabras escritas en el diario, inspector Julien.
—¿Cómo encontraron el cadáver, gendarme?
—El conserje me llamó esta mañana, inspector. Por lo que entendí, uno de los huéspedes no paraba de golpear las paredes y gritar incoherencias. El personal de servicio intentó razonar con él, pero fue inútil.
—¿Y…?
—Cuando llegamos con el conserje, todo estaba en silencio. Abrí con la llave que me dio, y encontramos a este tipo tirado en la cama, boca abajo. Las sábanas estaban ensangrentadas, y le salía sangre por la nariz y las orejas. También se podían ver arañazos en la pared. Y antes de que me pregunte, el cadáver tenía los dedos lastimados y una especie de polvo blanco bajo las uñas, como de yeso.
—¿Nada más?
—No. Parece que el tipo se volvió loco, así sin más.
—Murió de una manera extraña. Demasiado extraña...
—No soy médico, inspector, pero me atrevería a decir que fue alguna mezcla de drogas lo que le causó...esto. Encontramos de todo en la habitación. Botellas de bourbon, whisky, botellitas de codeína, láudano, y hasta una pipa de opio. Y, ah, un fonógrafo.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—No sé. Tal vez quisiera olvidar algo. Tal vez se la quisiera pasar en grande. Pero parece que se llevó a la tumba ese secreto.
—Por ahora.
—Jajaja…detectives. Ustedes son tan orgullosos como optimistas. Como siempre.
—Gendarme...
—¿Sí?
—Le está empezando a sangrar la nariz. ¿Tiene un pañuelo a mano, o le presto el mío?
Aclaración: el contenido original del diario del agente de Pinkerton ya no es accesible de manera directa, pero sí de una manera un tanto desusada. En concreto, este extracto fue obtenido desde una desconocida novela francesa de 1911, llamada "El terror del aether", la cual cuenta en un formato que oscila entre lo periodístico y la crónica policial, la existencia de ciertas "emisiones secretas y nocivas de la nueva tecnología de radio" y de conspiraciones que ocultaban su empleo, usando a la población civil como conejillos de indias sin que ésta tuviera conocimiento. Debido a su planteamiento, alejado de los relatos de aventuras al estilo Julio Verne y más afín a las historias de intrigas, podría considerarse la antecesora de los modernos "tecno-thrillers" y las novelas de temática conspiranoica. Al consultarse con antiguos miembros de la Agencia Pinkerton y de la Marina, éstos han confirmado la veracidad de las partes de la novela que se refieren al diario del agente norteamericano, y a los acontecimientos de 1906 en Marsella.
Notas al pie:
(1) Se trata de un derivado del opio, popularmente usado en jarabes para la tos y como analgésico hasta hoy en día. Aunque en la actualidad su prescripción y uso están fuertemente controlados, debido a su potencial de causar adicción y hasta la muerte en caso de sobredosis, en la antigüedad su uso era mucho más liberal y extendido. Dada la falta de otras opciones de medicamentos, la codeína se usaba hasta en jarabes infantiles.
(2) El láudano o laudanum era una tintura de alcohol con opio o morfina, usado hasta bien entrado el siglo XX, y prescrito para dolencias tan diversas como dolores de cabeza, cólicos menstruales, diarrea y hasta meningitis, además de como sedante. Era aún más potente que la codeína, lo que no fue óbice para que los doctores de la época recomendaran su uso hasta en niños de corta edad (sí, parecían tener algo contra los niños en la antigüedad).
(3) Se refiere a la Agencia Nacional de Detectives Pinkerton, una agencia de seguridad y trabajo detectivesco que tuvo su auge entre los años 1861 y 1893, trabajando como guardaespaldas del entonces presidente Abraham Lincoln, e incluso (en 1871) como agencia contratada por el gobierno de EE. UU "para detectar y perseguir a los culpables de violar las leyes federales", es decir, que podría considerarse una antecesora del F.B.I, aunque privada. Entre las tareas de la agencia Pinkerton se encontraban desde la escolta y protección de personas, persecución de fugitivos, y transporte de valores, hasta el espionaje, la infiltración de movimientos obreros, y el rompimiento violento de huelgas. Estas últimas tareas le darían una fama siniestra, y tras el escándalo de la intervención de Pinkerton (en 1892) en una sangrienta huelga en Homestead, Pennsylvania, el gobierno de EE. UU cortó toda relación con la agencia mediante un acta especial. No obstante, en 1906 Pinkerton todavía era una agencia poderosa y con capacidades.