Algunas horas más tarde, Cati despertó y, aún soñolienta, frotó sus ojos. Pronto notó que pasó la noche en la habitación del Señor. Había quedado inconsciente cuando Alejandro bebió su sangre.
Sintió dolor cuando los colmillos del Señor perforaron su piel; recorrió su cuello suavemente, sintiendo la piel tersa bajo sus dedos, y un dolor perceptible apareció ante la presión. Fue un momento muy íntimo: la abrazaba con fuerza mientras succionaba la sangre de su cuello. Cati aún sentía la urgencia de aquellas manos en su cuerpo, fervientes y apresuradas.
Al mirar hacia abajo, notó que la parte delantera de su vestido estaba rota. Faltaban algunos botones, y los demás guindaban precariamente de un hilo.