Sin pasar un segundo, ella lo encontró en su ventana aun sobándose la nariz.
―¿Qué haces tirando cosas por la ventana? ―le preguntó.
El Señor había salido y él se preguntaba si la mujer había escogido un pasatiempo nuevo.
―Lo lamento. No esperaba tener tan buena puntería. Solo quería llamarte. ―se disculpó, y él sacudió su mano.
―¿Cómo estuvo su día, señorita? Escuche que fuiste a una reunión del Concejo ―dijo Malfo, saltando al piso y caminó hasta la cesta de la fruta―. ¿Disfrutaste la tarde?
Con el tiempo, Cati y Malfo se habían vuelto amigos. Como a muchos otros, ella confiaba en él. Su relación era distinta comparada con la que tenía con los otros empleados. Era como si él la conociera que, en verdad, era en mayor parte porque ella era quién hablaba más.
―No diría que la disfrute, pero sí fue ajetreada ―respondió, haciendo que inclinara la cabeza a un costado.
―¿Cómo eso?