Al salir de la celda, el Señor comenzó a caminar hacia afuera, no sin antes detenerse a medio camino.
―Malfo ―llamó Alejandro.
―Diga, mi señor ―contestó inmediatamente el fantasma,y lo siguió.
―Quédate aquí por la noche ―ordenó, y el fantasma mostró una expresión de perplejidad. Incluso si era un fantasma, a él no le gustaba la idea de quedarse en un espeluznante calabozo donde hombres y mujeres habían muerto―. Si algo ocurre, ve con el mayordomo.
―Pero el no puede verme ―replicó Malfo, y el Señor sonrió.
―Mientras estés aquí ayuda a los guardias a enterrar los cuerpos en el bosque ―dijo, y el Señor se fue sin decir otra palabra.
Después de estar muerto por tanto tiempo, el proceso cognitivo de Malfo se había ralentizado y le tomó un tiempo darse cuentade que el Señor le dijo que ayudara en el entierro, ¡porque los guardias podían verle ahora!
Dentro de la mansión, Cati caminaba nerviosa de un lado a otro.