Cuando el Señor de Valeria le pidió a Margarita que guiara a Cati con el trabajo de la mansión, pues estaba por comenzar su nuevo cargo, la mujer se sintió sorprendida. Una empleada doméstica era el equivalente a una sirvienta para las clases altas, y Cati no era una invitada. ¿Por qué haría el Señor algo semejante? La mayoría de los sirvientes en la mansión eran buenos, pero no todos eran amables.
—La dejo en sus manos, Señora Flynn —escuchó Margarita del Señor, a lo que respondió con una ligera reverencia.
Cati aprendió todo lo que Margarita le explicaba en su recorrido por la mansión. Como invitada, no había explorado la mansión, pues había permanecido en la habitación o el jardín, pero como empleada tenía la oportunidad de ver la belleza del lugar. Los altos techos decorados con pinturas le hacían parecer incluso más grande. Tras la mansión había un pasadizo para entrar al área subterránea.
—¿Este es el que lleva a su habitación? —preguntó Cati cuando pasaron cerca.
Aunque había antorchas a cada lado, el lugar parecía oscuro, pues sus paredes eran negras.
—Lo es —respondió Margarita con una sonrisa, notando que Cati había dicho "su habitación" y no "la habitación de los sirvientes."
—Cada empleada o sirviente que trabaja para el Señor Alejandro vive en este lugar, pero no los generales ni comandantes. Creo que ya sabías eso.
—Sí—respondió Cati.
El Señor Alejandro había hablado al respecto cuando le asignó ciertas reglas, antes de enviarla con Margarita. La cámara se dividía en dos al finalizar la sala común: una sección para hombres y otra para mujeres. Algunas de las empleadas que hablaban en el área guardaron silencio al notar a la persona nueva. Al otro lado, notó que algunos hombres la miraban fijamente.
—Todos, esta es Catalina. De ahora en adelante, nos ayudará en la casa —explicó Margarita presentando a Cati al grupo.
—¿No es la invitada que la Señorita Sylvia trajo hace algunos días? —preguntó una de las empleadas.
—Sí, pero…—intentó responder la mujer, antes de ser interrumpida por otra empleada.
—¿El Señor ya no quiere sexo contigo y te convirtió en sirvienta? —preguntó una joven de rizos castaños que caían sobre su espalda y ojos de color aceituna.
—¿Qué? —preguntó Cati con una expresión de sorpresa ante la pregunta tan inesperada.
—Guarda silencio, Matilda, o reportaré tu comportamiento —advirtió Margarita a la joven.
Matilda sonrió. Cati notó que la chica podía resultar atractiva, pues tenía buenas curvas.
—Parece que no —comentó Matilda saliendo de la sala.
—No le haga caso, Señorita Cati. Es una grosera —se disculpó Margarita con el ceño fruncido.
—Margarita tiene razón. No le hagas caso —dijo una joven de su edad acercándose a conocerla con una gran sonrisa—. Soy Cintia, y esta es Fay.
—Hola —dijo Cati estrechando su mano.
Se sentía nerviosa. ¿Todos pensaban que se había acostado con el Señor y por eso estaba aquí?
—¡Mira la hora! Tengo que llevar el té a la habitación del Señor Alejandro —dijo Cintia al ver el reloj de la pared.
—Ya no tienes que preocuparte por eso —dijo Margarita antes de dirigirse a Cati —. Tú serás responsable de llevar el té a su habitación, además de las otras cosas mencionadas.
La sonrisa del rostro de Cintia se convirtió en un ceño fruncido.
—Pero…—comenzó a reclamar Cintia, cuando Margarita la interrumpió.
—¿No te quejabas de tener demasiadas obligaciones? Ahora, Corey —gritó—, lleva a Cati de regreso.
Un joven alto de unos veinte años se levantó de la mesa lejana y caminó hacia ellas.
—Ven —dijo el hombre a Cati.
Con una pequeña reverencia, Cati siguió al joven.
Caminando de regreso por el oscuro pasillo, levantó la parte delantera de su falda para evitar ensuciarla. Se cuestionaba si sería correcto quedarse en la mansión. Lo más importante era saber si podría sobrevivir, pero un mes pasaría rápido, ¿cierto? Podía sobrevivir un mes, pensó reconfortada.
—¿Cuándo comienzas a trabajar? —le preguntó Corey.
—Mañana en la mañana —respondió Cati.
Escuchó que Corey tarareaba una canción mientras salían al aire fresco de la superficie.
—¿La abuela te explicó las reglas que debes seguir? —le preguntó Corey.
Cati lo observó con una expresión confundida. Un momento… Recordaba haber escuchado a Margarita mencionando que tenía un nieto…
—¿Hola, hay alguien? —Corey interrumpió su pensamiento.
—Disculpa, ¿qué? —preguntó Cati avergonzada.
—Pregunté si te habían explicado las reglas a seguir en la mansión —Corey repitió observándola fijamente.
Cati asintió a modo de respuesta.
—Bien, igual te las diré para asegurar que estés al tanto. Primero, escucha con atención a tus superiores. Dos, nunca te atravieses en el camino del Señor. Tres, no te metas en problemas con otros empleados porque ganarás una noche en el calabozo —le explicó con una palmada amigable en el hombro.
—Entendido —respondió Cati.
—Sólo por curiosidad, ¿realmente eras una invitada? —preguntó Corey que, al notar el cambio en la expresión de la joven, añadió: —No tienes que responder si no quieres.
—Perdí a mi familia hace poco y me trajeron aquí. Necesitaba un empleo y el Señor fue muy amable al ofrecerme uno en la mansión —respondió dejando d lado los detalles de la muerte de su familia.
—Lamento escuchar eso. Sabes, si…—dijo Corey, interrumpido por una joven del primer piso.
—¡Oye, Corey! La Señora Hicks preguntó por ti —dijo la chica antes de notar a Cati —. ¿Quién es ella?
—Es Cati. Trabajará con nosotros —respondió Corey.
La joven saludó a Cati con la mano y Cati le respondió con un gesto incómodo.
—Esa es Dorothy. Bien. Te veré luego —le dijo Corey antes de apresurarse a la cocina.
Cati regresó a su habitación.
Se había acostumbrado a despertar tarde y se le dificultó levantarse temprano. Quería dormir, pero salió de la cama.
La Señora Hicks era la mujer a cargo de la cocina y gritaba fuerte para que todos cumplieran sus labores tan rápido como fuera posible. La cocina era un lugar ruidoso y lleno de vida, por lo que las preocupaciones y la soledad de Cati de inmediato se desvanecieron.
Corey era ayudante en la cocina. Su presencia tranquilizó a Cati, que entró después de regar las plantas de la mansión. Los primeros dos días, Corey le enseño a arreglar las cosas, y le ayudó a organizar el carrito del desayuno. Debía llevar el desayuno a la habitación del Señor Alejandro cada mañana. Margarita había sido la única autorizada a entrar a la habitación del Señor, y ahora era Cati. Era difícil darle baños a Aero, el gato, y Cati tenía que perseguirlo en el baño, pues no permitía que lo asearan.
Además de eso, regaba las plantas en la mansión, y le gustaba ayudar en la cocina, pues era divertido escuchar a las personas bromeando, pero las bromas siempre venían perseguidas de los regaños de la Señora Hicks. También había hecho algunos amigos en la cocina.
No se llevaba bien con todas las personas de la mansión. Oliver, el segundo a cargo, siempre la encontraba en sus momentos libres y le reclamaba por perder el tiempo. Parecía que disfrutaba criticar sus defectos y esperaba constantemente la oportunidad de criticarla.
También había sirvientas que hablaban a sus espaldas, y se decía que había dormido con el Señor y que por esta razón su habitación estaba junto a la de él. Consideró pedirle a Alejandro que autorizara su mudanza al área subterránea, pero realmente no le gustaba la idea. ¿Era incorrecto pensar que Cati era algo especial para él? Pensar en esto la hacía feliz. Pero había días en los que notaba a las mujeres que iban a la habitación de Alejandro. Se dijo que no podía esperar más y debía ser feliz viviendo en la habitación contigua.
Sin importar cuán atractivo fuera, su posición era totalmente diferente. Él era un Señor. Un vampiro.