Leroy empujó a una renuente Cati al costado junto con otro guardia, sujetándola a la silla con una soga. Sintió que la soga que enterraba en su piel, dejando marcas incómodas. Sintió que abría la boca, sus ojos ansiosos posados en Alejandro mientras su mirada se dirigía a la pared que tenía al frente.
Cuando los miembros del Concejo se fueron, diciendo que vendrían al día siguiente, la Señora habló: —¿No te alegra, cariño, estar finalmente con tu amado?
Su tono llevaba una ligera burla.
Cati y Alejandro permanecieron en silencio. Escucharon pasos que se acercaban y pronto apareció el Señor Norman.
—Señor Alejandro —saludó, alegre—, espero que nuestros servicios resulten de su agrado. Le he pedido a mi gente que cuide de usted con esmero.
Una sonrisa apareció en el rostro de Alejandro.
—Gracias, Señor Norman. Aprecio su hospitalidad, pero no tiene que preocuparse. Estaré bien sin ella.