Dentro de la sala de los campos de exterminio.
Luo Feng y el Dios del Truenoestaban casualmente en una conversación, esta también era una forma efectiva de relajarse.
—¡Luo Feng, Trueno!
—Jaja, qué sorpresa encontrarse con ustedes dos aquí. —Una clara risa resonó, un hombre de piel negra tan grande como un oso, junto con un pálido joven pelirrojo y flaco, caminaban lado a lado hacia ellos.
—Buleimu, Heruo, vengan, siéntense—Luo Feng saludó y habló.