[Vlots Black]
El misterioso Drox.
13 de septiembre 2019.
Ese viernes no podía ser distinto de ningún otro, o eso pensaba yo.
Como es normal cada mañana antes de irme a la escuela, me siento frente al espejo a cepillar mi cabello rojizo mientras veo el reflejo del tenebroso y oscuro bosque que comienza en las orillas de la parte trasera de mi casa, justo frente a mi habitación y en ese momento a mis espaldas.
Todos en Dunkeld son perfectos y normales.
Los hombres madrugan para ir a sus trabajos en las diferentes partes del pueblo, o en otras ciudades cercanas, las mujeres permanecen en casa haciendo labores domésticas, mientras que sus hijos van a la escuela, como cualquier adolescente normal.
Pero aquella mañana dejó de ser perfectamente normal cuando mis ojos divisaron el reflejo de Drox Bowers observándome con frialdad bajo mi ventana. Cual acosador.
¿Por qué estaba él ahí?
Drox es un misterio, nunca habla con nadie, y siempre está observando a todos con sus ojos azules, hermosos y siniestros, llenos de oscuridad. Como si estuviera planeando algo.
Tal vez, una muerte.
Lo miré incesante hasta que notó que lo había pillado, entonces se volteó perdiéndose en los límites del bosque.
Para los turistas aquel lugar es precioso, una manera de escaparse de la realidad en la que viven, pero para nosotros es el inicio de nuestro miedo, donde habíamos perdido una gran cantidad de residentes, y donde sin duda habían ocurrido cosas de las que teníamos prohibido hablar, o incluso pensar, y por esa razón se había establecido un límite. Uno que se supone nadie debe cruzar.
Un lugar hasta donde pueden explorar los turistas y luego el resto del tenebroso bosque, en el que a lo largo de los años habían ocurrido un sin número de tragedias.
El problema de eso es que Drox no es un turista, en su silencio él conoce las historias que hay en el pueblo sobre aquel bosque, así que no es normal que se adentrase en aquel lugar en calidad de explorador.
Él está planeando algo extraño.
Trato con todas mis fuerzas de mantenerme al margen, solo para proteger mi figura intachable y perfecta, aquella que he intentado mantener por años, pero no puedo.
Con él no se puede.
Con mi corazón latiendo de una forma escandalosa en mi pecho, dejo de acariciar mi cabello soltando el delicado cepillo plateado en el tocador, frente al espejo, junto a mi juego de tazas blancas de porcelana, aquellas que tenía desde los ocho años, pero que ahora utilizo como decoración de mi habitación.
Con rapidez cambio mi pijama por un vestido de color blanco holgado que cubre mis hombros y mis rodillas, y bajo corriendo las escaleras de mi casa, para intentar desmantelar sus intenciones.
No dejaré que se salga con la suya, descubriré qué está tramando.
—¿A dónde vas tan temprano, Vlots? —me detengo en medio de mi huida, escuchando a mi padre con su voz estricta.
Mi casa es una con las familias más numerosas del pueblo, a pesar de que no somos demasiados. Está mi madre, Femelia Black, a quien le había pasado el apellido de mi padre al convertirse en su esposa; mi abuelo Douglas Abercrombie, portador de mi segundo apellido; mis dos hermanos menores, Adair y Alec; y por último mi padre, Anton Black, quien me miraba con sus ojos azules esperando una respuesta.
—No... Yo voy a recoger la leche... —miento de forma despiadada recordando que cada mañana a las ocho treinta el lechero del pueblo la deja en la puerta en unas cajas de madera.
Mi padre pareció creerme al instante, y sonrió.
Es natural, yo nunca miento.
—No te preocupes, querida. Ya tu madre ha ido por ella —me informa pidiéndome que me siente a su lado en el comedor—. No deberías salir con el cabello suelto de ese modo, Vlots. Es inmoral y obsceno, recógelo de la forma correcta.
Asentí avergonzada mirando al piso, sentía la ansiedad carcomerme desde las puntas de mis pies hasta la última hebra de mi cabello.
Obedecer y seguir las reglas es una de las cosas que deben hacerse en Dunkeld.
Siempre corrigiendo tu postura al sentarte, la manera en que masticas la comida, como te vistes, la forma en que caminas, diciendo cosas como: Vlots, las niñas no corren, no andes descalzo, no te acerques a los muchachos; y un sinnúmero de reglas que he seguido al pie de la letra. Reglas que todos debemos respetar, y que Drox no está siguiendo justo en ese momento.
Él nunca lo hace.
—¿Dónde están Adair y Alec? —cuestiono al ver que los dos terremotos de la casa parecían no haber dado señales de vida aún e intentando encontrar una excusa para ir tras Drox.
—Se levantaron temprano y se fueron a jugar con el hijo de los Webster —responde mi madre que venía entrando con la caja de las leches apoyada en su cintura y con su cabello rojizo idéntico al mío envuelto a la perfección en una cebolla con ganchos en su nuca.
Su peinado habitual, el que mi padre consideraba apropiado y decoroso.
—Iré a buscarlos entonces —menciono levantándome de inmediato para salir de la casa.
—Ellos ya vendrán. Vlots, siéntate y desayuna conmigo —insiste mi padre, mirándome curioso.
Como si sintiera mis deseos de escapar de allí.
—Es que de verdad justo ahora no tengo hambre —pongo el flequillo de mi cabello tras mi oreja—. Y en unos minutos debo ir a la escuela, no quiero llegar tarde, deberías desayunar con el abuelo.
Sugiero sonriendo aprovechando la entrada del susodicho y puse mis manos en sus hombros ayudándolo a sentarse en el comedor.
Mi abuelo es un viejo silencioso y su aspecto es el de una persona que está más en el mundo de los muertos que en el de los vivos.
Apenada beso su mejilla, sabiendo que él no respondería nada de lo que dijese y salgo corriendo de la casa, antes de que mi padre encontrara otra razón para detenerme. Sólo para correr a las orillas del bosque, justo hacia esa parte a la que se supone, nunca debemos ir.
—¿Dónde crees que vas, Vlots? —ese había sido Alec.
Mis hermanos de trece y once años intentaron detenerme cuando pasé corriendo por su lado en la escalerilla trasera de la casa por el herbaje.
Las niñas no corren, había dicho mi padre tantas veces.
—¡A la escuela! —respondo de forma automática.
—¡Pero falta media hora! —Alec intenta hacerme entrar en razón, pero para su desgracia, en ese momento yo ya no escuchaba de razones.
—¡Además no has recogido tu cabello! —siguió Adair, quien conoce a la perfección las reglas de mi padre, y de la sociedad.
—¡Ya lo haré, chicos! ¡Entren a la casa! —termino de salir de los alrededores de mi hogar y asegurándome de que ya no me veían comienzo a correr a las profundidades del oscuro bosque.
Allí el cielo no es más de color azul, cuando te adentras en el todo se vuelve gris y Escocia no es un lugar conocido por tener una perfecta iluminación. Aquel bosque se parecía al de aquellos cuentos que leía ansiosamente en la intimidad de mi habitación cada semana, ese era mi método de entretenimiento, pues no nos permitían usar internet más que con fines académicos.
¡Menos la televisión!
Tiene árboles gigantescos que parecen montañas y caminos oscurecidos llenos de hierba y lodo que simulan tener destino final hacia tu muerte.
No entiendo como a los turistas parece gustarles venir a un lugar tan lúgubre, donde abunda el miedo, el desconcierto, la soledad y el terror.
Mientras corro entre los árboles solo puedo sentir como mi corazón late con fuerza dentro de mi pecho, y como mis manos tiemblan junto al viento, mi respiración es entrecortada y como efecto secundario está ese frío que es provocado por el miedo.
No sólo estoy rompiendo como veinte reglas, sino también; estoy corriendo detrás del causante de una regla personalizada y exclusiva impuesta por mi madre:
Jamás estés a solas con los chicos, mucho menos si es Drox, él es peligroso.
Detuve mi paso en medio del camino llegando al puente alto junto al acantilado.
Mi corazón late con tal fiereza que puedo sentir sus palpitaciones retumbando en mi cabeza.
Aquí ya todo está cubierto de verde y se escucha fuertemente la corriente de un riachuelo del que no me fio demasiado, le tengo miedo a las alturas y aquel río es muy profundo.
Al no ver señal alguna de la dirección que había tomado Drox, intenté darme la vuelta totalmente convencida de que aquello es una tonta mala idea.
Estoy segura de que así es.
Y es entonces cuando escucho el crujido de una rama que acababa de ser aplastada por unos pies.
—Vlots... Qué sorpresa.
Me giro de inmediato encontrándome con la mirada gélida de Drox y con la maldad de su sonrisa.
Mi alma quiso escapar de mi cuerpo.
—¿Qué haces aquí, Drox? —pregunto con valentía, intentando no amedrentarme con su estatura, ni con la frialdad de su mirada.
Había pensado en enfrentarlo, pero no había pensado en como lo haría ya teniéndolo frente a mis ojos.
—Salí a dar un paseo —comenta mirando los alrededores con las manos en sus bolsillos—. Parece una linda mañana, ¿No es así?
Después de aquella mirada corrompida, ¿En serio hablaría del clima?
—No. No me parece —niego de forma decidida.
El cielo está pintado de gris y curiosamente para él es una linda mañana.
—¿Tú qué haces aquí, Black? ¿Y por qué llevas el cabello de ese modo? ¿Acaso intentas provocarme? —cuestiona divertido y doy un paso atrás.
—No seas ridículo.
Él se ríe mirando a otro lugar, con esos ojos azulísimos que destilan más oscuridad que unos negros, a pesar de ser tan claros.
Drox es el más bello ser que uno se pudiera imaginar, pero eso no limita la maldad de su interior.
Él es la maldición de Dunkeld.
—Cuida tus palabras, niña —amenaza—. Creía que tú no rompías las reglas y resulta que también dices palabras ofensivas —eleva una de sus cejas divertido—. Parece que no soy el único corrompido y pecaminoso de este lugar.
—¡No sé de qué hablas! —chillo exaltándome.
—Las niñas no gritan, Vlots... —se burla de mí, relamiendo sus bonitos labios, y me fijo en ellos.
¿Por qué si quiera me habla? ¡Él nunca habla!
—Dime ahora, Te he visto venir aquí muchas veces las últimas semanas. ¿Qué es lo que tramas, Drox? Dime o te juro que le diré a todos que estuviste haciendo algo extraño en este lugar.
Él sonríe de costado.
—Tal vez deberías dejar de meter tus narices en cosas que no te importan y comenzar a preocuparte por ti —vuelve a mirar hacia la copa de los árboles como si lo que dijo fuera algo sin sentido—. Digo, solo es un consejo, si no te quieres morir.
Lo miro incrédula.
—¿De qué carajos estás hablando? ¿Me estás amenazando? —lo enfrento, mientras él imperturbable sigue mirando hacia el cielo—. Le voy a decir esto a todos para que te investiguen.
¿En serio él es capaz de matarme?
¿De matar a cualquiera?
Lo miro a sus bonitos ojos y quiero creer que no, pero muy en el fondo conozco la respuesta...
Sentí miedo.
—Hazlo.
—¿No te importa? ¡Debería importarte, Drox, le voy a decir a todos!
Él camina lejos de mí, fuera del bosque con su pose desinteresada.
Obvio, lo seguí.
Persiguiendo mi propia muerte, pero intentando salvar mi pueblo.
—De ese modo, también tendrás que explicar qué hacías aquí en medio del bosque, a solas conmigo y con tú cabello suelto y pecaminoso, intentando seducirme —ríe—. Será una bonita anécdota.
Lo miro con odio, con profundo desprecio.
—Yo no...
—Es tu palabra contra la mía, Vlots —interrumpe—. Si fuera tú volvería a casa y fingiría no haber visto, ni hecho nada. De igual manera ya estás acostumbrada al oficio, fingiendo ser una santa, cuando la realidad es que si lo fueras no te hubieras escapado aquí, solo para verme a mí; y en mi memoria está firme el recuerdo de que dijiste la palabra carajos y ridículo, y por tú Dios que estoy cien por ciento seguro de que casi maldices y eso es un pecado en tu religión.
—Drox...
—Se están cayendo tus muros de santidad, Vlots. Deberías rezar...
Me guiña uno de sus ojos aún con su mirada de burla inquietante y se desaparece entre la niebla del bosque y los árboles.
Dejándome sola y asustada.
No tenía tiempo de meditarlo, me dio tanto miedo la soledad de aquel lugar que comencé a correr hacia mi casa cogiendo los pliegues de mi vestido blanco, debatiéndome internamente cuál sería la mejor manera de luchar contra Drox y sus misterios.
Solo encontré una.
El silencio.