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Aegis estaba sentado en el trono, en la sala del trono.
Él golpeó con orgullo su mano en el trono. Había un atisbo de orgullo en sus ojos.
El guardia que había enviado a ver a sus cautivos había regresado.
—Su majestad —hizo una reverencia.
—Sí, ve al grano —él entrecerró los ojos.
—Los... cautivos... no se encuentran por ningún lado... —él tragó saliva.
—¿Qué quieres decir? ¿Los encerraron en las mazmorras, verdad? —Aegis los interrumpió.
Él asintió, —Sí su majestad, pero ahora no podemos encontrarlos.
Aegis golpeó el trono, —¡¿Cómo escaparon?! ¡¿Quién estaba vigilándolos?!
Él bajó la mirada, evitando la mirada ardiente en los ojos de Aegis.
—No lo sé su majestad —él tragó saliva.
Aegis estaba hirviendo de ira.
Se levantó y se acercó al guardia. Temblaba de ira, —Sal de aquí antes de que te arranque el corazón —dijo fríamente.
Él salió corriendo, temiendo lo que podría suceder a continuación.