Volvió su mirada al origen del sonido, disgustado por la interrupción, aunque curioso por el jinete desconocido, custodiado por dos guardias montados que debieron haber estado en la fortaleza.
--Pueden retirarse --Dijo al ver a sus soldados--. Disfruten de la victoria, pero manténganse alertas. Porque el enemigo sigue haya afuera. --Aconsejó.
--Sí, señor Barlok. Gracias, señor. --Dijo Romo, comandante de Las Garras de Oso.
Asintió, volviendo su mirada al perdido Ministro y a su hermana, y observando por el rabillo de su ojo el cese de movimiento de dos de los tres jinetes.
--Astra, Fira, vayan con la gente y hablen con ellos, tranquilicen a las familias de los caídos, háganles saber que tienen mi apoyo, que les seguiré suministrando de alimento, vestimenta y demás cosas necesarias.
--Sí, mi señor --Dijo la hermosa dama de cabello platinado. Pellizcó el brazo de su hermano, quién seguía embobado mirando la nada--. Astra, nuestro Barlok te ha dado una orden.
El Ministro despertó, enojado por el súbito y agresivo acto de su consanguínea, pero al mirar su seria expresión, así como la silueta de su Barlok, entendió que algo había pasado.
--¿Qué sucede? --Dijo con un tono quedo.
--Nuestro Barlok te dio una orden y no respondiste. --Respondió al mismo volumen.
Fue sutil su cambio de expresión, pero el sentimiento fue profundo, ya se sentía demasiado culpable con su señor, como para ahora recibir la noticia de que lo estuvo ignorando.
--No fue tu culpa, a mí también me engañó. --Dijo al verlo. Su compresión a las emociones de los residentes del nuevo mundo había llegado a un nivel aterrador, permitiéndole ser un hábil manipulador, pues no empatizaba con emociones que no podía sentir, aunque sí podía comprenderlas.
--Debí ser más atento, mi señor.
--Sí, debiste --Dijo, y de inmediato calló para observar al jinete-- ¿Quién es él? --Interrumpió el saludo formal del hombre.
--Para hablar a mi señor...
--Es comunicar --Interrumpió Fira--. Se dice: "para comunicarle a mi señor".
--Eso no importa ahora --Intervino Orion--. Habla.
--Sí, mi señor --Respondió con timidez, intimidado por la fiera dama y el fuerte séquito a espaldas de su soberano--. Ese hombre es un enviado de la durca Sadia Lettman, y ruega le permita escucharlo.
--Mujina, Alir, conmigo. Los demás custodien a los esclavos y cautivos, si creen que necesitan ayuda ordenen en mi nombre a los soldados para que los asistan --Su rostro se endureció--. Y no quiero que se repita ese incidente con las esclavas ¿Comprendieron?
--Sí, Trela D'icaya. --Dijo Mujina.
--Mantendremos a esos salvajes quietos, Trela D'icaya. --Prometió Jonsa con una sonrisa maliciosa.
Se limitó a asentir, regresando su atención al desconocido jinete.
--Señor --Dijo al bajar del caballo, reverenciándolo como lo haría con su soberano. La muestra de respeto fue exquisita, tanto la postura como el regreso--, mi nombre es Youns Timar, guardia personal de la gran señora, Sadia Lettman, y me presento ante usted como un emisario con la orden de entregar un mensaje importante.
Lo estudió, siendo consciente del muy ligero temblor de su mano derecha, un probable resultado del nerviosismo generado por su imponente presencia. Youns era un hábil guerrero, de eso no había duda, pero Orion tenía la plena confianza de que en una pelea uno contra uno lo vencería, sin exagerar en diez o veinte movimientos, tres si hacía uso de todas sus habilidades, y estaba seguro de que el hombre de la rajada en el cuello también lo sabía.
--¿Qué mensaje? --Preguntó, dejándole claro con el tono que sus siguientes palabras podrían ser las últimas.
--La gran señora, Sadia Lettman acepta su superioridad en batalla...
--¿Te refieres a mi victoria? --Interrumpió, con una mueca disgustada.
--Sí, señor. --Respondió, consciente de la burla hacia su señora.
--Dilo.
--Usted venció, señor... La Durca --Continuó al verlo asentir-- desea conocer sus exigencias por la victoria de su ejército, señor. Solicita verle esta tarde en la colina cerca del arroyo.
--No, nadie solicita verme --Calló por un segundo, meditando por una probabilidad de trampa--. Ese lugar no me convence, pero acepto la entrega de mis términos. Dile a tu señora que la estaré esperando al alba de mañana cerca del Lago de los Sueños.
--Lamento mis siguientes palabras, señor, pero dudo que la Gran Señora conozca ese lugar.
Asintió con calma, inspirando con profundidad.
--De donde estoy de pie, mil quinientos pasos al Oeste --Se guio con el mapa de su interfaz--, doscientos al Sur, y veinte nuevamente al Oeste. Si llegan o no, dependerá de ustedes.
--Gracias, señor. Le daré su mensaje. --Dijo, despidiéndose con una respetuosa reverencia. Sujetó las riendas del caballo, saltando a su lomo y guiándolo para comenzar la cabalgata.
Los dos guardias bajaron la cabeza con respeto, retirándose de inmediato para custodiar la salida del todavía probable enemigo.
--Ordenen a Kaly y a la estratega Nadia regresar al palacio, de inmediato.
--Sí, Trela D'icaya. --Dijeron al unísono, pero Alir fue la única en retirarse.
--Habla.
--No confío en ellos, Trela D'icaya, tengo miedo que estén tramando una trampa para usted, por ello le ruego permita a los míos acompañarlo, Trela D'icaya. Por favor, se lo pido.
--No me subestimes, Mujina, no lo hagas --Reprendió con frialdad. La capitana quiso disculparse, pero se tragó sus palabras--, puede que los humanos tengan sus planes, pero yo también tengo los míos, y aunque puedas considerarme un imbécil, no lo soy tanto como para ir solo.
--No fue mi intención ofenderle, Trela D'icaya...
--Pero lo hiciste --Suspiró, mirando su martirizada expresión--... Aunque aprecio tu preocupación --Mujina detuvo sus pensamientos, pétrea como una estatua, no creyéndose que semejantes palabras habían salido de la boca de su soberano--. Ahora ve y cumple mi orden.
--Sí, Trela D'icaya. --Se despidió con una plácida sonrisa luego de una hermosa reverencia propia de su raza.
Se quedó de pie, mirando la cara Este de la fortaleza, lugar donde una noche había trepado para hacer suya una deuda de sangre, una noche que había dado comienzo a su aventura como Barlok, la noche que lo había cambiado todo.
∆∆∆
Se sentó en el pasto, observando el azulado reflejo en el agua quieta. Los susurros de la madrugada, acompañados por sonidos de las criaturas nativas de la zona. Admiró las esporas que se unían al interior, brillando con un tono tan calmo, que invitaba al descanso.
--Este lugar es muy peligroso, mi señor. --Dijo Astra con arco y flecha en mano, preparado para la acción.
--Lo sé, fue por ello que lo escogí. --Dijo al alzar el rostro, dirigiéndole una calma expresión.
--Estan en posición, Trela D'icaya --Dijo Alir al aparacer, dubitativa por la manera en como la siniestra sombra del fondo la observaba. Mujina la miró, sujetando su brazo para calmarla.
--No nos harán nada --Sonrió Orion con tranquilidad--, no son entes territoriales, y aunque lo fueran, ya les he advertido con mi energía que cualquier acto hostil representaría la destrucción de sus cuerpos ilusorios.
Alir asintió, poco convencida por la sencilla explicación de su señor, pero confiaba en él y en su inmenso poder, muchísimo más de lo que algún día podría confiar en sí misma, por lo que concentró su valor, falsificando una digna postura.
*Me sonrió... --Alir volteó de inmediato, tragando saliva por la siniestra cosa que le seguía mirando.
--No le prestes atención. --Aconsejó el soberano al sentir el miedo presente, actuando más tranquilo que de costumbre.
--Entiendo tu miedo --Le susurró al oído--, pero no es forma de comportarte en presencia de Trela D'icaya.
--Lo lamento, Sicrela. --Dijo con sinceridad.
--Hace mucho experimenté una situación similar --Dijo repentinamente. Los tres individuos prestaron su oído de inmediato, entusiasmados por escuchar un relato de su señor--, pero en lugar de un lago, fue en la cima de una montaña. Recuerdo haber estado rodeado de centenares de entes, mucho más siniestros que estás cosas, y acompañado de una densa ventisca --Sonrió como lo haría un loco--, por ese entonces tenía mis invocaciones --Suspiró--, y mis demás habilidades... Tenía una que hacia... Parece que han llegado. --Calló, levantándose y retomando su habitual personalidad, solemne e imponente.
Los tres maldijeron en sus adentros, la historia los había atrapado, estando más que ansiosos por conocer el desenlace, pero sobretodo, por escuchar un poco sobre el pasado de su soberano.
--Astra, los ojos abiertos. Mujina, Alir, un movimiento, una muerte. Después de recibir mi orden. --Les miró, advirtiendo que debían comportarse hasta que lo inevitable sucediera.
--Sí, mi señor.
--Sí, Trela D'icaya.
--Excelente. --Asintió, complacido con sus buenos subordinados.